Porqué al verte me río,
Por esa viva y fugaz risa cristalina,
Porque sonríes cuando te miró,
Y haces que también sonría.
Gracias por pelear conmigo,
Por también hacerme enojar,
Porque después me dejas buscarte,
Mientras cada día te sueño más y más.
Gracias por los infinitos suspiros,
Por esos largos momentos compartidos,
Porque aunque sean efímeros minutos,
Sé que los pase, feliz de la vida, solo contigo.
Gracias mi vida por el amor y por todo,
Por los besos cálidos, por este infinito cariño,
Gracias porque al estar a mi lado,
Te aseguro que me siento… mucho más vivo.
No sé cómo comenzar, no sé qué decir, Ni si llorar, ni si reír, No sé cuánto cariño llevo dentro, Tampoco describir todo lo que siento. Pero no quiero hablar de mis dudas… Quiero escribir sobre mis certezas, No quiero que sientas miedo, Quiero me ames, con todas tus fuerzas. Sé que pasamos por mucho antes, Que vivimos, desvivimos, volvimos a vivir, Sé que la vida movió los hilos, Para poder estar, hoy junto a ti. Sé que ahora el presente es lo que importa, Sé que el futuro lo podemos construir, Sé que sentimos muchas cosas, Sé que te quiero, te amo, te adoro, hasta el fin. Sé que estamos juntos. Que tu nombre y el mío, riman con amor, Sé que contigo camino de la mano, que soy feliz, Sé… que me robaste el corazón.
Mientras se encontraba recordando lo sucedido ese día, Emilio miró un punto de la nada. Por supuesto que no quería beber ya, y siempre después de que lo hacía las preguntas del por qué le llenaban la cabeza. La primera vez que lo hizo era apenas un adolescente, con diecisiete años bebió una lata de cerveza que fue suficiente para marearle y hacerle mirar el mundo de forma distinta, extraña. Una manera de apagar el cerebro. Emilio desde siempre pensaba sobre el mundo, sobre él, sobre todo lo que le rodeaba y sobre lo que podía hacer o dejar de hacer. Desde siempre era así, por ello cuando descubrió el licor y se dio cuenta de que le servía para apagar su mente y desconectar las ideas, hubo un tiempo en el que cada semana se embriagaba profusamente. Ahora, bebía no más de una vez al mes y no quería hacerlo más. El ejemplo de alcoholismo que le brindaba su padre y muchos hombres de su entorno era más que suficiente para evitar a toda costa recaer en la misma maldita adic
Te amo, en esta madrugada lo declaro, y mientras te pienso dormida sueño con acompañarte, quiero beber una vez más de tus labios dulce néctar, encontrar en tus brazos buen consuelo, de parte y parte. Te amo, te lo repetiré con devoto fervor mil veces, para que en tu delicada memoria se grabe a fuego, para que cada vez, a cada instante mientras me piensas, sepas que hasta el final, contra todo y por todo, contigo me quedo. Te amo porque te grabaste a hierro y trago en mi alma, y de un millón de lágrimas novecientas noventa y nueve mil fueron para ti, porque fue lo mejor el tiempo que vivimos de besos, letras y sueños contigo, porque siempre te amaré, aunque en un instante como un idiota, yo te perdí.
En el mar, la vida es más sabrosa”. Así rezaba el viejo y popular dicho. Julieta hubiera considerado esto también, pero para su pesar, no conocía ni la playa, ni el mar, ni la inmensa masa de agua que a todos tanto les gustaba. Algún día, se repitió. Por el momento y por lo que a ella le concernía, la vida era más sabrosa en el campo, el extenso y tranquilo campo, hogar de sus abuelos y dueño de una paz que tranquilizaba su corazón. Perezosa, estiró los brazos y miró hacia el horizonte, un eterno y verde horizonte. El cielo era azul claro, y los campos de hierba se extendían por montes y laderas que existían desde los albores del tiempo. Las pocas casas tenían un estilo antiguo característico de esos lares, una sencillez que resultaba compleja y una belleza contrastante con las casas de la ciudad. Caminos de tierra con plantas y arbustos conectaban los lugares y las laderas hacían que el terreno resultase abrupto y accidentado. Los cultivos crecían en la tie
Puedo decir las palabras más bonitas, O de escribir las frases más elaboradas hacer el intento… Y aunque sé que no soy el mejor poeta, Aquí van estos versos, que demuestran lo que siento. ¿Sabes mi amor? La verdad no me hace falta un día, Para declararle al mundo cuanto te amo, Pero ya que el mundo insiste en que sea hoy, Lo diré de nuevo, una y otra vez: estoy enamorado. Mujer… Eres bella, de los pies a la cabeza, Pasando por tus ojos, dos estrellitas, esos ojitos de capulí, Tu sonrisa de luna, entre tus sonrosadas mejillas, Tu rostro delicado, preciosa; tanta dulce belleza, solo para mí...
Tus senos, suave descanso, que cuidan el valle Donde está tu corazón, Tu cintura, tu cadera, y ese lugar secreto Que mis labios, ya conocen mejor que yo. Tus piernas, me estremezco cuando pienso en ellas, Tus finos pies; tus delicadas manos, que muestran el camino. Todo tu cuerpo… que bien lo veo solo, Y aún mejor, cuando se une con el mío. Y aunque importa, no es tu físico el que me enamora, No es solo tu belleza, toda la que me diste y la que te queda por dar, Lo que quiero es lo mejor, lo que guardas en tu interior, Lo que yo, también, estoy dispuesto a entregar.
Vaya… es difícil pensar que solo algunos meses han pasado, ¿no mi amor? Bueno, *inserte tiempo*, para ser exactos. Y ya hemos vivido tantas cosas, Intensas, bonitas, difíciles, todas hermosas... Cuando miré tu sonrisa por vez primera, Algo en mí sabía que eras para mí, que debías estar conmigo, No me equivoque, míranos mi niña, Hemos llegado a tanto, y el destino, nuestro fiel amigo… Ahora que te tengo, soy feliz. Gané todo lo que pude ganar Ese día, cuando lo inesperado paso, Y la semillita de lo que sería el amor sincero, En nosotros, en tú y yo, fértil se plantó.
Mientras estaba sentado ahí en ese salón, solo tuvo una certeza. No le gustaban los doctores. No porque creyese como algunos ignorantes que eran “matasanos”, no porque se creyese más que ellos, no por cualquier razón lógica o no lógica. Simplemente, no le gustaban ni los doctores, ni las enfermeras, ni las clínicas, ni las paredes blancas, ni los estetoscopios. Pero aunque no le gustasen, ahora mismo debía de esperar que uno de ellos le atendiese a ver si lograba quitarle la enfermedad que aquejaba su cuerpo. El salón era amplio y luminoso, con sillas para hacer más llevadera la espera y algunos posters relacionados con el tema de la salud. Una planta solitaria adornaba una pequeña mesa de vidrio que a su vez dejaba reposar unas cuantas revistas de temas variados sobre su superficie. Un pasillo estaba unicado a su izquierda, que se dirigía como tal al consultorio del doctor. Era el único que esperaba en ese salón tan asceptico. Se encontraba en la “y”,