Mientras estaba sentado ahí en ese salón, solo tuvo una certeza. No le gustaban los doctores.
No porque creyese como algunos ignorantes que eran “matasanos”, no porque se creyese más que ellos, no por cualquier razón lógica o no lógica. Simplemente, no le gustaban ni los doctores, ni las enfermeras, ni las clínicas, ni las paredes blancas, ni los estetoscopios. Pero aunque no le gustasen, ahora mismo debía de esperar que uno de ellos le atendiese a ver si lograba quitarle la enfermedad que aquejaba su cuerpo.
El salón era amplio y luminoso, con sillas para hacer más llevadera la espera y algunos posters relacionados con el tema de la salud. Una planta solitaria adornaba una pequeña mesa de vidrio que a su vez dejaba reposar unas cuantas revistas de temas variados sobre su superficie. Un pasillo estaba unicado a su izquierda, que se dirigía como tal al consultorio del doctor. Era el único que esperaba en ese salón tan asceptico.
Se encontraba en la “y”,
“ Julieta sonrió después de mirar la corta escena. ¿Cantaría acaso el primer colibrí canciones que rimaban? ¿Sería el segundo uno más distante? Eran dos, y lo que más curioso le resultó era que al final el segundo cedió ante los encantos del primero. Pero ella no lo podía hacer así… Se tomó el rostro y masajeo las sienes. Ella no gustaba de sentir tanto estrés, ni mucho menos de pensar tanto, ni de sentir emociones fuertes, Ella hubiera preferido más paz, la paz del campo y el sabor de una horchata caliente servida en una tacita de porcelana. Por supuesto, la vida no podía ser tan simple y el tiempo tan hermoso. Mientras el día transcurrió, Julieta se recostó en el pasto, mirando la nada. Pensó, pensó y pensó sobre la situación en la que se encontraba y rio sabiendo que su corazón no le daba más opciones. Ella ya era feliz así, con su novio y su relación, y no la cambiaría por nada del mundo. Eso era lo único cierto. Cuando la tarde llegó, un
No les tomó mucho tiempo concretar su cita. Emilio recibió un par de mensajes, los respondió feliz y envió unas cuantas opciones a Julieta. Ella eligió, ambos hablaron, discutieron amistosamente y después bromearon con verse y con darse un beso que dure una eternidad. Hablaron durante un par de horas y su salida quedó concretado el sábado de esa semana. Las clases transcurrieron, los días se sucedieron uno tras otro, mientras las ilusiones de estar con su pareja llenaba el corazón de ambos. Cuando llegó el viernes Emilio estaba a punto de ir hacia el norte, ansioso por ya mirarla. La foto de perfil de ella fue revisada una y mil veces, el anhelo de sus labios le arrancó mil suspiros. El bicentenario, el lugar que los conoció como novios, fue el indicado para recibirlos una vez más. Ambos despertaron con ánimo, se ducharon y desayunaron una sencilla comida. Salieron de sus casas sintiendo el frío de la mañana y tomaron los buses con rostro de pocos amigos. Julieta dec
—Te quiero, —se escuchó un susurro, y su eco inexistente se extendió con el viento, llenando el mundo de verdades desconocidas para ambos. —Te quiero también, —se escuchó la respuesta, y las verdades llegaron a sus mentes y sus corazones. ¡Ay las nubes negras cubriendo una escena maravillosa! ¡Ay la brisa y la hierba y la calidez de manos entrelazadas! El amor en su máxima expresión se miró en esos dos chicos, que de nada llegan al todo, que de ser desconocidos y amargados y odiosos y un misterio completo ahora se besaban como los dos novios y compañeros de vida que eran. El mundo se convertía en dulce y el dulce era una golosina tan adictiva que dejaba a Emilio con un mareo profundo que le salía del pecho. Estaba loco, se había vuelto loco, y todo era a causa de ella. Esos labios de durazno y sus ojos, y su forma de ser le cautivaban y le convertían en un esclavo de sus deseos y sus anhelos, del cariño creciente y de la necesidad de estar c
En los seis meses me hallo a mí mismo, Habiendo comenzado una innombrable locura… Me embelese con tus ojitos que miran y encuentran, Enamorándome poco a poco de tu alma tan pura. <<Me quedó medio medio bonito>>, pensó, pasando sus dedos por el teclado usado, mientras con la vista repasaba cada una de las palabras. Rimaba, le gustaba, y le pareció adecuado para lo que tenía en mente. Estiró las piernas, los brazos, movió la cabeza para activar los músculos y aspiró el aroma cautivante del café hirviendo, proveniente desde una taza colocada en su mesa, sonre un pequeño plato. Cuando tragó el caliente brebaje disfrutó del calor que le transfería la porcelana y se alegró de poder disfrutar de un manjar como el café, escribiendo unos cuantos y con el ruido de la lluvia fuera de su casa. Llovía a cántaros, por lo que la música romántica que había puesto para amenizar la tarde ape
—No mamita —negó, estremeciéndose— todavía no. De acá en unos cinco años tendrá nietos, y me estaré casando y todo lo que quiera. Por el momento, feliz soy con lo que tengo. Solo quiero novia, al menos por unos años. —Y si bien yo no soy nadie, pues esa es la mejor forma de pensar. Estudia, hijo, luego ya verás si haces tu vida. —Por el momento podemos comer esta deliciosa comida. Porque si hay algo que hago bien es cocinar. Sacándole la lengua, por presumido, su hermana de todos modos comió ávida. En efecto la comida estaba deliciosa, y el sabor conseguido en el arroz era un deleite para los sentidos. La familia continuó comiendo, jugando con la bebé, tomando el batido de frutilla y disfrutando de la compañía. Buena comida y tu familia eran una de las mejores combinaciones que podían haber. Después de veinte minutos, al terminar, agradeció la comida y permaneción durante media hora más sentado en la mesa, continuando con la conversación que ya se hab
Cuando se encontraron, Emilio no resistió las ganas de abrazarle con sus brazos duertes rodeando su cuerpo femenino en un afán más que de protección, de búsqueda, de anhelo, de ganas de sentirle cerca suyo y eliminar cualquier miedo que hubiera tenido. Sin pensarlo la estrecho contra sí, lo hizo y Julieta, tomada por sorpresa, le rodeó también con sus brazos. Durante los segundos que duró el abrazo, el mundo se redujo a ellos dos, sintiéndose seguros y tranquilos con sus cercanía y el cariño enorme que se demostraron con un sencillo gesto. Así hubieran podido seguir durante horas, pero la incomodidad de estar en público y el temor a caer en la cursilería más dulces les hizo separarse después de algunos segundos, recobrando la compotura y el buen porte. —Hola, poeta —saludó ella con ojos brillantes, ojos que encerraban mil secretos que Emilio tenía que descubrir todavía—. Te tardaste. —El bus, mi vida, —Emilio no perdió tiempo para explicarse— ya sabes como e
Era extraña esa sensación de ausencia del mundo, de desconexión a la realidad, de formar un solo ser cuando en realidad eran dos, era extraña la abstraccion tan tenaz que sufría mientras paseaba con Julieta. Era extraño, claro, pero realmente no había motivo para perturbarse y mientras no hubiera motivo, ellos eran felices. — ¿Compramos algo de comer o comemos afuera? —Preguntó Emilio después de ver los elevados precios del cine. Mientras miraba el menú, se estremeció. Todo era jodidamente caros, y nunca entendería el por qué. El canguil es barato, la cola maso, las demás huevadas igual cuestan poquito. No lo entendía y hasta que no le preguntase a algún encargado de un cine el motivo de esos precios, no se quedaría tranquilo. <<Ya lo haré algún día>>, se dijo a sí mismo A pesar de eso y de que en condiciones normales no compraría uno de esos combos con sobreprecio, Emilio tenía una política muy clara cuando de salir con su novia se trata
El celular vibraba, una, dos, tres veces. Los mensajes intercambiados por la joven pareja iban desde un lugar al otro, desde la Argelia hasta Carapungo, convirtiendo la lejura en la cercanía; convirtiendo la comunicación, mediante las maravillas tecnológicas, entre un hombre y una mujer que de otro modo no podrían haber hablado,en algo posible. Hace cincuenta años, el único modo hubiera sido con cartas y misivas, con mensajes que llegarían después de un mes; en la era de la tecnología, esa era relación se volvía posible. ¿No te parece que ya deberíamos de “mimir”? El mensaje de Julieta hizo sonreír a Emilio, que se apresuró a contestar. La noche es joven, amada mía. Avísame cuando estés acostada y entonces… nuestro sábado. "Nuestro sábado". Tras enviar la respuesta, Emilio se acomodó en el sillón viejo y desgastado que le servía como cama, mirando las luces nocturnas que se filtraban por la ventana y se perdían en el cielo. L