No podía creerlo. Su Cielo, hija del Don de la Cosa Nostra... No, debía haber algún malentendido. Si eso era cierto, lo que le esperaba no era simple. ¿Cómo iba a convencerlos de que lo aceptaran como yerno? Y ni hablar de lo que implicaría para él entrar en su mundo; quizás tendría que convertirse en el mafioso más poderoso y temible de la historia. Pero si era por su mujer, por ella, lo haría todo, cualquier cosa. Solo le atormentaba una pregunta: ¿por qué la habrían enviado sola a América?
—¿Perteneces de verdad a la Cosa Nostra, mi Cielo? ¿Eres hija del Don? —preguntó, casi sin poder controlar el nerviosismo en su voz.—¡Amor, no me interrumpas! —lo cortó firme, con esa dulzura autoritaria que siempre encontraba la manera de hacerlo callar—. Después te cuento. ¡No me dejaste decírtelEn Nueva York, en el caos del día que debió ser el más feliz para Cristal, Jarret regresó al hotel frustrado y desgastado. Había pasado horas buscando a su prometida, recorriendo calles e interrogando a quienes pudo encontrar, pero Cristal parecía haber desaparecido sin dejar rastro. Su enojo y desesperación se apoderaron de él, explotando en una tormenta de maldiciones y golpes impacientes contra cualquier objeto a su alcance.¿Cómo pudo permitirse llegar a este punto? ¿Cómo pudo ser tan estúpido justo el día de su boda? Cinco años entregados, invertidos en un sueño que ahora parecía desmoronarse frente a un precipicio. La imagen del hombre que se había llevado a Cristal rondaba como un espectro en su mente. Un rostro desconocido, enigmático. ¿Quién era? ¿Cómo era posible que nadie tuviera respuestas?Unos golpes
Gerónimo, intrigado por la confesión, sintió una curiosidad genuina que iluminó su rostro al saber un poco más de su ingenua, inocente y bella esposa. Deseaba que cada cosa que ella le contara le ayudara a conquistarla y a hacerla desistir de querer romper la relación con él. Porque, aunque había aceptado acompañarlo a la cabaña, su instinto le avisaba que lo había hecho por miedo a Jarret y que ella en verdad tenía algo muy serio que discutir con él, por ejemplo, el divorcio.—¿A qué te refieres con eso de lo que siempre soñaste? —dijo, sin ocultar su interés, con la intención de conocer ese rincón de la experiencia de Cristal que aún le era desconocido. —¿Cuál es tu sueño, Cielo mío?Cristal dudó un instante. No quería que sus palabras sonaran ridículas, e
La tía de Cristal arqueó una ceja; sus labios se curvaron en una expresión de desprecio evidente. Sabía más de lo que Jarret imaginaba. Antes de enfrentarlo, había investigado cada detalle del incidente, revisando junto a su esposo las grabaciones de las cámaras de seguridad del hotel. En las imágenes, el joven que había ayudado a Cristal a escapar era un completo desconocido, un hombre atractivo y seguro de sí mismo. Pero, al buscar los nombres que ellos habían dejado registrados, descubrieron que eran falsos. Un dato que solo aumentaba la incertidumbre y empeoraba el peso sobre los hombros de Jarret.—Pero dicen que ella le gritaba que lo amaba —dijo con una falsa inocencia, dejando caer la frase como un golpe certero, mientras observaba con gusto cómo Jarret apretaba los dientes, maldiciendo en silencio.La tía dio un paso más al frente, haciendo evidente
Cristal observa a Gerónimo, todavía atónita por como describe el efecto que le había provocado ese primer beso entre ellos, tiene un torbellino de emociones que no logra ordenar del todo en su mente. Él, que acaba de confesarle que había estado con casi todas las mujeres de Roma… o quizás de Italia. Le está diciendo que fue especial. Quiere creerle con todo su ser, pero una sombra de duda se asoma: ¿lo decía con sinceridad o solo intentaba conquistarla una vez más con sus palabras hábiles, bien calculadas, propias de un Casanova experimentado?Sin embargo, una chispa de alegría florece en su interior, que le grita que podría ser verdad, que ella podría ser esa mujer singular en la vida de Gerónimo. La única. La que él describía con fervor, la elegida que, según dicen, los Garibaldi hallaban al encontrar a la mujer q
Jarret miraba a la que creía su suegra rezando porque le creyera. Pero la tía no parecía convencida. Lo observaba con recelo, mientras una expresión pensativa surcaba su rostro.—Es algo extraño, ¿no te parece? —murmuró, más para sí misma que para Jarret—. Si no la conocían, ¿por qué salieron huyendo con ella tan rápido? Parecía que la estuvieran esperando.La duda comenzaba a instalarse como una sombra sobre ellos. El suegro cruzó los brazos y volvió a mirar a Jarret, evaluándolo. No podían descartar aún que él supiera más de lo que decía, pero tampoco podían ignorar que había algo extraño en todo esto. La tía, aunque suspicaz, sentía una creciente sensación de que había algo en esta historia que iba más allá de simples coinci
Cristal no respondió, todo en verdad había sido una coincidencia. Sonrió, comprendiendo una verdad que tenía delante, casi un milagro. Gerónimo, sin esperar más, decidió avanzar.—¿Nunca te dio curiosidad por saber quién era yo? —Quizás le hubiera sido fácil hacerlo a través de Oliver. ¿Por qué no lo hizo si se sentía así?—Sí, pero te vi solo un momento. No te daba bien la luz, y luego me fui corriendo —confesó Cristal, tratando de mantener la firmeza mientras lo miraba de frente—. Una vez intenté buscarte entre las modelos, pero nadie supo decirme quién eras o dónde encontrarte. Desistí porque tenía miedo de que Jarret se enterara. Él era tan controlador que ni siquiera me dejaba tener amistad con otros chicos. ¡Desgraciado! Solo era un farsante… ¡Mira
La rabia volvió a mezclarse con el dolor. Cristal apretó los labios, conteniéndose. De dejaba al descubierto una culpa que la había perseguido hasta ese instante. Gerónimo permanecía en silencio, midiendo cada una de las palabras que estaban a punto de salir de sus labios. No podía permitirse precipitarse. Su mirada estaba fija en ella, absorbiendo no solo lo que decía, sino también lo que callaba. Sabía que el momento de pronunciarse llegaría pronto.—No, mi Cielo, no digas eso —dijo finalmente, con una firmeza que no dejaba lugar a dudas—. Tú no tienes la culpa de nada. De verdad creíste que eran tus amigos, que podías confiar en ellos. No es tu culpa que fueran unos traidores. ¿Escuchaste algo más?Mientras observaba cómo la mirada perturbada de Cristal envolvía sus recuerdos, su mente ya hilaba las implicaciones de todo aquello
Helen no respondió. Había algo en su mirada que sugería cansancio, pero también prudencia; sabía que, en ese estado, cualquier palabra podía desencadenar reacciones aún más intensas en Jarret. Él, por su parte, respiraba agitado, en un intento inútil por recuperar aunque fuera una parte de su compostura. Dentro de sí, una tormenta siseaba: su ego herido, su odio a la incertidumbre, la humillación que aún sentía clavada como una espina punzante. Cristal podía estar lejos porque así lo había decidido, y eso, más que cualquier otra cosa, era lo que hacía que su rabia fuera incontrolable.Estuvieron esperando a los italianos, pero llegaron completamente borrachos, sin rastro de Cristal, y para cuando los veladores se dieron cuenta, ya se habían escabullido. Apenas lograron encontrar una pista: el auto en el que habían llegado y del que l