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EL VIOLADOR DESENMASCARADO

El día después del registro, en la empresa de Julio Fernández, Ricardo decidió hablar con su hermano Jairo.

—Jairo, ¿cómo es que trabajas en construcciones Fernández? preguntó Ricardo a su hermano, mientras desayunaban.

—Es el único que me dio trabajo cuando nadie me lo daba y es el que ha confiado en mí —contesto Jairo.

—Podías haber encontrado otro trabajo, porque vales muchísimo, hermano.

—Nadie da una oportunidad a un chico del polígono y que encima ha estado en el reformatorio. Julio sin importarle me dio esa oportunidad.

—Vale, pero cuidado con él, si le registramos ayer fue porque es sospechoso de narcotráfico.

—Está limpio, nunca han encontrado nada, pero tendré cuidado hermano. Me voy a trabajar.

—Yo también me voy, te acompaño —dijo Roberto mientras salían por la puerta de la casa.

Por otro lado, llegó a trabajar en construcciones Fernández, un nuevo responsable de la seguridad, un antiguo aspirante a policía que se había hecho guardia jurado.

Era un chico muy amable, que se cuidaba y tenía un trato cordial con todo el mundo. Su nombre: Pablo.

Alicia no paraba de darle vueltas a la cabeza con el tema del amante de su madre, por lo que fue a ver a Julio Fernández.

—Julio, demostraré que eres el responsable de la muerte de mi madre —dijo la inspectora de Santiago.

—Yo no tengo nada que ver, soy amigo de tus padres, pero nada más —respondió Julio.

—Sé que eras el amante de mi madre, vi el reloj que te regaló con vuestras iniciales.

—Es cierto, yo amaba a tu madre, estuvimos saliendo cuando éramos jóvenes, pero me dejó por tu padre cuando entré en la cárcel y nos volvimos a encontrar en el bufete.

—Encontraré alguna forma de demostrar que tienes algo que ver con su muerte.

Mientras esto sucedía, el comisario Bordón recibió un mensaje con una foto de la oficial López atada y dormida. El número era desconocido, pero tenía claro que provenía del violador de la máscara.

Le enseñó la foto a Antonio Merino y a la Inspectora Jefe Morales y concluyeron lo mismo: que era del violador. Por lo que dieron el teléfono a Lorena para que estudiara el mensaje y la foto e intentara averiguar algo que les pudiera conducir hasta él.

El Inspector Merino tuvo la idea de provocar al violador publicando un artículo que dijera que era un cobarde por no dar la cara y que era muy inseguro.

Eso provocó que volviera a atacar y apareciera otra mujer muerta en un parque, semidesnuda y con una máscara de payaso cubriéndola la cara, lo cual supuso la reprobación por parte del comisario porque si no se hubiera publicado el artículo no habría habido otra víctima y también había puesto en peligro la vida de la inspectora López.

Tras publicarse la noticia de la aparición de una nueva víctima, el comisario recibió un vídeo en el que le amenazaban con que, si no dejaba de decir mentiras, la siguiente víctima sería Ana.

Mientras tanto, Montse Ibarra empezó a ver al marido de Vanesa Morales, que era su médico de cabecera y le controlaba su tratamiento contra el cáncer de pulmón que padecía.

Una noche, apareció en la comisaría, Ana López, cansada, con la ropa rasgada y un poco desorientada. había conseguido escapar del violador en un descuido. La atendió Encarna Carrasco, que estaba de guardia. La acompañó a la consulta del centro de salud y llamó a la Inspectora Jefe Morales, que pidió a Santiago Ocaña, su marido, que la acompañara para reconocerla.

La reconoció y no vio que tuviera nada roto ni nada grave, la dio un par de ansiolíticos y le dijo que se fuera para casa.

—¿Puedo pasar unos días en tu casa? —le preguntó Ana a Encarna.

—Por supuesto, quédate los días que quieras, guapa —contestó ésta.

—Cuando puedas pásate por la comisaría para tomarte declaración —dijo la Inspectora Jefe.

Pasaron unos días y parecía que el violador había dejado de actuar; que se lo había comido la tierra, pero en verdad estaba preparando su último ataque, ese que demostraría que era más listo que la policía.

Por otro lado, en lo personal, Vanesa Morales estaba muy mosqueada con Santiago pues éste tenía unas conversaciones telefónicas muy misteriosas, se escondía cuando hablaba por teléfono y estaba muy nervioso. El motivo era que estaba atendiendo a Montse y cuando la inspectora Morales les vio hablando a la salida del centro de salud, se dio la vuelta sin decir nada, pero tenía un gran mosqueo. Había motivos para sospechar.

Las sospechas venían porque, cuando se dieron un tiempo en su matrimonio, pues estaban pasando un mal momento, él tuvo una aventura con Montse. En el momento que volvieron, lo dejaron, pero Vanesa no lo pudo superar del todo.

Pasaron los días y gracias a las declaraciones de Ana López, de seguir la geolocalización de su teléfono y por las fotos, consiguieron descubrir la nave que servía de escondite y base de operaciones del violador de la máscara, por lo que enviaron a los GEOS para entrar y detenerle, pero estaba vacía, por lo que cogieron los ordenadores y los llevaron a la UIT para que sacaran los datos, a ver si descubrían quien era.

Al estudiar los discos duros y sacar su contenido, además de fotos de sus víctimas y algún vídeo, también encontraron material pornográfico y unas grabaciones de audio. Al estudiar las grabaciones descubrieron que tenían que ver con la investigación, pues eran las conversaciones que habían tenido los policías entre ellos, por lo que descubrieron que les habían colocado micrófonos.

Llamaron a los técnicos de científica para ver dónde estaban los micrófonos, para saber dónde habían podido estar y descubrir de que tipo eran. Los micrófonos estaban en la habitación del hotel de Antonio Merino y en la casa de la inspectora Morales, por lo que ella cambió las cerraduras.

Tras un exhaustivo examen de los micrófonos descubrieron que eran unos que antiguamente utilizaba la policía, por lo que se trataba un expolicía o alguien que quiso ser policía. Así que empezaron a estudiar los expedientes de los antiguos agentes.

Un día, cuando fue a visitar a su marido, Vanesa Morales descubrió el motivo de porqué Montse iba a verle.

—Cariño, me tenías que haber dicho la verdad y contarme que Montse había ido a visitarte porque tenía cáncer —dijo Morales a Santiago Ocaña.

—No podía decírtelo, es secreto profesional y me debo a mis pacientes —dijo el doctor Ochoa.

—Perdóname, amor, por haber desconfiado de ti —Respondió ella mientras le besaba la mejilla.

La inspectora Morales habló con Montse y le dijo si la podía ayudar a estudiar los expedientes, ocasión que también aprovechó para hacer las paces.

Mientras tanto, el violador fue a la habitación de Antonio, disfrazado de botones. Le dijo que le traía la comida.

—Yo no he pedido nada —dijo el inspector Merino.

—Es cortesía de la casa —respondió el violador —No te conozco como botones.

—Veo que eres muy observador inspector Merino —contestó el violador mientras sacaba una pistola— dime tu último deseo — continuó diciendo.

—Me gustaría saber tu nombre antes de morir.

—Mi nombre es Pablo y todo esto es culpa de la inspectora Morales —dijo mientras efectuaba dos tiros acabando con la vida de Antonio.

Cuando descubrieron el cuerpo, llamaron a la policía, y al visionar las imágenes de la cámara del hotel, pudieron ver la cara del asesino.

Con esas imágenes y lo que habían conseguido averiguar Montse y Vanesa, tenían claro que el violador era Pablo, aquel estudiante que rechazaron por ser demasiado perfecto y que juró vengarse.

Convocaron una rueda de prensa para difundir el nombre y la imagen del sospechoso. Después de eso, parecía que había acabado la pesadilla y sólo quedaba su detención, pero faltaba el golpe final, completar su venganza, y pondría a la inspectora Vanesa Morales ante una encrucijada que sería difícil de resolver para ella.

Por fin se había desenmascarado al violador de la máscara y estaba mucho más cerca su fin.

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