Dormirme en tu pecho bendito cual niño acurrucado,
Dormirme en tus besos dulces y despertar enviciado,
Tan solo imagina que la noche es nuestra,
Que despertar enredados es seña y muestra…
Porque sé que puedo parecerte aburrido,
Pero es que quiero paz, y la quiero contigo.
Poder guardar todo tu cariño,
Que seas mi apoyo, mi mitad, mi vida y mi abrigo.
Si…
Ya sé que no estoy bien de la cabeza…
Y que a veces mis ideas trascienden la realidad.
¿Pero que más sincero que el cariño de un loco?
Porque es el único, que te querrá de verdad.
Vacilando entre la locura, Perdiendo la cordura, Me encuentro amor mío, Luchando conmigo mismo… Vacilante entre mil sueños, entre los anhelos de tu amor bonito, me encuentro perdido en rosas, enternecido mi corazoncito. ¡Vacilando y sin vacilar por ningún motivo! ¡Seguro de que te quiero y de qué eres mi perdición! ¡Porque muchos llamarían insensateza a lo nuestro! ¡Pero yo solo lo llamo un sincero amor! La música que puso esa noche sonaba melodiosa resultándole una grata compañía… un remanso de paz en medio de tantos días estresantes, de pruebas inoportunas e inesperadas y deberes acumulados, de conversaciones con su novio y la enfermedad que le afectó por venir a verle. Al acabar de leer el último poema que le había enviado se sintió ru
<<Emilio se había vuelto loco, loco de enfermo. No. Siempre ha sido un loco, y ahora lo demostró más que nunca>>. ¡La playa! ¡La playa estaba tan lejos! Antes siquiera de pensar en una respuesta, su mente hizo cortocircuito al caer en cuenta de la canción que sonaba en ese momento. “Hasta el fin del mundo”. La letra avanzó hasta llegar a la parte que más podía significar para ella en ese momento… “Hasta el fin del mundo te seguiré, donde sea que estés yo te encontraré... Nada en mí es más importante... que vivir junto a ti". Cantó los versos en sintonía con la canción. Al terminar tragó saliva, pensando en si podría haber una situación más propicia, o más incómoda, para que suene esa canción. Por supuesto que quería permanecer junto a Emilio a pesar de todo, y acompañarle en esas loca aventuras que se le ocurrían de vez en cuando...¿Pero decirle que sí?
Mientras estaba sentado ahí en ese salón, solo tuvo una certeza. No le gustaban los doctores. No porque creyese como algunos ignorantes que eran “matasanos”, no porque se creyese más que ellos, no por cualquier razón lógica o no lógica. Simplemente, no le gustaban ni los doctores, ni las enfermeras, ni las clínicas, ni las paredes blancas, ni los estetoscopios. Pero aunque no le gustasen, ahora mismo debía de esperar que uno de ellos le atendiese a ver si lograba quitarle la enfermedad que aquejaba su cuerpo. El salón era amplio y luminoso, con sillas para hacer más llevadera la espera y algunos posters relacionados con el tema de la salud. Una planta solitaria adornaba una pequeña mesa de vidrio que a su vez dejaba reposar unas cuantas revistas de temas variados sobre su superficie. Un pasillo estaba unicado a su izquierda, que se dirigía como tal al consultorio del doctor. Era el único que esperaba en ese salón tan asceptico. Se encontraba en la “y”,
— Dígame, ¿motivo de su visita? <<Estoy jodido y radiante doc>>, le habló su mente, pero su boca dijo algo distinto. —Dolor de cabeza, fiebre, dolores del cuerpo, en las extremidades. Estoy con malestar desde la otra semana, también tos y algo de gripe. Esito nomas. — ¿Se tomó alguna pastilla? Antes de responder, se fijó en las paredes llenas de diplomas, los anaqueles con documentos, el escritorio adornado con elegancia y sutileza. <<Se ve chévere, pero nunca sería doctor>>. Era curioso, no le gustaba para nada la idea de trabajar con sangre debido al asco tan tenaz que le provocaba tocar los fluidos de alguien más, no le temía de ningún modo, no gritaba al ver una gotita o lloraba al ver tripas desparramadas. Simplemente, odiaba la idea de tocar esos líquidos que estuvieron fluyendo por el interior de quién sabe quién. En ese sentido era demasiado quisquilloso, y por ende, estudiando lo que estudiaba, era feliz. Aunque…
—Así que volvió el hijo pródigo. —Volvió por quién llorabas —rio— a poner orden para que no hagas huevadas. Después de mirarse, midiéndose con la mirada, finalmente ambos chicos chocaron las manos y se recibieron efusivamente. Eran las seis de la mañana, por lo que antes de comenzar las clases, hablaron largo y tendido sobre las novedades que acontecieron los días que Emilio estuvo ausente, aquejado por la enfermedad que adquirió cuando viajó hacía al norte, a aplacar el corazón de la mujer que quería tanto. Marco se explayó, contándole sobre las clases y los ingenieros y los chicos y chicas que hicieron pareja aún después de que afirmaron que nunca sucedería. La larga lista de deberes casi le hizo arrepentir de los días que falto, pero ya luego los haría. Él podía con eso, podía con las clases, podía con todo. Por la puerta, entraron más y más estudiantes. Algunos saludaron a Emilio, otros cruzaron rápidos, algunos hacían los deberes. Su instituto no
>>La mentira duró cuatro meses; los más lindos que viví en mi época como estudiante. Con ella perdí la virginidad incluso, una vez en mi casa, y cuando sucedió, le dije que la amaba con locura. Era cierto y en mieles pasa durante todo ese tiempo… Pero como toda mentira, llego un momento en el que ya no fue posible sostenerla. Ella conocía a todos mis amigos, yo no a los de ella, ella conocía mi casa y a mis padres, pero yo no tenía ni idea de con quién vivía, aduciendo que su papá era fregado, por lo que apenas entré un par de veces a su sala, que lucía como cualquier otra. Ella me enseño que guardaba una llave en una maceta en su entrada, lo recuerdo con claridad. A veces desaparecía durante horas afirmando que no tenía internet, otras veces faltaba al colegio hasta dos días, y luego venía despeinada y con los ojos rojos. No me quería contar porque la expulsaron del otro colegio, no sabía casi nada de ella a pesar de las semanas y días que pasábamos juntos, y mientras
Esa mañana, el día no pudo amanecer más soleado. Las nubes blancas como algodón impoluto se perdían en un cielo que de tan azul se convertía en un mar infinito de aguas cristalinas, mientras los rayos dorados del sol atravesaban dorados la blancura y bañaban el mundo con su revitalizante calidez. ¿Qué más podían pedirle a la vida? ¿Qué más que un calor inusitado pero cómodo, una brisa fresca y un mundo por conocer? ¿Qué más que una compañía chévere, una sonrisa sincera y una pareja fiel? Mientras el sol hacía de las suyas, y la naturaleza le reafirmaba al ser humano que solo era una indiferente mota en medio de su enormidad, una pareja convertía al mundo en su propio entorno, en su hábitat natural, en su propio lugar para estar felices. Sus manos entrelazadas reflejaban su fuerte unión, sus corazones latían juntos y el poder del cariño mutuo hacía mella dentro de ellos, convirtiéndolos en más que una simple pareja; volviéndolos un ser unido, único, una fuerza que transcendía
— ¿Fue culpa de ella? —Julieta parecía más inquisitiva que nunca. Emilio sabía, o al menos consideraba, que esa era una prueba de las que habitualmente las mujeres ponen a los hombres. —Fue culpa de ambos. Hubo muchos factores que llevaron a que eso terminase muy mal… Ella no respondió. Caminaron ambos, juntos, subiendo por una calle. Estaban cada vez más cerca de llegar y mientras avanzaban, ambos se concentraron en sus pensamientos. Emilio no resistió las ganas de comenzar a hablar. —Sin embargo, amor mío, ese fue mi pasado. Mi pasado, lo que viví, lo que paso algún día. Lo que quiero ahora se llama Julieta, y nuestra relación, sho y tú, es lo más importante. Claro que… hay algo que debo decirte. —Dímelo, poeta. —Todas esas experiencias si me dejaron algo, y todo lo que viví me llevo a tomar una decisión firme. Contigo, con este amor que ya ha crecido tanto… quiero hacer las cosas bien, demasiado bien, de principio a fin. Por ti y