Era un idiota. Ese era un hecho.
Sus errores sumaban un largo listado y su modo de ser, a veces despreocupado y aveces preocupándose de más, le causó problemas que le jodieron mucho la existencia en el pasado. Apenas hace un par de años, cuando salía del colegio y la juventud era más visible en él, su mal carácter tan marcado le causo peleas e incovenientes con todas las personas de su alrededor. Se había equivocado, pero todos esos errores le enseñaron una lección, y esa lecciones no las olvidaría nunca.
Era un idiota... quizás un idiota que se estaba corriendo poco a poco, pero aun seguía siéndolo. Claro que eso de ningún modo significaba que no tuviese sentimientos; por lo que ahora mismo, mientras la mujer que más quería en el mundo no tenía intenciones siquiera de mirarle, una pena enorme le afectaba el corazón y le afligía la existencia misma.
¡No era perfecto! ¡Nunca pretendió serlo! ¡No podía!
Él solo era un ser humano, tan sencilo que s
No acabó sino hasta una hora después, llenando dos hojas completas de letrs pequeñas, línea tras línea. Miro lo que había escrito sintiendo una punzada de dolor en la cabeza. Las frases le gustaron, pero la verdad encerrada en esas palabras, algo tan poderoso y real contenido dentro de un papel, le pareció mágico, una completa maravilla. Le dolía la muñeca, pero algo tan mundano como el dolor no tenía cabida en ese ambiente dominado por la magia del amor y del cariño sincero. Esa era la consagración de sus deseos de que ella entendiese las cosas del modo que él lo hacía, que sus mentes entrasen en sintonía y pudiesen finalmente dialogar. ¡Tan lindo que sería entregarse al amor y al deseo! Entregarse el uno a los brazos del otro; nunca, jamás en la vida, fallarle a su relación. Releyó las letras y sintió los sentimiento agolpándose dentro de sí y no pudo más. Se acercó a la cocina, tambaleante, para beber un vaso de agua. Como le dolía, como le quemaba por dentro, com
Su mente se sacudió envuelta en pensamientos incoherentes y su cuerpo se lleno de dolores febriles. No estaba al borde de la muerte, pero sentía como si así fuera, y mientras se movía de un lado al otro de la cama, ansioso, anhelo más que nunca estar sano. ¡Ay la enfermedad! Haciéndonos valorar más que nunca un cuerpo sano. ¡Ay de nosotros al sentirnos desvalidos y enfermos, débiles y convalecientes! Cuando nos sentíamos así, dejábamos de ser fuertes y poderosos y solo nos convertíamos en niños esperando ser atendidos. Al menos, eso es lo que sentía Emilio Cartagena ahora mismo, mirando perdido las paredes beige de su cuarto y sintiendo el al menos reconfortante peso de las cobijas que le brindaban un mínimo de calor y protección. Sentía fríos los pies a pesar de usar gruesas medias y temblaba lleno de escalofríos que sacudían su cuerpo y helaban sus manos. Aunque intentó por todos los medios posibles dejar de lado los más lúgubres pensamientos de su mente y alejar e
Dormirme en tu pecho bendito cual niño acurrucado, Dormirme en tus besos dulces y despertar enviciado, Tan solo imagina que la noche es nuestra, Que despertar enredados es seña y muestra… Porque sé que puedo parecerte aburrido, Pero es que quiero paz, y la quiero contigo. Poder guardar todo tu cariño, Que seas mi apoyo, mi mitad, mi vida y mi abrigo. Si… Ya sé que no estoy bien de la cabeza… Y que a veces mis ideas trascienden la realidad. ¿Pero que más sincero que el cariño de un loco? Porque es el único, que te querrá de verdad.
Vacilando entre la locura, Perdiendo la cordura, Me encuentro amor mío, Luchando conmigo mismo… Vacilante entre mil sueños, entre los anhelos de tu amor bonito, me encuentro perdido en rosas, enternecido mi corazoncito. ¡Vacilando y sin vacilar por ningún motivo! ¡Seguro de que te quiero y de qué eres mi perdición! ¡Porque muchos llamarían insensateza a lo nuestro! ¡Pero yo solo lo llamo un sincero amor! La música que puso esa noche sonaba melodiosa resultándole una grata compañía… un remanso de paz en medio de tantos días estresantes, de pruebas inoportunas e inesperadas y deberes acumulados, de conversaciones con su novio y la enfermedad que le afectó por venir a verle. Al acabar de leer el último poema que le había enviado se sintió ru
<<Emilio se había vuelto loco, loco de enfermo. No. Siempre ha sido un loco, y ahora lo demostró más que nunca>>. ¡La playa! ¡La playa estaba tan lejos! Antes siquiera de pensar en una respuesta, su mente hizo cortocircuito al caer en cuenta de la canción que sonaba en ese momento. “Hasta el fin del mundo”. La letra avanzó hasta llegar a la parte que más podía significar para ella en ese momento… “Hasta el fin del mundo te seguiré, donde sea que estés yo te encontraré... Nada en mí es más importante... que vivir junto a ti". Cantó los versos en sintonía con la canción. Al terminar tragó saliva, pensando en si podría haber una situación más propicia, o más incómoda, para que suene esa canción. Por supuesto que quería permanecer junto a Emilio a pesar de todo, y acompañarle en esas loca aventuras que se le ocurrían de vez en cuando...¿Pero decirle que sí?
Mientras estaba sentado ahí en ese salón, solo tuvo una certeza. No le gustaban los doctores. No porque creyese como algunos ignorantes que eran “matasanos”, no porque se creyese más que ellos, no por cualquier razón lógica o no lógica. Simplemente, no le gustaban ni los doctores, ni las enfermeras, ni las clínicas, ni las paredes blancas, ni los estetoscopios. Pero aunque no le gustasen, ahora mismo debía de esperar que uno de ellos le atendiese a ver si lograba quitarle la enfermedad que aquejaba su cuerpo. El salón era amplio y luminoso, con sillas para hacer más llevadera la espera y algunos posters relacionados con el tema de la salud. Una planta solitaria adornaba una pequeña mesa de vidrio que a su vez dejaba reposar unas cuantas revistas de temas variados sobre su superficie. Un pasillo estaba unicado a su izquierda, que se dirigía como tal al consultorio del doctor. Era el único que esperaba en ese salón tan asceptico. Se encontraba en la “y”,
— Dígame, ¿motivo de su visita? <<Estoy jodido y radiante doc>>, le habló su mente, pero su boca dijo algo distinto. —Dolor de cabeza, fiebre, dolores del cuerpo, en las extremidades. Estoy con malestar desde la otra semana, también tos y algo de gripe. Esito nomas. — ¿Se tomó alguna pastilla? Antes de responder, se fijó en las paredes llenas de diplomas, los anaqueles con documentos, el escritorio adornado con elegancia y sutileza. <<Se ve chévere, pero nunca sería doctor>>. Era curioso, no le gustaba para nada la idea de trabajar con sangre debido al asco tan tenaz que le provocaba tocar los fluidos de alguien más, no le temía de ningún modo, no gritaba al ver una gotita o lloraba al ver tripas desparramadas. Simplemente, odiaba la idea de tocar esos líquidos que estuvieron fluyendo por el interior de quién sabe quién. En ese sentido era demasiado quisquilloso, y por ende, estudiando lo que estudiaba, era feliz. Aunque…
—Así que volvió el hijo pródigo. —Volvió por quién llorabas —rio— a poner orden para que no hagas huevadas. Después de mirarse, midiéndose con la mirada, finalmente ambos chicos chocaron las manos y se recibieron efusivamente. Eran las seis de la mañana, por lo que antes de comenzar las clases, hablaron largo y tendido sobre las novedades que acontecieron los días que Emilio estuvo ausente, aquejado por la enfermedad que adquirió cuando viajó hacía al norte, a aplacar el corazón de la mujer que quería tanto. Marco se explayó, contándole sobre las clases y los ingenieros y los chicos y chicas que hicieron pareja aún después de que afirmaron que nunca sucedería. La larga lista de deberes casi le hizo arrepentir de los días que falto, pero ya luego los haría. Él podía con eso, podía con las clases, podía con todo. Por la puerta, entraron más y más estudiantes. Algunos saludaron a Emilio, otros cruzaron rápidos, algunos hacían los deberes. Su instituto no