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DAVINA

—Tus padres me odian.

—Claro que no. ¿Quién podría odiarte, bonita?

—Deja de querer halagarme y salí de ahí, estoy mal. —Lo siento reírse en mi cuello mientras deja besos en su marca que me hacen temblar.

—No te odian, te lo prometo. —Gimo cuando pasa la lengua por mi marca—. Ay, ese sonido. Cuanto lo amo.

—¡Basta! Estamos en tu despacho, Nicholas. Pórtate bien. ¿Y cómo no van a odiarme? Te dije perro pulgoso.

—Como me pone que digas mi nombre entero, por favor.

—¡Nicholas! Te estoy hablando en serio y ya tuvimos la conversación de que a vos

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