Emilio Cartagena se miró en el espejo de su habitación y encontró una sonrisa amplia en su reflejo. El cabello le caía en forma de hongo, su uniforme estaba desarreglado y su aspecto era el de un chico, cuando menos, extraño. Aun así, no le importaba.
Mirándose una última vez, se retiró satisfecho. Tenía quince años y el ímpetu de ir al colegio cuanto antes.
Su mochila estaba lista, su madre molesta y su corazón acelerado. Aquel día, si todo iba bien, iba a ser muy importante. Pocas veces había sentido la alegría que poseía su corazón, aun menos veces se había llenado de tantos nervios. Lo cierto era qué, ahora mismo, no habría nada ni nadie que le distrajese de su objetivo.
—¿Si llevas todo? —Le cuestionó su madre—. Luego me andas llamando para que te lleve las cosas.
Hace una semana, Emilio tuvo que llamarla para rogarle que le llevase una maqueta que olvidó en casa. Aguantó el regaño y la molestia de mamá, con tal de presentar una nota. Lo ci
¿Existen verdaderamente las almas gemelas? Lo único cierto era qué, en esos momentos, el pequeño Emilio creía con total certeza en aquel concepto. Ella le había dicho que sí, que sí quería ser su novia. Él había sonreído y le había abrazado, sintiendo el calor corporal de la chica a través de la tela de sus uniformes. Era suave, dulce, una especie de calidez desconocida y reconfortante. Si bien no era su primer acercamiento con el amor, si era cierto qué nunca antes lo tuvo tan cerca. Antes de ella, estuvieron las gemelas. ¿Por qué su mente se empeñaba en recordarle cada uno de los aspectos y parejas que le llevaron a estar donde estaba? No lo sabía, pero su mente si le decía que no debía de olvidar todo lo que le había llevado hasta allí. Las gemelas fueron dos niñas, niñas que conoció en sus tiempos de escuela, y que llegaron a gustarle, o expresado de otro modo llegaron a golpearle demostrando su gusto como solo suelen hacerlo los niños.
Era un día lluvioso, de una semana triste, hace una década. Emilio era apenas poco más que un niño. Julieta, Marco, los amigos de su barrio, el instituto, el curso de inglés, la relación que le traería buenos y malos momentos, más buenos que malos, todo estaba lejos en el futuro, en otro tiempo mucho más allá. Por el momento, el presente era distinto, desenvolviéndose en un sinfín de injusticias y cuestiones que forjarían el carácter del chico de un modo distinto, un modo que influiría en su forma de ser con su novia, muchos años después.Emilio vivía en la Argelia con sus padres. Era un niño pequeño y soñador, que jugaba con plastilina y leía libros cada vez menos infantiles. Poco a poco dejaba de ser un niño para convertirse en un puberto y sus deseos y pensamientos cambiaban a medida que lo hacía su cuerpo.
Cuando se encontraron, Emilio no resistió las ganas de abrazarle con sus brazos duertes rodeando su cuerpo femenino en un afán más que de protección, de búsqueda, de anhelo, de ganas de sentirle cerca suyo y eliminar cualquier miedo que hubiera tenido. Sin pensarlo la estrecho contra sí, lo hizo y Julieta, tomada por sorpresa, le rodeó también con sus brazos. Durante los segundos que duró el abrazo, el mundo se redujo a ellos dos, sintiéndose seguros y tranquilos con sus cercanía y el cariño enorme que se demostraron con un sencillo gesto. Así hubieran podido seguir durante horas, pero la incomodidad de estar en público y el temor a caer en la cursilería más dulces les hizo separarse después de algunos segundos, recobrando la compotura y el buen porte.—Hola, poeta —saludó ella con ojos brillantes, ojos que encerraban mil secretos
Esa mañana, Julieta se levantó de mal humor.Saludó a su madre, comió el sencillo desayuno, se vistió y se miró al espejo esperando encontrar una sonrisa, pero no fue así. Se miró las facciones… y recordó que él le decía que tenía los “labios de durazno”. La primera vez que lo escuchó le pareció estúpido, pero ahora un ramalazo de ternura le llenó el pecho al recordarlo.Suspiró y terminó de alistarse. Salió de casa pensativa; se subió al bus con una expresión de pocos amigos. Miró por la ventana las calles y a las personas; nada fue capaz de cambiar su carácter. Aunque no era culpa, ni de su familia, ni de sus amigos ni del mundo, esa mañana, esa precisa mañana, se sentía molesta. ¿Por qué? Cabía preguntarse. ¿Por qué? Quisiera también saber ella. No lo supo, no lo sabría, no le interesaba descubrirlo. Tal vez, solo tal vez, se debía al hecho de que gracias a Emilio Cartagena, su “novio”, había obtenido una nota de cinco en una prueba importante. U
Julieta se quedó en silencio. “Te quiero”. El eco de las palabras resonó entre ambos.El mundo pareció quedarse quieto durante esos instantes que ambos cruzaron miradas. Ella no respondió, paralizada. Tres meses llevaban ya, y por lo tanto el demostrar sus sentimientos de ese modo no le pareció apresurado al chico. Pero tal parecía que Julieta no opinaba lo mismo.Las manos se juntaron con fuerza durante un segundo… y entonces se soltaron. Las dudas y el ramalazo de inseguridad que sintió Emilio antes por su borrachera volvieron, pero esta vez enfocándose en lo distinto que resultó al momento a como se lo imagino. ¿Qué culpa era que sus sentimientos le hiciesen decir lo que sentía? Tragando saliva, miró a su novia, quién parecía tan expectante como él.—Me quieres —respondió ella por fin, atravesando con sus palabras un silencio que ya era tan tenso como el hielo, rodeándolos a ambos—. ¿Para qué?Antes de ese momento, Emilio se hubiera esperado cualquier resp
—Después de todo el inglés resultó más que bien, ¿si o qué?La voz susurrante de Marco le distrajo un segundo de lo que el ingeniero enseñaba en el pizarrón. Las fórmulas se fundían formando un mosaico casi ininteligible de números que sin embargo, los estudiantes de algún modo debían de entender.Afuera, el ruido de los buses Translatinos pasando y algunos autos de “adefesiosos” que aceleraban en la avenida Maldonado se dejaba escuchar. Era la última hora de clase de un día lunes, por lo que a Emilio y Marco les esperaba una larga semana por delante.—Y entonces mija. —Respondió en el mismo volumen, procurando tomar los últimos apuntes del ejercicio de la pizarra—. Vos andas contento vacilando.—Y vos contento con tu pelada.Emilio no pudo evitar sonreír ante el recuerdo de ella, su
Era un día lluvioso, de una semana triste, hace una década. Emilio era apenas poco más que un niño. Julieta, Marco, los amigos de su barrio, el instituto, el curso de inglés, la relación que le traería buenos y malos momentos, más buenos que malos, todo estaba lejos en el futuro, en otro tiempo mucho más allá. Por el momento, el presente era distinto, desenvolviéndose en un sinfín de injusticias y cuestiones que forjarían el carácter del chico de un modo distinto, un modo que influiría en su forma de ser con su novia, muchos años después.Emilio vivía en la Argelia con sus padres. Era un niño pequeño y soñador, que jugaba con plastilina y leía libros cada vez menos infantiles. Poco a poco dejaba de ser un niño para convertirse en un puberto y sus deseos y pensamientos cambiaban a medida que lo hacía su cuerpo.
<<¿Por qué me enfermé así>> Esa era la pregunta… y la respuesta no podía ser menos que complicada. <<O bueno, más que complicada, irresoluble>>.Ese día de la carta, realmente no hizo nada distinto. Fue al norte por la Simón Bolívar, tomó esos buses viejos y ue aceleraban demasiado; habló con Julieta, entregó su lindo texto. <<Pero me enferme como un hijueputa…>> Tal vez sin querer atrapó en algún momento un virus, tocó alguna superficie que no debía; tal vez el mismo karma de haberse peleado con su novia, aunque él no creía en esa nota de los karmas. Un pensamiento extraño acudió a su mente como consecuencia. <<Si a mí me toca tan duro esta simple enfermedad… no quiero ni imaginarme si sucediese algo tan terrible como una pandemia>>.Ja. Eso es algo im