Gabriele apenas podía respirar mientras bajaba del coche, balanceándose un poco. Adriano intentó ayudarlo, pero él se apartó con un gesto brusco. No quería más contacto, no quería más errores. Se quedó un momento en la acera, mirando el Aston Martin, como si pudiera borrar su existencia con solo desearlo. Como si eso hiciera desaparecer también su culpa. No había forma. La puerta del auto se abrió antes de que pudiera reaccionar. Luciano estaba allí, recortado contra la luz del interior, con el ceño fruncido y los ojos oscuros, llenos de una mezcla peligrosa de preocupación y furia.—¿Dónde demonios estabas? —dijo Luciano en un tono bajo y helado, tan controlado que dolía más que un grito.Gabriele abrió la boca para responder, pero no encontró palabras. El olor a alcohol impregnaba su ropa, su piel, su aliento. Y Adriano, aún de pie junto al coche, observaba la escena incómoda.Luciano se detuvo frente a Gabriele, mirándolo de arriba abajo. Vio sus ojos enrojecidos, el temblor en sus
Gabriele despertó sobresaltado, los ojos pesados y la mente nublada. Su habitación, normalmente un refugio, se sentía ahora como una jaula. Las paredes, con su azul claro habitual, parecían cerrarse a su alrededor, amplificando el eco de sus propios pensamientos. Cada rincón de ese espacio le recordaba la pesadilla de la noche anterior, el caos de su propio ser desbordado por el alcohol y las malas decisiones. Su cuerpo estaba agotado, pero su mente no dejaba de correr, como una rueda que no podía detenerse.Se levantó lentamente, sus pies descalzos tocando el frío suelo, todo estaba quieto, pero a la vez, en un constante movimiento dentro de su cabeza. Gabriele se miró al espejo del baño. Su reflejo le devolvía la imagen de un hombre roto. Su cabello desordenado, los ojos hundidos con una expresión vacía. No había optimismo en su mirada, solo la devastadora sensación de que había cruzado una línea de no retorno.Mientras lavaba su rostro, el agua fría no lograba calmar la tormenta en
La tarde cayó pesada sobre Gabriele, como un manto opresivo que no terminaba de ahogarlo. Se había refugiado en el pequeño jardín de su casa, buscando un poco de relajación entre el aroma de la tierra húmeda y el zumbido cansado del viento entre las hojas. Se sentó en uno de los bancos de piedra, las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta, la mirada perdida en el horizonte de la ciudad.El tiempo parecía haberse congelado, suspendido en esa mezcla de miedo y arrepentimiento que lo mantenía atrapado. El celular permanecía a su lado, mudo desde hacía horas, como si también estuviera esperando algo que no llegaría.Hasta que vibró.Gabriele parpadeó, dudando por un segundo si no habría sido su imaginación. Pero el sonido se repitió, nuevamente, insistente. Su corazón empezó a latir con violencia mientras extendía la mano hacia el teléfono.El nombre de Luciano brillaba en la pantalla.Con una emoción indescriptible, deslizó el dedo para abrir el mensaje. La luz del atardecer hací
Gabriele no podía permitir que todo lo que había vivido se desmoronara por completo sin luchar. Pensó que no podía vivir sin Luciano, que había entregado su corazón, su cuerpo, su alma, y ahora no podía aceptar que todo se deshiciera así, de la nada. Cada parte de él sentía que no tenía sentido seguir adelante sin Luciano, como si su vida dependiera de esa conexión. Lo había dado todo, y ahora estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para no perderlo.—Luciano, sé que cometí un error. Un gran error, y te fallé de una manera que nunca debí hacerlo, me arrepiento. Pero… —dudó por un momento, su mirada fija en la de él,— pero eso no significa que ahora tengas que alejarme de tu vida.Luciano lo miró, su expresión seria, casi distante, como si estuviera tomando una decisión muy difícil, pero aún definitiva.—Gabriele lo mejor es terminar. No lo hago para castigarte. Pero sé que no podemos seguir con esto. Hizo una pausa, como buscando las palabras adecuadas.— Tú todavía tienes ta
Gabriele se encontraba en la casa de su hermana Amalia, hundido en el sofá, sin fuerzas para enfrentar la realidad. La cabeza le dolía, el corazón aún palpitaba con fuerza, y las emociones se mezclaban en su mente. Aún recordaba vívidamente cómo había pasado la noche anterior, cómo se había quedado solo en el apartamento de Luciano, después de que él le dijera que todo había terminado. La puerta de su apartamento cerrándose con un estruendo en su cerebro. La gélida distancia que Luciano había puesto entre ellos, la desdicha que había sentido al ver cómo se alejaba sin mirarlo, dejando atrás todo lo que habían vivido.Estaba vacío, como si todo lo que había sido su vida en los últimos meses se hubiera desvanecido en un segundo. Las imágenes del rostro de Luciano se repetían una y otra vez en su cabeza, y la sensación de rechazo no lo dejaba en paz. Gabriele se abrazó a sí mismo, buscando algo de consuelo en la quietud de la casa de su hermana, pero nada parecía calmar el caos interno q
Gabriele se acercó a su maleta y comenzó a empacar; cada prenda, cada libro, cada objeto parecía pesar toneladas entre sus dedos. Su madre lo ayudaba sin hacer ruido, quería respetar su espacio, sabía que su hijo no quería viajar, pero de repente había tomado la decisión de regresar a Roma. Era extraño, sí, pero en el fondo estaba feliz, porque sabía que era lo mejor para Gabriele. Cuando la maleta estuvo cerrada, Gabriele se quedó de pie junto a la cama, sin saber si de verdad podría dar ese paso.—¿Cariño, de verdad quieres viajar? —Preguntó su mama, apretando su mano.Gabriele asintió débilmente, su madre lo abrazó y le dijo que estaría abajo esperándolo. Gabriele quería hablar con Luciano, escuchar su voz una vez más antes de irse. Tomó su teléfono con su mano vacilante y, sin pensarlo más, marcó el número de Luciano.El tono de llamada retumbó en sus oídos, amplificando su miedo. Por un instante pensó que Luciano no contestaría, pero entonces, la voz que tanto amaba atravesó la
Gabriele estaba sentado frente a su caballete, pero su mente no estaba en la pintura. Sus pinceles danzaban sin rumbo sobre el lienzo, como si sus manos continuaran trabajando por inercia, mientras sus pensamientos volvían una y otra vez a Luciano. No solo se sentía desolado, sino fragmentado, como si cada frase dicha aquella noche lo hubiera deshecho en cientos de partes.Había regresado a la academia de arte, buscando en el estudio algo que lo distrajera de lo que estaba experimentando. Había vuelto a su lugar, a su espacio de siempre, pero sentía que nada era igual. Los días pasaban, y aunque las clases avanzaban, él seguía atrapado en el recuerdo de Lucinano Vaniccelli: sus ojos, su cara, su olor. Cada trazo que hacía parecía borrar una parte de su alma, y no podía evitar preguntarse si ese hombre realmente lo había dejado atrás, como dijo.Gabriele se detuvo un momento, mirando el lienzo con ojos apagados. El cuadro estaba incompleto, al igual que él. Se levantó del taburete, dejó
Habían pasado seis meses desde que Gabriele llegó a Roma. Había tomado la decisión de seguir adelante con su vida, y aunque no era el mismo, había logrado encontrar una nueva dirección. El desconsuelo, que antes lo había consumido, había comenzado a transformarse en algo más profundo y poderoso: el arte. Cada línea, cada color sobre su lienzo, se convirtió en un paso más en su proceso de crecimiento. Aún resonaba en él el eco de lo que había perdido, pero ya no permitía que esa ausencia lo definiera. El amor y el desamor, al fin y al cabo, eran solo una parte de lo que aún le quedaba por vivir. Finalmente, el día de la exposición llegó. La academia de arte se encontraba llena de expectativas, de balbuceos agitados, de luminiscencias danzantes sobre las obras de los estudiantes. Una corriente invisible de ideas flotaba en el ambiente, y Gabriele lo sentía en cada rincón. Hoy, su obra sería vista, pero también era un día para enfrentar una parte de sí mismo que aún no había explorado c