También

Te quiero, —se escuchó un susurro, y su eco inexistente se extendió con el viento, llenando el mundo de verdades desconocidas para ambos.

Te quiero también, —se escuchó la respuesta, y las verdades llegaron a sus mentes y sus corazones.

¡Ay las nubes negras cubriendo una escena maravillosa! ¡Ay la brisa y la hierba y la calidez de manos entrelazadas! El amor en su máxima expresión se miró en esos dos chicos, que de nada llegan al todo, que de ser desconocidos y amargados y odiosos y un misterio completo ahora se besaban como los dos novios y compañeros de vida que eran. El mundo se convertía en dulce y el dulce era una golosina tan adictiva que dejaba a Emilio con un mareo profundo que le salía del pecho. Estaba loco, se había vuelto loco, y todo era a causa de ella.

Esos labios de durazno y sus ojos, y su forma de ser le cautivaba

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