En los seis meses me hallo a mí mismo,
Habiendo comenzado una innombrable locura…
Me embelese con tus ojitos que miran y encuentran,
Enamorándome poco a poco de tu alma tan pura.
<<Me quedó medio medio bonito>>, pensó, pasando sus dedos por el teclado usado, mientras con la vista repasaba cada una de las palabras. Rimaba, le gustaba, y le pareció adecuado para lo que tenía en mente. Estiró las piernas, los brazos, movió la cabeza para activar los músculos y aspiró el aroma cautivante del café hirviendo, proveniente desde una taza colocada en su mesa, sonre un pequeño plato. Cuando tragó el caliente brebaje disfrutó del calor que le transfería la porcelana y se alegró de poder disfrutar de un manjar como el café, escribiendo unos cuantos y con el ruido de la lluvia fuera de su casa. Llovía a cántaros, por lo que la música romántica que había puesto para amenizar la tarde ape
—No mamita —negó, estremeciéndose— todavía no. De acá en unos cinco años tendrá nietos, y me estaré casando y todo lo que quiera. Por el momento, feliz soy con lo que tengo. Solo quiero novia, al menos por unos años. —Y si bien yo no soy nadie, pues esa es la mejor forma de pensar. Estudia, hijo, luego ya verás si haces tu vida. —Por el momento podemos comer esta deliciosa comida. Porque si hay algo que hago bien es cocinar. Sacándole la lengua, por presumido, su hermana de todos modos comió ávida. En efecto la comida estaba deliciosa, y el sabor conseguido en el arroz era un deleite para los sentidos. La familia continuó comiendo, jugando con la bebé, tomando el batido de frutilla y disfrutando de la compañía. Buena comida y tu familia eran una de las mejores combinaciones que podían haber. Después de veinte minutos, al terminar, agradeció la comida y permaneción durante media hora más sentado en la mesa, continuando con la conversación que ya se hab
Cuando se encontraron, Emilio no resistió las ganas de abrazarle con sus brazos duertes rodeando su cuerpo femenino en un afán más que de protección, de búsqueda, de anhelo, de ganas de sentirle cerca suyo y eliminar cualquier miedo que hubiera tenido. Sin pensarlo la estrecho contra sí, lo hizo y Julieta, tomada por sorpresa, le rodeó también con sus brazos. Durante los segundos que duró el abrazo, el mundo se redujo a ellos dos, sintiéndose seguros y tranquilos con sus cercanía y el cariño enorme que se demostraron con un sencillo gesto. Así hubieran podido seguir durante horas, pero la incomodidad de estar en público y el temor a caer en la cursilería más dulces les hizo separarse después de algunos segundos, recobrando la compotura y el buen porte. —Hola, poeta —saludó ella con ojos brillantes, ojos que encerraban mil secretos que Emilio tenía que descubrir todavía—. Te tardaste. —El bus, mi vida, —Emilio no perdió tiempo para explicarse— ya sabes como e
Era extraña esa sensación de ausencia del mundo, de desconexión a la realidad, de formar un solo ser cuando en realidad eran dos, era extraña la abstraccion tan tenaz que sufría mientras paseaba con Julieta. Era extraño, claro, pero realmente no había motivo para perturbarse y mientras no hubiera motivo, ellos eran felices. — ¿Compramos algo de comer o comemos afuera? —Preguntó Emilio después de ver los elevados precios del cine. Mientras miraba el menú, se estremeció. Todo era jodidamente caros, y nunca entendería el por qué. El canguil es barato, la cola maso, las demás huevadas igual cuestan poquito. No lo entendía y hasta que no le preguntase a algún encargado de un cine el motivo de esos precios, no se quedaría tranquilo. <<Ya lo haré algún día>>, se dijo a sí mismo A pesar de eso y de que en condiciones normales no compraría uno de esos combos con sobreprecio, Emilio tenía una política muy clara cuando de salir con su novia se trata
El celular vibraba, una, dos, tres veces. Los mensajes intercambiados por la joven pareja iban desde un lugar al otro, desde la Argelia hasta Carapungo, convirtiendo la lejura en la cercanía; convirtiendo la comunicación, mediante las maravillas tecnológicas, entre un hombre y una mujer que de otro modo no podrían haber hablado,en algo posible. Hace cincuenta años, el único modo hubiera sido con cartas y misivas, con mensajes que llegarían después de un mes; en la era de la tecnología, esa era relación se volvía posible. ¿No te parece que ya deberíamos de “mimir”? El mensaje de Julieta hizo sonreír a Emilio, que se apresuró a contestar. La noche es joven, amada mía. Avísame cuando estés acostada y entonces… nuestro sábado. "Nuestro sábado". Tras enviar la respuesta, Emilio se acomodó en el sillón viejo y desgastado que le servía como cama, mirando las luces nocturnas que se filtraban por la ventana y se perdían en el cielo. L
Bueno, a veces. Pero no siempre. Ja. Bueno ya enserio mi amor, ¿qué tal tu día? Ya sabes poeta… Todo bien. Dentro de lo que cabe. ¿Y eso significa qué? Julieta dijo algo que no entendió. Después de verificar el volumen de su celular, le pidió que repitiese las palabras. Nada en realidad, Emilio. Cosas que pasan. Y que no me quieres contar. Sinceramente, no. Por un segundo, sintió molestia porque ella no quería compartir lo que sentía. Respirando hondo, entendió que no estaba la obligación. El Emilio de antes le habría insistido hasta que le contase, o hasta que ella le mande al caño. El de ahora entendía que a veces menos es más. De todos modos sabes que estoy para ti. Siempre. No importa lo que suceda mi vida, tú cuentas conmigo. Unos segundos de silencio se dejaron escuchar por parte de su chica, pero la tensión entre ambos finalmente se rompió. Es
Era un idiota. Ese era un hecho. Sus errores sumaban un largo listado y su modo de ser, a veces despreocupado y aveces preocupándose de más, le causó problemas que le jodieron mucho la existencia en el pasado. Apenas hace un par de años, cuando salía del colegio y la juventud era más visible en él, su mal carácter tan marcado le causo peleas e incovenientes con todas las personas de su alrededor. Se había equivocado, pero todos esos errores le enseñaron una lección, y esa lecciones no las olvidaría nunca. Era un idiota... quizás un idiota que se estaba corriendo poco a poco, pero aun seguía siéndolo. Claro que eso de ningún modo significaba que no tuviese sentimientos; por lo que ahora mismo, mientras la mujer que más quería en el mundo no tenía intenciones siquiera de mirarle, una pena enorme le afectaba el corazón y le afligía la existencia misma. ¡No era perfecto! ¡Nunca pretendió serlo! ¡No podía! Él solo era un ser humano, tan sencilo que s
No acabó sino hasta una hora después, llenando dos hojas completas de letrs pequeñas, línea tras línea. Miro lo que había escrito sintiendo una punzada de dolor en la cabeza. Las frases le gustaron, pero la verdad encerrada en esas palabras, algo tan poderoso y real contenido dentro de un papel, le pareció mágico, una completa maravilla. Le dolía la muñeca, pero algo tan mundano como el dolor no tenía cabida en ese ambiente dominado por la magia del amor y del cariño sincero. Esa era la consagración de sus deseos de que ella entendiese las cosas del modo que él lo hacía, que sus mentes entrasen en sintonía y pudiesen finalmente dialogar. ¡Tan lindo que sería entregarse al amor y al deseo! Entregarse el uno a los brazos del otro; nunca, jamás en la vida, fallarle a su relación. Releyó las letras y sintió los sentimiento agolpándose dentro de sí y no pudo más. Se acercó a la cocina, tambaleante, para beber un vaso de agua. Como le dolía, como le quemaba por dentro, com
Su mente se sacudió envuelta en pensamientos incoherentes y su cuerpo se lleno de dolores febriles. No estaba al borde de la muerte, pero sentía como si así fuera, y mientras se movía de un lado al otro de la cama, ansioso, anhelo más que nunca estar sano. ¡Ay la enfermedad! Haciéndonos valorar más que nunca un cuerpo sano. ¡Ay de nosotros al sentirnos desvalidos y enfermos, débiles y convalecientes! Cuando nos sentíamos así, dejábamos de ser fuertes y poderosos y solo nos convertíamos en niños esperando ser atendidos. Al menos, eso es lo que sentía Emilio Cartagena ahora mismo, mirando perdido las paredes beige de su cuarto y sintiendo el al menos reconfortante peso de las cobijas que le brindaban un mínimo de calor y protección. Sentía fríos los pies a pesar de usar gruesas medias y temblaba lleno de escalofríos que sacudían su cuerpo y helaban sus manos. Aunque intentó por todos los medios posibles dejar de lado los más lúgubres pensamientos de su mente y alejar e