— ¡Cumpliendo siete meses me encuentro hoy! —anunció en voz alta en medio de la sala— ¡siete meses madre! ¡imagínese usted!
Su madre, mujer pequeña y delgada, de cabello negro corto y ojos cafés, le miró desde abajo. No le importaba su altura, hoy y dentro de veinte años seguiría controlándole, a pesar de que Emilio era dos cabezas más alto ya. — ¿Con tu Julieta?
Levantó una ceja, fingiendo la más profunda de las consternaciones. —Obvio. Con mi Julieta. Ya son siete meses de relación, que pasaron rapidísimos, y míreme, acá me encuentro.
—Tan feo como siempre —acotó su madre.
— ¡Pero más feliz que nunca! —aclaró él.
—Tú y tu novia…
Su mamá le miró mientras se pasaba una mano por el cabello, acomodándoselo, sonriendo ante su reflejo. Él era feliz, pero ella se preocupaba por lo que podría suceder con su hijo mayor. Ya una vez le vio sufriendo, y ya eso era suficiente para toda una vida.
—Mañana saldré todo el día, entonc
“Verá mijita. Si usted quiere estar con mijo, debe de atenderle bien”. Emilio, que hasta ese momento estaba concentrado en comerse cuanto bocadillo pudiese tomar de la mesa, levantó la cabeza al escuchar esas palabras. Para su pesar o fortuna, las mujeres y su amigo estaban cerca y podía escuchar cuanto cosa pudieran decir. “Yo le lavo la ropita, le preparo la comida, le cuido y le arreglo el cuarto. Yo le tengo bien a mi hijito y realmente me gustaría que usted también lo haga. Si va a ser así, entonces usted estese nomas con mi hijo. Eso nomas le puedo decir señorita”. Después de escuchar esas palabras, Emilio casi abrió la boca, demasiado sorprendido. Esas palabras le resultaron absurdas, más tomando en cuenta que después de criarse solo con mujeres él nunca tomaría esa actitud frente a una y peor su madre incitaría esos comportamientos. Después de esa ocasión, se paró a reflexionar sobre su propia familia y las demás, sobre el machismo i
Las alarmas sonaron puntualmente, despertando a ambos de sueños extraños e ideas distintas. Como un paralelismo, sus mañanas transcurrieron de forma casi sincrónica, ambos despertando con un ojo cerrado y el otro abierto, luchando por el instinto primario de dormir en lugar de salir de la cama. El día amaneció gris y a pesar de que no llovería en todo el día, si el viento soplaba provocando un frío terrible que les azotó cuando por fin salieron de la calidez de las cobijas y se encaminaron en dirección a un anhelo. Él buscó la ropa que usaría ese día, decidiéndose sin que fuera una sorpresa por un jean viejo y una camiseta negra, acompañada de una chompa del mismo color. Después de decidir tomó la toalla, planchó el pantalón y se pasó una mano por el cabello. Llegó a la cocina y procurando no hacer demasiado ruido para que su madre y sus hermana no despertasen, tomando un pan y calentando una taza de quaker que le serviría como un sencillo desayuno. Se dirigió a la ducha y t
Algunos podían llamarles egoístas, ellos solo se consideraban jóvenes que deseaban disfrutar de la vida mientras pudieran. Cuando ella notó que buses iban a tomar, enseguida supo a donde irían. No le pareció la mejor de las ideas, pero las intenciones de él de llevarle a sus “zonas” ya llevaban tiempo entre ambos y la verdad era que ahora se sentía segura a su lado. Segura de que la pasarían bien, de que le cuidaría y en ningún momento se atrevería dejarle sola. ¿Qué más podía que aceptar los planes locos de su novio? Finalmente se subieron y encontraron dos asientos; apenas después de sentarse él la abrazó. —Nos vamos, amor mío, —rectificó cuando el bus avanzaba—. Nos vamos para… para allá mismo. —Al sur nos vamos, —le dijo ella. —Exacto, mi vida —repitió él— era más que obvio. Te dije hace un tiempo que quería irme contigo, y hoy voy a cumplir ese sueño. Vas a conocer mi barrio, vas a comerte unos pancitos de chocolate deliciosos y vamos a probar la
Por fin, el bus de la cooperativa Quto llegó hasta la altura de la Argelia, el barrio donde Emilio vivía, y dejó a los dos jóvenes en la parada de la Simon Bolivar, cuyo final era imposible de ver, exténdiéndose más y más allá, continuando para hacer más fácil la travesía de los viajantes que iban en dirección al sur del país. A esa hora de la mañana, un sol agradable iluminaba el rostro de todos los quiteños, sumado a una brisa tan suave, sutil y llena de aquel toque frío propio de estas tierras que no pudieron encontrar un día más propicio para haber llegado, un momento mejor para encontrarse en esas alturas, un momento más óptimo para recorrer la ciudad. Al oeste estaba el valle de los chillos, enorme y plano, alcanzando hasta donde llegaba la vista, cubierto por una maraña de colores y edificios de todo tipo. Al norte del valle había un cerro, al sur ya encontraban los nevados perpetuos como el Cotopaxi, que en esa mañana despejada se dejaba ver entre unas
Emilio Cartagena se miró en el espejo de su habitación y encontró una sonrisa amplia en su reflejo. El cabello le caía en forma de hongo, su uniforme estaba desarreglado y su aspecto era el de un chico, cuando menos, extraño. Aun así, no le importaba. Mirándose una última vez, se retiró satisfecho. Tenía quince años y el ímpetu de ir al colegio cuanto antes. Su mochila estaba lista, su madre molesta y su corazón acelerado. Aquel día, si todo iba bien, iba a ser muy importante. Pocas veces había sentido la alegría que poseía su corazón, aun menos veces se había llenado de tantos nervios. Lo cierto era qué, ahora mismo, no habría nada ni nadie que le distrajese de su objetivo. —¿Si llevas todo? —Le cuestionó su madre—. Luego me andas llamando para que te lleve las cosas. Hace una semana, Emilio tuvo que llamarla para rogarle que le llevase una maqueta que olvidó en casa. Aguantó el regaño y la molestia de mamá, con tal de presentar una nota. Lo ci
¿Existen verdaderamente las almas gemelas? Lo único cierto era qué, en esos momentos, el pequeño Emilio creía con total certeza en aquel concepto. Ella le había dicho que sí, que sí quería ser su novia. Él había sonreído y le había abrazado, sintiendo el calor corporal de la chica a través de la tela de sus uniformes. Era suave, dulce, una especie de calidez desconocida y reconfortante. Si bien no era su primer acercamiento con el amor, si era cierto qué nunca antes lo tuvo tan cerca. Antes de ella, estuvieron las gemelas. ¿Por qué su mente se empeñaba en recordarle cada uno de los aspectos y parejas que le llevaron a estar donde estaba? No lo sabía, pero su mente si le decía que no debía de olvidar todo lo que le había llevado hasta allí. Las gemelas fueron dos niñas, niñas que conoció en sus tiempos de escuela, y que llegaron a gustarle, o expresado de otro modo llegaron a golpearle demostrando su gusto como solo suelen hacerlo los niños.
Era un día lluvioso, de una semana triste, hace una década. Emilio era apenas poco más que un niño. Julieta, Marco, los amigos de su barrio, el instituto, el curso de inglés, la relación que le traería buenos y malos momentos, más buenos que malos, todo estaba lejos en el futuro, en otro tiempo mucho más allá. Por el momento, el presente era distinto, desenvolviéndose en un sinfín de injusticias y cuestiones que forjarían el carácter del chico de un modo distinto, un modo que influiría en su forma de ser con su novia, muchos años después.Emilio vivía en la Argelia con sus padres. Era un niño pequeño y soñador, que jugaba con plastilina y leía libros cada vez menos infantiles. Poco a poco dejaba de ser un niño para convertirse en un puberto y sus deseos y pensamientos cambiaban a medida que lo hacía su cuerpo.
Cuando se encontraron, Emilio no resistió las ganas de abrazarle con sus brazos duertes rodeando su cuerpo femenino en un afán más que de protección, de búsqueda, de anhelo, de ganas de sentirle cerca suyo y eliminar cualquier miedo que hubiera tenido. Sin pensarlo la estrecho contra sí, lo hizo y Julieta, tomada por sorpresa, le rodeó también con sus brazos. Durante los segundos que duró el abrazo, el mundo se redujo a ellos dos, sintiéndose seguros y tranquilos con sus cercanía y el cariño enorme que se demostraron con un sencillo gesto. Así hubieran podido seguir durante horas, pero la incomodidad de estar en público y el temor a caer en la cursilería más dulces les hizo separarse después de algunos segundos, recobrando la compotura y el buen porte.—Hola, poeta —saludó ella con ojos brillantes, ojos que encerraban mil secretos