— Dígame, ¿motivo de su visita?
<<Estoy jodido y radiante doc>>, le habló su mente, pero su boca dijo algo distinto. —Dolor de cabeza, fiebre, dolores del cuerpo, en las extremidades. Estoy con malestar desde la otra semana, también tos y algo de gripe. Esito nomas.
— ¿Se tomó alguna pastilla?
Antes de responder, se fijó en las paredes llenas de diplomas, los anaqueles con documentos, el escritorio adornado con elegancia y sutileza. <<Se ve chévere, pero nunca sería doctor>>. Era curioso, no le gustaba para nada la idea de trabajar con sangre debido al asco tan tenaz que le provocaba tocar los fluidos de alguien más, no le temía de ningún modo, no gritaba al ver una gotita o lloraba al ver tripas desparramadas. Simplemente, odiaba la idea de tocar esos líquidos que estuvieron fluyendo por el interior de quién sabe quién. En ese sentido era demasiado quisquilloso, y por ende, estudiando lo que estudiaba, era feliz.
Aunque…
—Así que volvió el hijo pródigo. —Volvió por quién llorabas —rio— a poner orden para que no hagas huevadas. Después de mirarse, midiéndose con la mirada, finalmente ambos chicos chocaron las manos y se recibieron efusivamente. Eran las seis de la mañana, por lo que antes de comenzar las clases, hablaron largo y tendido sobre las novedades que acontecieron los días que Emilio estuvo ausente, aquejado por la enfermedad que adquirió cuando viajó hacía al norte, a aplacar el corazón de la mujer que quería tanto. Marco se explayó, contándole sobre las clases y los ingenieros y los chicos y chicas que hicieron pareja aún después de que afirmaron que nunca sucedería. La larga lista de deberes casi le hizo arrepentir de los días que falto, pero ya luego los haría. Él podía con eso, podía con las clases, podía con todo. Por la puerta, entraron más y más estudiantes. Algunos saludaron a Emilio, otros cruzaron rápidos, algunos hacían los deberes. Su instituto no
>>La mentira duró cuatro meses; los más lindos que viví en mi época como estudiante. Con ella perdí la virginidad incluso, una vez en mi casa, y cuando sucedió, le dije que la amaba con locura. Era cierto y en mieles pasa durante todo ese tiempo… Pero como toda mentira, llego un momento en el que ya no fue posible sostenerla. Ella conocía a todos mis amigos, yo no a los de ella, ella conocía mi casa y a mis padres, pero yo no tenía ni idea de con quién vivía, aduciendo que su papá era fregado, por lo que apenas entré un par de veces a su sala, que lucía como cualquier otra. Ella me enseño que guardaba una llave en una maceta en su entrada, lo recuerdo con claridad. A veces desaparecía durante horas afirmando que no tenía internet, otras veces faltaba al colegio hasta dos días, y luego venía despeinada y con los ojos rojos. No me quería contar porque la expulsaron del otro colegio, no sabía casi nada de ella a pesar de las semanas y días que pasábamos juntos, y mientras
Esa mañana, el día no pudo amanecer más soleado. Las nubes blancas como algodón impoluto se perdían en un cielo que de tan azul se convertía en un mar infinito de aguas cristalinas, mientras los rayos dorados del sol atravesaban dorados la blancura y bañaban el mundo con su revitalizante calidez. ¿Qué más podían pedirle a la vida? ¿Qué más que un calor inusitado pero cómodo, una brisa fresca y un mundo por conocer? ¿Qué más que una compañía chévere, una sonrisa sincera y una pareja fiel? Mientras el sol hacía de las suyas, y la naturaleza le reafirmaba al ser humano que solo era una indiferente mota en medio de su enormidad, una pareja convertía al mundo en su propio entorno, en su hábitat natural, en su propio lugar para estar felices. Sus manos entrelazadas reflejaban su fuerte unión, sus corazones latían juntos y el poder del cariño mutuo hacía mella dentro de ellos, convirtiéndolos en más que una simple pareja; volviéndolos un ser unido, único, una fuerza que transcendía
— ¿Fue culpa de ella? —Julieta parecía más inquisitiva que nunca. Emilio sabía, o al menos consideraba, que esa era una prueba de las que habitualmente las mujeres ponen a los hombres. —Fue culpa de ambos. Hubo muchos factores que llevaron a que eso terminase muy mal… Ella no respondió. Caminaron ambos, juntos, subiendo por una calle. Estaban cada vez más cerca de llegar y mientras avanzaban, ambos se concentraron en sus pensamientos. Emilio no resistió las ganas de comenzar a hablar. —Sin embargo, amor mío, ese fue mi pasado. Mi pasado, lo que viví, lo que paso algún día. Lo que quiero ahora se llama Julieta, y nuestra relación, sho y tú, es lo más importante. Claro que… hay algo que debo decirte. —Dímelo, poeta. —Todas esas experiencias si me dejaron algo, y todo lo que viví me llevo a tomar una decisión firme. Contigo, con este amor que ya ha crecido tanto… quiero hacer las cosas bien, demasiado bien, de principio a fin. Por ti y
— ¡Cumpliendo siete meses me encuentro hoy! —anunció en voz alta en medio de la sala— ¡siete meses madre! ¡imagínese usted! Su madre, mujer pequeña y delgada, de cabello negro corto y ojos cafés, le miró desde abajo. No le importaba su altura, hoy y dentro de veinte años seguiría controlándole, a pesar de que Emilio era dos cabezas más alto ya. — ¿Con tu Julieta? Levantó una ceja, fingiendo la más profunda de las consternaciones. —Obvio. Con mi Julieta. Ya son siete meses de relación, que pasaron rapidísimos, y míreme, acá me encuentro. —Tan feo como siempre —acotó su madre. — ¡Pero más feliz que nunca! —aclaró él. —Tú y tu novia… Su mamá le miró mientras se pasaba una mano por el cabello, acomodándoselo, sonriendo ante su reflejo. Él era feliz, pero ella se preocupaba por lo que podría suceder con su hijo mayor. Ya una vez le vio sufriendo, y ya eso era suficiente para toda una vida. —Mañana saldré todo el día, entonc
“Verá mijita. Si usted quiere estar con mijo, debe de atenderle bien”. Emilio, que hasta ese momento estaba concentrado en comerse cuanto bocadillo pudiese tomar de la mesa, levantó la cabeza al escuchar esas palabras. Para su pesar o fortuna, las mujeres y su amigo estaban cerca y podía escuchar cuanto cosa pudieran decir. “Yo le lavo la ropita, le preparo la comida, le cuido y le arreglo el cuarto. Yo le tengo bien a mi hijito y realmente me gustaría que usted también lo haga. Si va a ser así, entonces usted estese nomas con mi hijo. Eso nomas le puedo decir señorita”. Después de escuchar esas palabras, Emilio casi abrió la boca, demasiado sorprendido. Esas palabras le resultaron absurdas, más tomando en cuenta que después de criarse solo con mujeres él nunca tomaría esa actitud frente a una y peor su madre incitaría esos comportamientos. Después de esa ocasión, se paró a reflexionar sobre su propia familia y las demás, sobre el machismo i
Las alarmas sonaron puntualmente, despertando a ambos de sueños extraños e ideas distintas. Como un paralelismo, sus mañanas transcurrieron de forma casi sincrónica, ambos despertando con un ojo cerrado y el otro abierto, luchando por el instinto primario de dormir en lugar de salir de la cama. El día amaneció gris y a pesar de que no llovería en todo el día, si el viento soplaba provocando un frío terrible que les azotó cuando por fin salieron de la calidez de las cobijas y se encaminaron en dirección a un anhelo. Él buscó la ropa que usaría ese día, decidiéndose sin que fuera una sorpresa por un jean viejo y una camiseta negra, acompañada de una chompa del mismo color. Después de decidir tomó la toalla, planchó el pantalón y se pasó una mano por el cabello. Llegó a la cocina y procurando no hacer demasiado ruido para que su madre y sus hermana no despertasen, tomando un pan y calentando una taza de quaker que le serviría como un sencillo desayuno. Se dirigió a la ducha y t
Algunos podían llamarles egoístas, ellos solo se consideraban jóvenes que deseaban disfrutar de la vida mientras pudieran. Cuando ella notó que buses iban a tomar, enseguida supo a donde irían. No le pareció la mejor de las ideas, pero las intenciones de él de llevarle a sus “zonas” ya llevaban tiempo entre ambos y la verdad era que ahora se sentía segura a su lado. Segura de que la pasarían bien, de que le cuidaría y en ningún momento se atrevería dejarle sola. ¿Qué más podía que aceptar los planes locos de su novio? Finalmente se subieron y encontraron dos asientos; apenas después de sentarse él la abrazó. —Nos vamos, amor mío, —rectificó cuando el bus avanzaba—. Nos vamos para… para allá mismo. —Al sur nos vamos, —le dijo ella. —Exacto, mi vida —repitió él— era más que obvio. Te dije hace un tiempo que quería irme contigo, y hoy voy a cumplir ese sueño. Vas a conocer mi barrio, vas a comerte unos pancitos de chocolate deliciosos y vamos a probar la