Gabriele no podía permitir que todo lo que había vivido se desmoronara por completo sin luchar. Pensó que no podía vivir sin Luciano, que había entregado su corazón, su cuerpo, su alma, y ahora no podía aceptar que todo se deshiciera así, de la nada. Cada parte de él sentía que no tenía sentido seguir adelante sin Luciano, como si su vida dependiera de esa conexión. Lo había dado todo, y ahora estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para no perderlo.—Luciano, sé que cometí un error. Un gran error, y te fallé de una manera que nunca debí hacerlo, me arrepiento. Pero… —dudó por un momento, su mirada fija en la de él,— pero eso no significa que ahora tengas que alejarme de tu vida.Luciano lo miró, su expresión seria, casi distante, como si estuviera tomando una decisión muy difícil, pero aún definitiva.—Gabriele lo mejor es terminar. No lo hago para castigarte. Pero sé que no podemos seguir con esto. Hizo una pausa, como buscando las palabras adecuadas.— Tú todavía tienes ta
Gabriele se encontraba en la casa de su hermana Amalia, hundido en el sofá, sin fuerzas para enfrentar la realidad. La cabeza le dolía, el corazón aún palpitaba con fuerza, y las emociones se mezclaban en su mente. Aún recordaba vívidamente cómo había pasado la noche anterior, cómo se había quedado solo en el apartamento de Luciano, después de que él le dijera que todo había terminado. La puerta de su apartamento cerrándose con un estruendo en su cerebro. La gélida distancia que Luciano había puesto entre ellos, la desdicha que había sentido al ver cómo se alejaba sin mirarlo, dejando atrás todo lo que habían vivido.Estaba vacío, como si todo lo que había sido su vida en los últimos meses se hubiera desvanecido en un segundo. Las imágenes del rostro de Luciano se repetían una y otra vez en su cabeza, y la sensación de rechazo no lo dejaba en paz. Gabriele se abrazó a sí mismo, buscando algo de consuelo en la quietud de la casa de su hermana, pero nada parecía calmar el caos interno q
Gabriele se acercó a su maleta y comenzó a empacar; cada prenda, cada libro, cada objeto parecía pesar toneladas entre sus dedos. Su madre lo ayudaba sin hacer ruido, quería respetar su espacio, sabía que su hijo no quería viajar, pero de repente había tomado la decisión de regresar a Roma. Era extraño, sí, pero en el fondo estaba feliz, porque sabía que era lo mejor para Gabriele. Cuando la maleta estuvo cerrada, Gabriele se quedó de pie junto a la cama, sin saber si de verdad podría dar ese paso.—¿Cariño, de verdad quieres viajar? —Preguntó su mama, apretando su mano.Gabriele asintió débilmente, su madre lo abrazó y le dijo que estaría abajo esperándolo. Gabriele quería hablar con Luciano, escuchar su voz una vez más antes de irse. Tomó su teléfono con su mano vacilante y, sin pensarlo más, marcó el número de Luciano.El tono de llamada retumbó en sus oídos, amplificando su miedo. Por un instante pensó que Luciano no contestaría, pero entonces, la voz que tanto amaba atravesó la
Gabriele estaba sentado frente a su caballete, pero su mente no estaba en la pintura. Sus pinceles danzaban sin rumbo sobre el lienzo, como si sus manos continuaran trabajando por inercia, mientras sus pensamientos volvían una y otra vez a Luciano. No solo se sentía desolado, sino fragmentado, como si cada frase dicha aquella noche lo hubiera deshecho en cientos de partes.Había regresado a la academia de arte, buscando en el estudio algo que lo distrajera de lo que estaba experimentando. Había vuelto a su lugar, a su espacio de siempre, pero sentía que nada era igual. Los días pasaban, y aunque las clases avanzaban, él seguía atrapado en el recuerdo de Lucinano Vaniccelli: sus ojos, su cara, su olor. Cada trazo que hacía parecía borrar una parte de su alma, y no podía evitar preguntarse si ese hombre realmente lo había dejado atrás, como dijo.Gabriele se detuvo un momento, mirando el lienzo con ojos apagados. El cuadro estaba incompleto, al igual que él. Se levantó del taburete, dejó
Habían pasado seis meses desde que Gabriele llegó a Roma. Había tomado la decisión de seguir adelante con su vida, y aunque no era el mismo, había logrado encontrar una nueva dirección. El desconsuelo, que antes lo había consumido, había comenzado a transformarse en algo más profundo y poderoso: el arte. Cada línea, cada color sobre su lienzo, se convirtió en un paso más en su proceso de crecimiento. Aún resonaba en él el eco de lo que había perdido, pero ya no permitía que esa ausencia lo definiera. El amor y el desamor, al fin y al cabo, eran solo una parte de lo que aún le quedaba por vivir. Finalmente, el día de la exposición llegó. La academia de arte se encontraba llena de expectativas, de balbuceos agitados, de luminiscencias danzantes sobre las obras de los estudiantes. Una corriente invisible de ideas flotaba en el ambiente, y Gabriele lo sentía en cada rincón. Hoy, su obra sería vista, pero también era un día para enfrentar una parte de sí mismo que aún no había explorado c
Esa tarde, Gabriele se sentó en el café que solía frecuentar con Damián. Gabriele no podía apartar los pensamientos sobre Luka, los colores llamativos del atardecer hacía que todo a su alrededor pareciera una pintura, pero su mente estaba ocupada en otro lugar, pensando en los ojos oscuros de Luka.Damián, como siempre, había notado su cambio de actitud. Había algo diferente en Gabriele: su creciente distancia, la manera en que su mirada se perdía en el vacío, como si aún estuviera atrapado en una batalla interna que no lograba ganar. A veces, incluso Damián, que había sido su ancla durante estos seis meses, no sabía si realmente lograba llegar hasta él.Finalmente, después de una pausa larga, Gabriele suspiró y miró a Damián. Era hora de hablar. No podía seguir guardándose todo para sí mismo.—Damián… hay algo que necesito decirte.Damián lo miró con curiosidad.—¿Qué pasa, Gabi? —preguntó, mientras tomaba un sorbo de su café.Gabriele se pasó una mano por el cabello, mirando las cal
La noche estaba en su apogeo cuando Gabriele, algo reticente, aceptó la invitación de Luka para ir a una discoteca. Era un lugar que Gabriele nunca habría elegido por sí mismo, pero había algo en Luka, algo que lo empujaba a salir de su zona de confort. Los brillos coloridos de la pista de baile, destellando en tonos morados y azules, se reflejaban en los rostros de los asistentes, creando un escenario estridente y lleno de vigor.Al principio, Gabriele se sintió fuera de lugar. El reggaetón se cernía sobre él con su ritmo frenético, y los cuerpos se movían en una danza casi hipnótica. Luka, sin embargo, parecía estar en su elemento. Con una sonrisa radiante, invitó a Gabriele a unirse a él en la pista, y, aunque dudoso, Gabriele no pudo resistirse a su ímpetu.—Vamos, Gabi, solo una canción —insistió Luka, mientras tomaba su mano y lo arrastraba hacia la pista.Gabriel y Luka, se dejaron arrastrar por el ritmo denso del reggaetón. Sus cuerpos se encontraron en la pista, chocando prim
Era una tarde apacible en Roma, Gabriele y Luka se habían sentado en el pequeño balcón del apartamento que compartían desde hacía uno tiempo, disfrutando de la brisa fresca mientras la ciudad oscilaba en quietud, ajena a lo que estaba ocurriendo entre ellos.Habían pasado seis meses desde que comenzaron a salir, desde que Gabriele finalmente decidió dejó atrás los fantasmas de Luciano y se permitió amar de nuevo. Pero, aunque su relación con Luka había avanzado en muchos aspectos, había algo que Gabriele no podía dejar ir. No había dado el paso definitivo. Algo dentro de él seguía resistiéndose, y no podía entender por qué.Luka, siempre tan atento y cariñoso, nunca lo presionó. Pero hoy, mientras se encontraban abrazados en el sofá del apartamento, algo en el ambiente había cambiado. Luka lo miraba de una manera diferente, sus ojos reflejaban algo que Gabriele no podía ignorar. El roce de su mano sobre la piel de Gabriele no era casual, ya no. Era más urgente, más insistente, era com