Samantha estaba en la oficina del bar con McGraw. Revisaban las fotografías que ella había encontrado en la mansión. El hombre lloraba mientras repasaba cada imagen recordando bellos momentos y contándole anécdotas hasta que Jenny entró apresurada.—¿Qué pasa? —quiso saber Samantha al verla agitada.—El Chino está afuera y pregunta por ti.La mujer se inquietó.—¿Quién es el Chino? —quiso saber McGraw secándose las lágrimas.—Un delincuente del barrio donde vivo —reveló Jenny, alarmándolo.—¡Tenemos que avisarles a los guardaespaldas! ¡Y a Lennox!—¡No! —enfatizó Samantha poniéndose de pie—. No le avisarán a nadie. Iré a hablar con él.—Pero mujer, ¿te volviste loca? ¡Es un delincuente! —aclaró el hombre con preocupación.—Sé muy bien quién es ese sujeto, pero necesito hablar con él. Tiene información que me importa.McGraw y Jenny compartieron una mirada cargada de angustia antes de seguirla. Entendían la urgencia que ella tenía por comunicarse con ese criminal, para así tener notici
Esa noche Robert fue a buscarla al bar. Se enfadó al enterarse que uno de los delincuentes más conflictivos de Seattle había estado en el negocio reunido con su esposa.Samantha terminaba de guardar unos documentos que iba a llevarse a casa en su maletín cuando él entró en la oficina.—¡¿Por qué demonios no me avisaste que había venido el Chino?! —reclamó el hombre como saludo.Ella respiró hondo antes de enfrentarlo.—Fue una visita sorpresiva. Yo no lo esperaba.—¡Debiste avisarme antes de sentarte a hablar con él! ¡O al menos, decirles a los guardaespaldas para que lo sacaran a patadas de aquí!—¡Necesitaba hablar con ese hombre! —alegó furiosa y lo miró con fijeza dejándole en claro que su postura enfadada no la intimidaba.A Robert le irritó aún más su reacción, pero no quiso continuar la discusión en ese lugar.Fletcher se encontraba en la oficina vecina culminando su trabajo. La mujer se esforzaba por ignorarlos aunque era evidente que los escuchaba.—Te espero en el auto —masc
Esa noche Robert pasó la mayor parte del tiempo en su despacho, ahogando sus frustraciones con el licor. Cuando subió a la habitación, ya Samantha dormía y el amanecer comenzaba a despuntar en el horizonte.Tan solo pudo descansar un par de horas sin poder dormir. Los recuerdos, las culpas, rabias y desesperaciones, no se lo permitían.Cuando ella despertó a media mañana lo encontró aún vestido, sentado en un sillón frente a la cama. La miraba con fijeza a través de unos ojos cansados y cargados de enormes pesos.Se cambiaron y bajaron a desayunar manteniendo siempre el silencio. Estaban cerca, aunque se sentían lejanos. Ansiosos por superar la distancia que los separaba para volver a estar juntos.—Señor, tiene una visita —comunicó Morrigan al entrar en el comedor cuando ellos ya había terminado de comer.—¿Quién demonios viene a esta hora? —preguntó molesto y se recostó agotado en la silla.—Es el señor Norman Breidert, señor.Tanto Samantha como Robert se impactaron por esa notica.
Al día siguiente Samantha llegó al bar con una visible depresión. McGraw quiso animarla mostrándole más fotografías que había encontrado entre sus cosas del tiempo en que trabajaba con Eleonora, para incluirlas en la pared de recuerdos que pensaban diseñar, pero ella no se mostraba receptiva.Él pronto comprendió su estado y la dejó sola. Samantha se había encerrado en su oficina a pensar, con la mirada fija en el trozo de cielo que se apreciaba por la ventana.—Amiga, ¿qué te pasa? Me dicen que estás triste, pero yo vengo a alterar tus nervios de nuevo —comunicó Jenny al entrar.Como Samantha se encontraba de espaldas a la puerta, la mujer tuvo que rodear el escritorio para poder estar frente a ella. Al ver los ojos hinchados por el llanto de su amiga se angustió.—¿Qué pasó? —dijo arrodillándose frente a ella.—Comprobé que soy una miserable que nunca debió de haber nacido.Sus palabras angustiaron a Jenny.—¡¿Por qué dices eso?!—Soy un error que lo único que hace es dejar problema
Samantha llegó a la mansión agotada, tanto física como mentalmente. Quiso irse a la cama a descansar, pero al llegar Morrigan le informó que Robert se encontraba en el salón, esperándola.Fue a ese lugar y lo descubrió bebiendo sentado en un sillón, junto a la ventana. Miraba con rabia y melancolía el cielo lleno de estrellas.—Hola —saludó ella al ubicarse a su lado.—Volviste a alargar la jornada de trabajo a pesar de que acordamos que por el embarazo la harías más corta —dijo a modo de reproche.—Se presentó una situación complicada en el bar.Robert la observó con fiereza.—¿Fue de nuevo el Chino?—No, pero Johan se enteró de esa visita e incluso sabía de algunos detalles de lo que sucedió allí. Abordó a Jenny antes de ir al bar.Él sonrió con poca gracia.—Te dije que había un soplón y que Johan está desesperado. Quizás tu amiga esté en peligro si las cosas se siguen complicando para ellos, que es lo que sucederá pronto.Ella apretó el ceño, preocupada.—Tendré que hablar con Jen
Robert y Samantha bajaron a desayunar juntos al día siguiente, tomados de las manos. Ambos sentían que sus realidades habían cambiado, al menos, los sentimientos que experimentaban el uno por él otro.Percibían entre ellos más unión y un mayor entendimiento que los motivaba a estar cerca, para así disfrutar del calor del otro.Él ya no llevaba la cadena con el dije de anillo colgando de su cuello, la había dejado en la habitación, en la misma mesita de noche donde la colocó el día anterior.Y ella se notaba más animada, sonreía, olvidando la aplastante sensación depresiva que la había atacado luego de la discusión con Robert por Norman Breidert.Se sentaron a la mesa sin poder dejar de verse ni de tocarse. En ocasiones Robert tomaba su mano para llevarla a su rostro y apoyarse en ella. Su calor lo ayudaba a enfocarse.—Debo ir ya a la obra y es posible que regrese muy tarde —informó a Samantha—. Hemos tenido problemas con algunos trabajadores y hay máquinas que no están trabajando bie
Samantha no sabía qué hacer. La información que le había dado Deborah hacía que se debatiera entre dos tipos de perspectivas: desconfiaba de Fletcher o desconfiaba de la rubia.Ambas eran personal protegido por los Lennox. Intocables. Eleonora las había dejado a buen resguardo con sueldos considerables y trabajo de por vida. ¿Podría enfrentarse a alguna de ellas?Se encerró en su oficina y se irguió, controlando sus ansiedades.Ella también era una Lennox, la esposa oficial del dueño actual, eso la convertía en la Eleonora de ese tiempo. Es decir, tenía toda la potestad para echar a la calle a quien se le viniera en gana si descubría que hacían algo en contra de la empresa o de su persona.No tenía que seguir dudando, pero antes de actuar debía hacer algo importante: conseguir pruebas.No sabía si Deborah decía la verdad o era una treta más para fastidiarla, aunque… ¿lo haría utilizando a Fletcher, quien era de su confianza?¿Por qué esa rubia odiosa preferiría delatar a su amiga para
Al día siguiente, Robert acompañó a Samantha al bar, aunque fueron un par de horas antes de que iniciaran las labores en el negocio. El local estaba vacío y a oscuras. La tensión del encierro se respiraba en cada rincón.Citaron a Fletcher y a McGraw con la excusa de organizar unos cambios. Ambos acudieron puntuales, sin sospechar lo que sucedería.Los guardaespaldas los dejaron entrar y los dirigieron a la oficina. Allí se encontraba el León sentado en la butaca del escritorio principal con postura relajada.Samantha se hallaba a su lado, de pie. Estaba tan nerviosa que le costaba estar sentada y tranquila. No se apartaba de Robert manteniendo una mano en su hombro, como si de esa manera se sostuviera de una base segura.Él se había inclinado un poco hacia ella, acariciando en ocasiones su vientre con una mano, aunque sin poder ocultar su expresión furiosa.—¡Hola! —saludó McGraw con gracia al verlos, pero el hombre pronto perdió la sonrisa al descubrir el rostro acontecido de la muj