CAPÍTULO 4

Con una sonrisa que se reflejaba en el tocador frente a ella mientras se quitaba el maquillaje que había llevado todo el día, Erika admiraba cada una de sus expresiones. No podía ser más feliz, justamente ese día había sido cuando ella tuvo la junta con el personal y les había hecho saber su idea de querer cambiar lo que la señora Valladolid había hecho.

La puerta de s habitación fue tocada.

—Adelante —, dijo ella pensando que sería su marido.

Tranquila se mantuvo hasta que en el espejo vio el reflejo de la persona que la había molestado por tanto tiempo y que no le había dicho a nadie.

—Antonio, ¿qué haces aquí? ¿Qué no te das cuenta que estoy a punto de darme un baño? ¡Tu hermano puede entrar! ¡Estoy harta, ¿por qué me acosas? —Preguntó un poco tensa.

—Mi hermano no va a llegar todavía. Yo solo quiero que seas sincera conmigo, ¿quién eres? Dímelo, no se lo diré a nadie —, dijo Antonio acercándose más de la cuenta a su cuñada.

—Estás tomado, no sé de lo que estás hablando. ¡Suéltame si no quieres que grite!

—Te llamas Elena, ¿no es así? ¿Te llamas Elena? Sé que eres tú, lo sé. —Dijo para el momento en que ya la abrazaba de manera necesitada.

— ¡Suéltame! —Gritó.

Y justamente en ese momento, para su suerte y desgracia llegó su esposo.

— ¡Déjala, Imbécil!

Y de solo movimiento, él se lo quitó de encima para arrogarlo lejos de ella.

— ¿Qué le estabas haciendo? ¿Qué intentabas? —Preguntó Zein.

Antonio no contestó. Eso fue suficiente para Zein se lanzara a su propio hermano a los golpes. Erika todo lo que podía hacer era gritar desesperadamente.

Desde el despacho de Valeria los gritos fueron escuchados. Ella seguía sin poderse recobrar de lo que había escuchado.

— ¡Señora, alguien está gritando!

—Es la estúpida de Erika.

— ¿Deberíamos de ir?

Valeria pensó un poco las cosas, si en verdad quería destruir a esamujer debía de ser muy cuidadosa al mismo tiempo que no levantaba ni una sola sopecha.

—Vamos.

Después de eso, los dos salieron del despacho y fueron hasta el lugar de donde los gritos se escuchaban. Más hombres ya subían delante de ellos.

Cuando Valeria llegó a la habitación se dio cuenta que eran sus dos hijos los que se peleaban.

— ¿Qué pasó aquí? Zein, ¿por qué golpeas a tu hermano? —La mirada de Valeria cayó en los rostros de sus hijos, de sus labios salía un poco de sangre.

No evitó pensar en Erika, ella lloraba, sabía que la culpa era de ella. Para ese momento ya no podía odiarla más.

—Fue tu hijo, madre —, dijo Zein señalando a Antonio. Él ya había sido separado de su hermano por los hombres.

— ¿Qué, qué pasa?

—Antonio entró a la habitación con mi esposa, algo le queía hacer.

Valeria sonrió incrédula. —No, no, eso no puede ser.

— ¡Niégalo, Antonio!

— ¡No lo niego porque ella es Elena, eso lo sé! —Atacó Antonio.

— ¿Elena, quién es Elena? ¡Estás loco!

Esas palabras hicieron a Valeria recordar lo que Tomás había dicho, ahora ya podía entender por qué esa sirvienta y la mujer frente a ella se parecían tanto.

Si en verdad quería destruir a Erika tenía que mostrarse amigable. Nadie podía sospechar de lo que le tenía preparado. Usaría el mismo método que usó con aquel joven hombre de nombre Marco que quiso vengarse de ellos.

—Erika, ¿estás bien? —Preguntó Valeria amigable.

Erika se sorprendió ante el trato de su suegra.

—Ven conmigo, por favor, deja que estos salvajes arreglen sus diferencias tú no tienes la culpa.

Un poco desconfiada, Erika caminó hasta donde su suegra la esperaba con los brazos abiertos.

—Ven conmigo, no temas, explícame lo que pasó.

Y de esa manera ellas dos caminaron hasta la habitación de Valeria. Tomás se quedó atrás riendo. Ya conocía bien a su patrona como para saber lo que se traía entre manos porque así era Valeria, cada paso que daba no lo daba en vano.

—Toma asiento, por favor, ¿cómo te sientes? —Preguntó Valeria siendo amistosa.

—Bien.

—Tranquila, no tienes que decirme lo que pasó. Debes de estar muy nerviosa. Te prometo que hablaré con mi hijo. Dime, ¿desde cuándo él te ha molestado de esta manera?

Erika sintió que su suegra estaba siendo honesta así que se decidió por hablar. —Antonio dice confundirme con alguien que se parece mucho a mí, me llama Elena.

Fue hasta ese momento en que Erika recordó a su hermana. Alguien muy parecida a ella había llegado a ese pueblo, muchos rumores hubo sobre eso, ¿podía ser esa persona su hermana? El solo pensamiento la hizo levantar de s lugar. A nadie podía decirle sobre lo que pensaba porque era justamente por culpa de las personas que ellas habían sido separadas al nacer. El villano podría estar en frente de ella y vaya que no se equivocaba.

— ¿Sucede algo, querida?

Erika la miró con una sonrisa nerviosa. —No, es solo que los recuerdos de hace un momento llegaron.

Valeria sonrió dándole confianza. —Ya te dije que no te preocupes por eso. ¿Te sientes mejor?

—Sí.

—Bien porque hay algo de lo que me gustaría hablar contigo y creo que es el momento ya que siempre estás tan ocupada.

—Por supuesto, señora, hablemos —, dijo ella queriendo olvidarse de lo que podría haber descubierto en ese momento.

—Me dijeron que hoy llevaste a cabo la junta con los granjeros para cambiar algunas cosas de las que no me había dado cuenta.

— ¡Oh! Sí, lo hice a sus espaldas porque, porque…

Valeria sonrió. —No tienes que explicarme nada. Después de todo ser patrona de todo un pueblo no siempre es bueno, me olvido de tantas cosas. Es bueno saber que tengo a una nuera tan eficiente en la que puedo confiar.

—No fue mi intención hacer esto a sus espaldas.

—Tranquila, ya te dije que no tiene nada de malo que lo hayas hecho de esa manera. Lo que te quiero pedir es muy simple.

La verdad es que Erika nunca llegó a creer que la gran señora Valladolid fuera a actuar de esa manera. Quizá la misma Erika se había equivocado al juzgar a su suegra tan duramente.

— ¿De qué se trata?

—Quiero estar presente en el cambio de las políticas, yo también tengo algo que decirles, quiero darles mayores oportunidades. Y quiero estar cerca de mi gente, ¿crees que puedas hacer eso por mí? Solo te pido que me des el crédito para mi sorpresa, te juro que lo que resta del crédito te lo llevas tú.

Erika sonrió. Su suegra no era mala mujer después de todo.

—Quiero que mañana mismo se haga el cambio de políticas pues ya sé que las tienes listas. Quiero que todos mis trabajadores se reúnan en las salas que colindan con la empresa. Quiero verlos a todos antes de que mi junta de las tres de la tarde comience, ¿te parece?

Erika sonrió. —Muchas gracias, señora, muchas gracias.

Y sin más, Erika se lanzó a los brazos de su suegra sin poder ver la sonrisa de victoria y de burla que tenía en el rostro. Era una pena que esa noche fuera a ser la última de su vida. Era una pena que no le quedaran muchas horas de vida.

Un nuevo día que llegaba como pocos, un amanecer que iba a ser el más trágico en ese pueblo, el que nadie iba a olvidar, desde su lugar, Valeria ya podía ver el claro amanecer ser pintado gris debido a las oleadas de humo que nacerían en un par de horas, todo lo tenía bajo control. Todo porque solo le bastó tener gente de su lado para que ella pudiera continuar con el siguiente movimiento.

Once de la mañana. Al mediodía todo iba a cambiar.

— ¿Está todo listo? —Preguntó a Tomás.

—Sí, mi señora. El jefe de la policía ya ha sido alertado de lo que va a pasar, él no va a decir nada porque ya le callé la boca con un poco de dinero.

Valeria sonrió. —Dile a mi chofer que me lleve a la empresa. Encárguense de que Erika llegue a la junta junto con los trabajadores.

—Mi señora, ¿está consciente que muchos granjeros van a morir?

—Por supuesto que estoy consciente, Tomás. Solo le daremos un poco de dinero a las familias y ya, no tienes que preocuparte mucho, correremos con los gastos de sus funerales y ya —, rió. Solo una mujer tan cruel como ella podía hablar de esa manera cuando estaba a punto de matar a tanta gente. — ¿Nos vamos?

—Vamos, mi señora.

A punto de ser mediodía. La camioneta en la que viajaba Erika acababa de llegar cerca de la empresa, donde los granjeros y todo el personal estaba citado para hablar sobre los nuevos cambios que se iban a implementar en el lugar.

Erika no podía estar más feliz, contaba con el apoyo de su esposo y con el de su suegra, el mismo que no pensó obtener nunca.

Aún no daba el tiempo en que ella estaba citada con los granjeros, desde la camioneta la podía ver como las personas comenzaban a llegar para ocupar la sala, todos ellos parecían muy felices, ¿y cómo no si les habían prometido sueldos más altos?

Erika sonrió ante la actitud de los hombres. Poco a poco ese pueblo iba a comenzar a cambiar.

—Señora de Valladolid, ¿no quiere entrar aún?

—No, tengo que esperar a la señora Valladolid para que podamos hacer nuestra aparición juntas. Ya van a dar las doce y ella aún no aparece.

—¿Quiere que le marque?

—No, no, la señora debe de estar muy ocupada.

Y como si con eso la hubieran llamado, el celular del chofer de Erika comenzó a sonar.

—Adelante, habla el chofer Gutiérrez.

—La señora Valladolid va a un poco retrasada, llegará media hora más tarde. Por favor, haga a la señora de Valladolid entrar.

—Correcto. —Y sin más, él colgó la llamada.

— ¿Qué pasó? —Preguntó Erika.

—La señora Valladolid viene retrasada. Tenemos que entrar para no hacer esperar a la gente.

—Tienes razón, vamos.

Y así fue como Erika se enfrentaba a su nueva realidad, la realidad de la que quizá no saldría viva.

Con pasos seguros ella fue capaz de entrar en el salón donde todos los granjeros ya la esperaban con una gran celebración. Todos ya podían confiar en ella como su nueva patrona. Lamentablemente esa sonrisa de los granjeros y de la misma Erika se iba a borrar. Erika comenzaba a ver el futuro que brillaba, iba a encontrar a su hermana, eso lo juraba.

— ¡Nuestra nueva patrona ha entrado! —Gritó uno de los hombres mientras todos hacían fiesta.

Nunca antes Erika se había sentido tan querida, a excepción de su esposo.

— ¡La nueva patrona del pueblo! —Continuaron diciendo.

Erika sonrió como pocas veces. Era esa gente la que en verdad quería y necesitaba para ser feliz pero tampoco pretendía quitarle el lugar a su suegra.

Lamentablemente la felicidad de ellos no estaba destinada a durarles por siempre. Más pronto que tarde solo muerte iban a encontrar.

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