Era un día lluvioso, de una semana triste, hace una década. Emilio era apenas poco más que un niño. Julieta, Marco, los amigos de su barrio, el instituto, el curso de inglés, la relación que le traería buenos y malos momentos, más buenos que malos, todo estaba lejos en el futuro, en otro tiempo mucho más allá. Por el momento, el presente era distinto, desenvolviéndose en un sinfín de injusticias y cuestiones que forjarían el carácter del chico de un modo distinto, un modo que influiría en su forma de ser con su novia, muchos años después.
Emilio vivía en la Argelia con sus padres. Era un niño pequeño y soñador, que jugaba con plastilina y leía libros cada vez menos infantiles. Poco a poco dejaba de ser un niño para convertirse en un puberto y sus deseos y pensamientos cambiaban a medida que lo hacía su cuerpo. Poco a poco notaba que era más alto, que tenía más bello en el cuerpo, que miraba a las chicas de forma distinta. Sus intereses cambiaban, y en el colegio encontraba a
A veces resultaba injusto también, ya que debido a su necesidad de no hacer sufrir a veces aguantaba más de lo que debía de aguantar. Con la edad aprendió a balancear esto y encontrar un equilibrio entre ambas posturas. Ahora, y después de todo lo vivido, se mantenía en una postura bastante alejada de lo demás. Miraba todo desde lejos, y realmente hasta manejaba una forma de pensar que le hacía que en lugar de comprometerse del todo solo “mirase que sucedía”. Así era, pero cuando llegó Julieta, todo fue distinto. ¿Qué tenía esa chica en sus ojos para cautivarle de ese modo? ¿Qué tenía esa chica para arrancarle de su zona de confort y hacerle soñar con amores distintos? Ella no le creía a veces, él se molestaba, ella le decía cosas equivocadas, y él no tenía forma de demostrarle la verdad. Se sentía cansado de hacerlo, pero también sabía que ella, su novia, valía la pena… Por lo que entendía, y después de sus palabras y la pelea y de ese sueño que le marcó el
“Había una vez” escribió en su cuaderno, ansioso de que los demás terminasen el examen final. Miró de reojo como Julieta llenaba los espacios en blanco y después de revisar lo que había hecho una última vez, entregó la prueba y se retiró a su asiento. Ese día la chica vestía un saco gris claro y un jean azul oscuro, que para variar le resultaron atractivos. Él en su lugar vestía un jean negro y una chompa del mismo color. Nunca variaba su vestimenta, siempre en los rangos entre oscuro y más oscuro. En eso también contrastaba con la chica. Una mirada cruzaron cuando ella levantó el rostro. El segundo que duró fue casi una eternidad y estaba tan cargada de significado que una vez más, Emilio tuvo ganas de que todo terminase. Después del dichoso examen y de que las notas se diesen a los estudiantes, la clase de la profesora Rocío y la aventura allá en el norte terminaría. La aventura que comenzó con Marco en el sur y con Julieta robándole la mirada, eclipsaría finalmente.
—Espérame a que acabe de recoger mis cosas por lo menos. —Julieta no le miró, guardando un cuaderno en el que había anotado sus notas. Él ya la conocía, con esa fingida indiferencia que generaba expectación, por lo que le esperó y solo pudo sonreírle cuando cruzaban miradas. Estaba feliz, definitivamente feliz, y nada podría cambiar aquello. Por fin, ella se levantó y caminó mientras él la seguía. Bajaron las gradas, rápidos, y dudando un instante, Emilio se decidió a tomarle la mano. Ella no lo rechazó. Buena señal. Sus dedos se entrecruzaron, estableciendo su vínculo, y sus corazones, después de haber caminado durante algunos pasos, se sincronizaron en una sola melodía. Al llegar al patio principal, buscaron una grada donde sentarse, alejada de los demás. La cantidad de estudiantes no era la suficiente para provocar demasiado ruido, por lo que pudieron sentarse con tranquilidad, mirándose el uno al otro durante largo rato. — ¿Así que llamadas en la
Los días del invierno transcurrieron veloces, entre el frío y la constante de que llovería ese día pero que el anterior. La gente de Quito se refugió en sus casas cuando el temporal así lo ameritaba, reparó canaletas dañadas, lidió con granizo y con lluvia torrencial, con ríos de agua que no se terminaban de ir porque los sifones estaban tapadas de b****a que ellos mismo arrojaron. Los padres advirtieron en vano a sus hijos que no jugaron en el agua y luego les pusieron mentol en el pecho cuando estos enfermaron, los trabajadores salían a sus jornadas cubiertos con ponchos gruesos y el viento de las noches provocó estremecimientos en más de uno. En los barrios altos de la ciudad, donde la vida era más simple y a la vez más compleja, las personas miraban como la neblina llegaba en las tardes. De vez en cuando el sol aparecía en el cielo, asomando como un chiquillo travieso, dorado y eterno, indiferente incluso del frío que azotaba a Quito. No era cruel, no era malvado, solo e
—Es que ustedes así son, mija, —Jorge intervino—, se enamoran y luego las manes les hacen tonteras y hasta eso están. Luego vuelven tristes buscando a los panas. —Vos buscas a los penes. —Héctor se rio en su cara después de mirar su expresión. Joel, Kevin y Emilio se carcajearon. —Chucha don Héctor, no me falte el respeto. Uno le da la entrada y usted se carga —a pesar de la queja, el tono del chico era jocoso. —Los dos son par de maricones —Joel no podía quedarse sin intervenir. —Chucha ya habló la mamá —Kevin replicó en lugar de los aludidos. Antes de reírse, Emilio intervino. —¿La mamá? ¿Por qué la mamá? —Porqué es la mamá. — ¿La mamá de quién pues chucha? —La mamá de los carevergas. Sin poder evitarlo, Emilio se rio a carcajadas, acompañado de Héctor y Jorge, quiénes gozaban de lo lindo a costa de Joel, quién en su lugar se puteaba con Kevin. No podían hacer más que reírse y si bien su vocabu
Un día más de sus improvisadas vacaciones, con su novia lejos, sus amigos chuchaqui y una dejadez preocupante, Emilio miraba el techo de su habitación, como un idiota. Releyó los mensajes que envió a su novia, suspiró y sonrió mientras se entristecía, en una ironía que solo podía ser causada por el amor naciente en su pecho. ¿Cuántos días habían transcurrido desde la última vez que vio a Julieta? Demasiados, por supuesto, y la soledad ya le cobraba factura. Ni siquiera se había cambiado de pijama. Ese día se encontraba solo en casa, debido a que su madre y hermanas salieron al centro de salud, por lo que el silencio era su fiel compañero y los pálidos rayos de sol le tocaban el rostro sin provocar calidez. La computadora mostraba una pantalla negra y si bien Emilio quiso acercarse, prenderla y distraerse viendo vídeos, estaba muy lejos. Los minutos pasaron y a punto estuvo de quedarse dormido cuando su celular vibró de repente, arrancándole un susto. E
Porqué en la noche, negra, larga, Sigo pensando en ti, Porqué en el día, brillante, corto, vívido, Sigo y sigo pensando en ti. Será por tu sonrisa linda, O por esos profundos ojazos, Tal vez tu risa, bálsamo para mis oídos, O por como hablas conmigo, en esos ratos largos. Y así sigo pensando en ti, En cada rincón tu recuerdo está presente, Cada espacio, lleno de tu presencia femenina, Y enamorada, soñando, febril toda mi mente. Y en estos pensamientos, una única conclusión, Querer, desear, tú alma y tu ser, Para juntos caminar, de la mano solos tú y yo, Por esa senda, ese camino, que todos llaman noviazgo, Y yo solo le digo amor…
Porqué al verte me río, Por esa viva y fugaz risa cristalina, Porque sonríes cuando te miró, Y haces que también sonría. Gracias por pelear conmigo, Por también hacerme enojar, Porque después me dejas buscarte, Mientras cada día te sueño más y más. Gracias por los infinitos suspiros, Por esos largos momentos compartidos, Porque aunque sean efímeros minutos, Sé que los pase, feliz de la vida, solo contigo. Gracias mi vida por el amor y por todo, Por los besos cálidos, por este infinito cariño, Gracias porque al estar a mi lado, Te aseguro que me siento… mucho más vivo.