Gerónimo percibió la duda en su voz, la misma que él mismo había alimentado con su historial y algunas de sus actitudes recientes. Cristal no podía evitar recordar la imagen de las innumerables mujeres que habían rodeado a su "Casanova" esposo en el pasado. Lo había visto con sus propios ojos. Era algo constante, imposible de olvidar.
Él suspiró, notando cómo los celos de Cristal estaban llevando esa conversación a un punto que no podía permitirse. La adoraba, pero sabía que si no hacía algo pronto, la desconfianza crecería como una brecha insalvable entre ellos. Reconoció que, dado lo que había sucedido, su actitud sí parecía sospechosa. Por eso, decidió actuar rápido, con un plan claro. —Cielo, no te pongas paranoica, por favor. Mira, calma —dijo, levantando suavemente las manos como si inCristal, consciente de que se había traicionado a sí misma, trató de arreglarlo rápidamente.—Nada, nada. Quiero decir que… que me conocen por Cristal, pero aquí solo tú y tu familia me llaman por ese nombre. Los demás me conocen como Agapy —soltó precipitadamente, sin darse cuenta de que sus palabras solo encendían más las alarmas.Por dentro, se reprochaba amargamente. ¿Por qué no aprovechaste para contarle la verdad, Cristal? ¡Díselo ahora y deja de mentir! Él puede ayudarte, defenderte de Jarrett.Gerónimo la observó en completo silencio, como si intentara descifrarla. Todo en su instinto le decía que ella le estaba ocultando algo. Pero decidió no presionarla. Sabía que Cristal estaba descontrolada, enredada en su miedo. Forzarla en ese instante solo correría el riesgo de empujarla nuevamente al
Sin decir más, se alejó de él, dejando caer la sábana con un movimiento descuidado, quedándose al descubierto con una pequeña blusa transparente y unas mínimas bragas. Su intención no parecía ser provocarlo, pero la visión de su figura hizo que a Gerónimo se le escapara una risa inaudible y que lo invadiera una mezcla de asombro y deseo. —¡Cielo…! ¡Si me haces eso, no nos iremos hoy! —exclamó, riendo mientras corría detrás de ella, dejando la tensión de la conversación en un segundo plano por un momento. Cristal lo esquivó ágilmente, soltando una carcajada mientras desaparecía en el cuarto. El sonido de su risa lo tranquilizó de forma casi automática. Era una melodía que lograba derribar sus miedos más profundos, al menos durante una breve tregua.  
Cristal lo miró profundamente, como si intentara comprender por qué la detenía justo cuando estaba a punto de hablar. Sin embargo, la mención de Jarret hizo que un escalofrío recorriera su cuerpo al recordar lo que había dejado atrás. ¿Y si su pasado ahora los alcanzaba? ¿Y si toda esa calma aparente era solo el preludio de una tormenta mucho mayor? —Siempre me interrumpes cuando quiero hablar de eso, y es realmente decisivo para nosotros. Quiero que sepas que entre tú y yo... —empezó Cristal, intentando arrancarse de la garganta aquello que tanto la atormentaba. —Cariño, hablaremos de eso importante después, cuando lleguemos a la cabaña. Perdóname por interrumpirte, no fue intencional. Pero ahora, primero dime más sobre tu ex —insistió Gerónimo, sin darle demasiado margen para esquivar el tema—. Necesito saber todo para poder protegerte. —Está bien, pero entiendes que esto no puede esperar mucho, ¿verdad? Es algo que tienes que saber, algo
No podía creerlo. Su Cielo, hija del Don de la Cosa Nostra... No, debía haber algún malentendido. Si eso era cierto, lo que le esperaba no era simple. ¿Cómo iba a convencerlos de que lo aceptaran como yerno? Y ni hablar de lo que implicaría para él entrar en su mundo; quizás tendría que convertirse en el mafioso más poderoso y temible de la historia. Pero si era por su mujer, por ella, lo haría todo, cualquier cosa. Solo le atormentaba una pregunta: ¿por qué la habrían enviado sola a América?—¿Perteneces de verdad a la Cosa Nostra, mi Cielo? ¿Eres hija del Don? —preguntó, casi sin poder controlar el nerviosismo en su voz.—¡Amor, no me interrumpas! —lo cortó firme, con esa dulzura autoritaria que siempre encontraba la manera de hacerlo callar—. Después te cuento. ¡No me dejaste decírtel
En Nueva York, en el caos del día que debió ser el más feliz para Cristal, Jarret regresó al hotel frustrado y desgastado. Había pasado horas buscando a su prometida, recorriendo calles e interrogando a quienes pudo encontrar, pero Cristal parecía haber desaparecido sin dejar rastro. Su enojo y desesperación se apoderaron de él, explotando en una tormenta de maldiciones y golpes impacientes contra cualquier objeto a su alcance.¿Cómo pudo permitirse llegar a este punto? ¿Cómo pudo ser tan estúpido justo el día de su boda? Cinco años entregados, invertidos en un sueño que ahora parecía desmoronarse frente a un precipicio. La imagen del hombre que se había llevado a Cristal rondaba como un espectro en su mente. Un rostro desconocido, enigmático. ¿Quién era? ¿Cómo era posible que nadie tuviera respuestas?Unos golpes
Gerónimo, intrigado por la confesión, sintió una curiosidad genuina que iluminó su rostro al saber un poco más de su ingenua, inocente y bella esposa. Deseaba que cada cosa que ella le contara le ayudara a conquistarla y a hacerla desistir de querer romper la relación con él. Porque, aunque había aceptado acompañarlo a la cabaña, su instinto le avisaba que lo había hecho por miedo a Jarret y que ella en verdad tenía algo muy serio que discutir con él, por ejemplo, el divorcio.—¿A qué te refieres con eso de lo que siempre soñaste? —dijo, sin ocultar su interés, con la intención de conocer ese rincón de la experiencia de Cristal que aún le era desconocido. —¿Cuál es tu sueño, Cielo mío?Cristal dudó un instante. No quería que sus palabras sonaran ridículas, e
La tía de Cristal arqueó una ceja; sus labios se curvaron en una expresión de desprecio evidente. Sabía más de lo que Jarret imaginaba. Antes de enfrentarlo, había investigado cada detalle del incidente, revisando junto a su esposo las grabaciones de las cámaras de seguridad del hotel. En las imágenes, el joven que había ayudado a Cristal a escapar era un completo desconocido, un hombre atractivo y seguro de sí mismo. Pero, al buscar los nombres que ellos habían dejado registrados, descubrieron que eran falsos. Un dato que solo aumentaba la incertidumbre y empeoraba el peso sobre los hombros de Jarret.—Pero dicen que ella le gritaba que lo amaba —dijo con una falsa inocencia, dejando caer la frase como un golpe certero, mientras observaba con gusto cómo Jarret apretaba los dientes, maldiciendo en silencio.La tía dio un paso más al frente, haciendo evidente
Cristal observa a Gerónimo, todavía atónita por como describe el efecto que le había provocado ese primer beso entre ellos, tiene un torbellino de emociones que no logra ordenar del todo en su mente. Él, que acaba de confesarle que había estado con casi todas las mujeres de Roma… o quizás de Italia. Le está diciendo que fue especial. Quiere creerle con todo su ser, pero una sombra de duda se asoma: ¿lo decía con sinceridad o solo intentaba conquistarla una vez más con sus palabras hábiles, bien calculadas, propias de un Casanova experimentado?Sin embargo, una chispa de alegría florece en su interior, que le grita que podría ser verdad, que ella podría ser esa mujer singular en la vida de Gerónimo. La única. La que él describía con fervor, la elegida que, según dicen, los Garibaldi hallaban al encontrar a la mujer q