En el mar, la vida es más sabrosa”. Así rezaba el viejo y popular dicho.
Julieta hubiera considerado esto también, pero para su pesar, no conocía ni la playa, ni el mar, ni la inmensa masa de agua que a todos tanto les gustaba. Algún día, se repitió. Por el momento y por lo que a ella le concernía, la vida era más sabrosa en el campo, el extenso y tranquilo campo, hogar de sus abuelos y dueño de una paz que tranquilizaba su corazón.
Perezosa, estiró los brazos y miró hacia el horizonte, un eterno y verde horizonte. El cielo era azul claro, y los campos de hierba se extendían por montes y laderas que existían desde los albores del tiempo. Las pocas casas tenían un estilo antiguo característico de esos lares, una sencillez que resultaba compleja y una belleza contrastante con las casas de la ciudad. Caminos de tierra con plantas y arbustos conectaban los lugares y las laderas hacían que el terreno resultase abrupto y accidentado. Los cultivos crecían en la tie
Puedo decir las palabras más bonitas, O de escribir las frases más elaboradas hacer el intento… Y aunque sé que no soy el mejor poeta, Aquí van estos versos, que demuestran lo que siento. ¿Sabes mi amor? La verdad no me hace falta un día, Para declararle al mundo cuanto te amo, Pero ya que el mundo insiste en que sea hoy, Lo diré de nuevo, una y otra vez: estoy enamorado. Mujer… Eres bella, de los pies a la cabeza, Pasando por tus ojos, dos estrellitas, esos ojitos de capulí, Tu sonrisa de luna, entre tus sonrosadas mejillas, Tu rostro delicado, preciosa; tanta dulce belleza, solo para mí...
Tus senos, suave descanso, que cuidan el valle Donde está tu corazón, Tu cintura, tu cadera, y ese lugar secreto Que mis labios, ya conocen mejor que yo. Tus piernas, me estremezco cuando pienso en ellas, Tus finos pies; tus delicadas manos, que muestran el camino. Todo tu cuerpo… que bien lo veo solo, Y aún mejor, cuando se une con el mío. Y aunque importa, no es tu físico el que me enamora, No es solo tu belleza, toda la que me diste y la que te queda por dar, Lo que quiero es lo mejor, lo que guardas en tu interior, Lo que yo, también, estoy dispuesto a entregar.
Vaya… es difícil pensar que solo algunos meses han pasado, ¿no mi amor? Bueno, *inserte tiempo*, para ser exactos. Y ya hemos vivido tantas cosas, Intensas, bonitas, difíciles, todas hermosas... Cuando miré tu sonrisa por vez primera, Algo en mí sabía que eras para mí, que debías estar conmigo, No me equivoque, míranos mi niña, Hemos llegado a tanto, y el destino, nuestro fiel amigo… Ahora que te tengo, soy feliz. Gané todo lo que pude ganar Ese día, cuando lo inesperado paso, Y la semillita de lo que sería el amor sincero, En nosotros, en tú y yo, fértil se plantó.
Mientras estaba sentado ahí en ese salón, solo tuvo una certeza. No le gustaban los doctores. No porque creyese como algunos ignorantes que eran “matasanos”, no porque se creyese más que ellos, no por cualquier razón lógica o no lógica. Simplemente, no le gustaban ni los doctores, ni las enfermeras, ni las clínicas, ni las paredes blancas, ni los estetoscopios. Pero aunque no le gustasen, ahora mismo debía de esperar que uno de ellos le atendiese a ver si lograba quitarle la enfermedad que aquejaba su cuerpo. El salón era amplio y luminoso, con sillas para hacer más llevadera la espera y algunos posters relacionados con el tema de la salud. Una planta solitaria adornaba una pequeña mesa de vidrio que a su vez dejaba reposar unas cuantas revistas de temas variados sobre su superficie. Un pasillo estaba unicado a su izquierda, que se dirigía como tal al consultorio del doctor. Era el único que esperaba en ese salón tan asceptico. Se encontraba en la “y”,
“ Julieta sonrió después de mirar la corta escena. ¿Cantaría acaso el primer colibrí canciones que rimaban? ¿Sería el segundo uno más distante? Eran dos, y lo que más curioso le resultó era que al final el segundo cedió ante los encantos del primero. Pero ella no lo podía hacer así… Se tomó el rostro y masajeo las sienes. Ella no gustaba de sentir tanto estrés, ni mucho menos de pensar tanto, ni de sentir emociones fuertes, Ella hubiera preferido más paz, la paz del campo y el sabor de una horchata caliente servida en una tacita de porcelana. Por supuesto, la vida no podía ser tan simple y el tiempo tan hermoso. Mientras el día transcurrió, Julieta se recostó en el pasto, mirando la nada. Pensó, pensó y pensó sobre la situación en la que se encontraba y rio sabiendo que su corazón no le daba más opciones. Ella ya era feliz así, con su novio y su relación, y no la cambiaría por nada del mundo. Eso era lo único cierto. Cuando la tarde llegó, un
No les tomó mucho tiempo concretar su cita. Emilio recibió un par de mensajes, los respondió feliz y envió unas cuantas opciones a Julieta. Ella eligió, ambos hablaron, discutieron amistosamente y después bromearon con verse y con darse un beso que dure una eternidad. Hablaron durante un par de horas y su salida quedó concretado el sábado de esa semana. Las clases transcurrieron, los días se sucedieron uno tras otro, mientras las ilusiones de estar con su pareja llenaba el corazón de ambos. Cuando llegó el viernes Emilio estaba a punto de ir hacia el norte, ansioso por ya mirarla. La foto de perfil de ella fue revisada una y mil veces, el anhelo de sus labios le arrancó mil suspiros. El bicentenario, el lugar que los conoció como novios, fue el indicado para recibirlos una vez más. Ambos despertaron con ánimo, se ducharon y desayunaron una sencilla comida. Salieron de sus casas sintiendo el frío de la mañana y tomaron los buses con rostro de pocos amigos. Julieta dec
—Te quiero, —se escuchó un susurro, y su eco inexistente se extendió con el viento, llenando el mundo de verdades desconocidas para ambos. —Te quiero también, —se escuchó la respuesta, y las verdades llegaron a sus mentes y sus corazones. ¡Ay las nubes negras cubriendo una escena maravillosa! ¡Ay la brisa y la hierba y la calidez de manos entrelazadas! El amor en su máxima expresión se miró en esos dos chicos, que de nada llegan al todo, que de ser desconocidos y amargados y odiosos y un misterio completo ahora se besaban como los dos novios y compañeros de vida que eran. El mundo se convertía en dulce y el dulce era una golosina tan adictiva que dejaba a Emilio con un mareo profundo que le salía del pecho. Estaba loco, se había vuelto loco, y todo era a causa de ella. Esos labios de durazno y sus ojos, y su forma de ser le cautivaban y le convertían en un esclavo de sus deseos y sus anhelos, del cariño creciente y de la necesidad de estar c
En los seis meses me hallo a mí mismo, Habiendo comenzado una innombrable locura… Me embelese con tus ojitos que miran y encuentran, Enamorándome poco a poco de tu alma tan pura. <<Me quedó medio medio bonito>>, pensó, pasando sus dedos por el teclado usado, mientras con la vista repasaba cada una de las palabras. Rimaba, le gustaba, y le pareció adecuado para lo que tenía en mente. Estiró las piernas, los brazos, movió la cabeza para activar los músculos y aspiró el aroma cautivante del café hirviendo, proveniente desde una taza colocada en su mesa, sonre un pequeño plato. Cuando tragó el caliente brebaje disfrutó del calor que le transfería la porcelana y se alegró de poder disfrutar de un manjar como el café, escribiendo unos cuantos y con el ruido de la lluvia fuera de su casa. Llovía a cántaros, por lo que la música romántica que había puesto para amenizar la tarde ape