Solo esa mañana había despertado en la casa de su jefe, y ahora se encontraba a una larga distancia muy lejos de la suya, sus pensamientos fueron interrumpidos en cuanto él la sujetó por el hombro para atraerla y envolvió el brazo por encima de ella. —Ella es mi esposa, talvez le tome algunos días acostumbrarse, pero después le caerá bien estar aquí. Agnes lo volteó a ver y no emitió palabra en respuesta, solo vio de reojo luego de eso a la dueña de la casa. Había estado tan abstraída que no tenía idea de qué estaban hablando antes de que la introdujera a la conversación. La dueña del lugar, la señora Philips, era una mujer de unos cuarenta y algo más, con el cabello negro hasta la altura de los hombros y la piel morena un poco bronceada, llevaba anteojos de molde redondo y vestía un suéter y pantalón de color claro. Tras ver a Agnes, le giró la mirada a Herman para responder. —No se preocupe, le aseguro que los atenderán bien. Las damas de la limpieza se han ido a casa a estas ho
Durante la cena, Agnes no desprendía su mirada de su jefe, él charlaba con la señora Philips, quien se había quedado a hacerles compañía y se encontraba sentada en un sillón a un costado mientras hablaba de indeterminados temas conforme la plática se fuera dando. Aún estaba pensando en sus palabras de antes de que dejaran la habitación, de momento a momento podía percatarse de que él le devolvía la mirada y entrecerraba los ojos, apenas un gesto breve, pero el suficiente para verla hacerle una mueca y volver a su cena. Agnes desconfiaba de él, pero no le dedicó más atención de la que ameritaba y en su lugar enfocó su mente en el pensamiento que estaba formulando desde una hora antes. Al terminar de cenar, ella se retiró primero de la mesa y fue a la habitación para tomar su maleta e irse a otra habitación. Al ir saliendo se topó con él al momento que venía entrando. La miró extrañado al darse cuenta de que llevaba su maleta y alzó las cejas con intriga para preguntarle. —¿A dónde
Ese día por la mañana, estaban dando un recorrido desde temprano tras el desayuno, para ver lo que Nápoles tenía para ofrecer. Después de haber visitado unas paradas previas, él la había llevado a caminar por la bahía para finalizar y ver el panorama de esa mañana, tras la lluviosa noche anterior, se podía sentir un aroma a humedad y a asfalto mojado desde los alrededores. Él parecía estar de buen humor, sin embargo, ella parecía estar pensando en algo, durante la mañana y desde que habían salido de la villa, se la notaba metida en sus pensamientos y un poco ida de lo que pasaba frente a ella. Aunque lo estuvo más desde hacía solo un rato antes. —Tengo que atender algo, dame un segundo —le comentó mientras miraba hacia su teléfono el cual estaba marcando que lo llamaban, Agnes solo concordó y se quedó mirando hacia el horizonte con una expresión perdida. Herman la vio de reojo un poco extrañado mientras se alejaba un par de metros para atender su llamada, se le hacía raro verla tan
Para las siete, ella estaba en la habitación de él, le había pedido verla primero para decidir si lucía bien cómo iba vestida. Se estaba mirando en un espejo, él llevaba su traje formal color negro y al cerrar los botones en sus mangas la miró a ella. —Para mí estás bien. —Eso no se oye como si dijera un cumplido —respondió de manera reseca y con mirada desafiante. —Esta noche es un asunto serio, el tema es que tenemos unas horas importantes por delante y te necesito lo más decente que te pueda mostrar. —Él caminó hasta la mesa a un lado del espejo y abrió una pequeña caja para sacar una cadena delgada con una pequeña rosa de plata como colgante en el centro. —¿Mostrar?, ¿a qué se refiere? —dudó ella extrañada mientras él se quedaba parado detrás de ella para ponerle la cadena en el cuello. —Si haces un escándalo esta noche te va a ir tremendamente mal —advirtió haciendo que se pusiera tensa al respecto. Su voz había sido fría. Estaba en sus manos, era una marioneta sin voluntad
—¿A qué se debe eso? —preguntó Eustace con cierto interés desconfiado mientras miraba a Agnes de manera fría. Herman intercedió rápidamente antes de que ella fuera a estropearlo más sin querer hacerlo. —Bueno, apenas llevamos casados un mes y toma tiempo hacer arreglos, para un matrimonio convencional no habría sido problema alguno, pero lo que nos diferencia es que fue muy repentino todo. Puede quedarse conmigo o seguir usando la suya un tiempo más, no le impondré que venda su propiedad, es dueña de ella desde antes que nos casáramos, no tengo por qué decirle que la deje. Eustace pareció poco convencido, pero el testimonio de su hijo sonaba válido y en cuanto a Agnes, ella pensó que él había salido al frente para socorrerla y eso la impresionaba un poco. Se sintió aliviada, pero le duró poco, al verlo pudo notar que él la fulminaba con la mirada por el rabillo del ojo. «Mide tus palabras» pensaba enojado con ella, antes de suspirar y relajarse con un pensamiento más condescendien
Ya había transcurrido una larga hora desde que habían llegado. Mientras hablaron de otros temas y la conversación se mantuvo, no se tocó temas muy delicados de nuevo, pero a Agnes se la notó algo perdida en su mente desde que habían hecho la pregunta anterior. —Bueno, supongo que está bien así, un mes también es bastante tiempo —señaló Eustace, él había estado sumergido en una conversación con su hijo los últimos minutos. Agnes se había distanciado a pequeños temas con la esposa de su suegro y mientras conversaban los ignoraban a ellos, e incluso no objetó cuando Herman le dejó el brazo ensortijado en la cintura, para dejarla más estrecha hacia él. Ella simplemente no le prestó atención a ello. —Tenemos pensado que no sea demasiado, ya habrá otras vacaciones y otros momentos para darnos un tiempo, pero justo ahora no podemos olvidarnos mucho del trabajo, dado que mi esposa y yo tenemos muchos compromisos en la oficina —apuntó Herman sin darle mucho peso al tiempo que estarían allí.
—¿Usted qué hará? —inquirió dejando a medio terminar su desayuno para hablarle un segundo—. No es que me interese, pero me parece que planea hacer alguna otra cosa por su cuenta. —Estaré ocupado, tengo trabajo que hacer, sigo siendo tu jefe y el de muchos más, así que no tengo mucho descanso. Tras el desayuno, Agnes hizo caso a lo que le había sugerido y decidió usar el tiempo para estar distraída, tras caminar un poco por la villa terminó yendo de regreso a la habitación a poco antes de las once. Se había sentido intranquila, pensativa y su mente había empezado a dispersarse mientras daba su recorrido. Demasiadas cosas venían a su mente y no terminaban de ser claras, al ver acercarse la hora en la que él le había dicho debían estar listos para salir, decidió echar un ojo a la ropa que había comprado. Tenía que escoger algo, mientras ella elegía cómo vestirse para ello, Herman estaba terminando con lo que se había ocupado en otra habitación, todavía sentado frente a un escritorio,
El intercambio solo duró unos segundos, pues Agnes le mandó un gesto severo antes de regresar a su charla con las otras dos mujeres frente a ella. Antes de dejarla de mirar, Herman dedicó unos juiciosos segundos para contemplarla, no estaba mal para él observarla de vez en cuando con el aspecto de una delicada esposa de clase alta, claro que, lo de delicada estaba un poco exagerado. «Mi esposa es una fiera, lo delicada se le quedó en los colmillos...» pensó antes de hacer una mueca a punto de sonreír y devolver su atención al frente. —No está mal —murmuró en voz baja. En su lugar en la mesa, Agnes se trató de desentender de su molestia y no pensar en eso, pero de nuevo acabó mirando de reojo hacia él, a pesar de que solo unos segundos atrás se había dicho que no lo haría. Solo que esta vez él ya se había alejado y no la estaba mirando más, en ese descuido momentáneo, Loise aprovechó que tomaba a Agnes con la guardia baja y sacó la pregunta más afilada de las suegras, una temida p