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Solo lo necesité esa vez para estar segura de partíamos de un mismo punto.

Se pasó las manos por el pelo, resoplando, y me sentí tan relajada que se me escapó una risa tonta. Lo vi sonreír también y estuve a punto de doblarme sobre mí misma con alivio, como cuando corres una maratón y por fin puedes respirar.

Estiró el brazo y solo tuvo que rozarme para que yo me acercara a él y comernos como animales. Me sujetó con fuerza por la cara y ni él quiso soltarme ni yo quise que lo hiciera en toda la noche.

—Esto no significa que volveré al club.

—Lo sé —susurró en mi boca.

Abrí los ojos, estábamos tan cerca me veía distorsionada en los suyos y tenía el pulso tan acelerado que seguramente escuchaba los latidos de mi corazón.

—Quiero que me hables de ti.

Diego también sabía que yo quería eso, así que nos pasamos la noche sentados en mi cama y hablando de madrugada. Me habló primero de su entrada a la banda: a los quince años conoció a mi padre y su vida rodó en ese mundo desde entonces.

—Ven
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