No había palabras, solo una certeza insoportable de que todo lo que había estado tratando de evitar hasta ese momento, absolutamente todo, estaba a punto de suceder.Una guerra. Ni siquiera su padre, a quién él consideraba un tirano, había puesto a su país al borde de algo tan terrible como una guerra.Ni siquiera se inmutó cuando Yusuf Al-Amir salió de su oficina, y su regreso al palacio fue tan silencioso que Karim llegó al punto de la desesperación y la impaciencia.—¡No puedes hacer esto! —sentenció cerrando la puerta del despacho real mientras Hasan se dejaba caer en uno de los divanes con la cabeza entre las manos—. ¡Esto es solo una absurda maniobra política para conseguir tu poder, lo sabes muy bien! ¡No puedes darle ese gusto, Hasan! ¡No puedes permitir que gente que te atacó venga a chantajearte y simplemente tomen lo que quieren de ti!—Tiene rehenes —murmuró el rey y Karim abrió mucho los ojos mientras su corazón se aceleraba.—¿Qué…? ¿De qué hablas? —espetó nervioso.—De
Hasan frunció el ceño. Sabía que aquellas palabras habían salido de su boca en más de una ocasión, pero no recordaba en qué momento las había pronunciado delante de Giulia.Ni siquiera pudo evitar que aquellas lágrimas rodaron por sus mejillas, porque no quería imaginar que la estaba lastimando, pero en el fondo sabía que aquella cosa extraña y dulce que habían tenido en las últimas semanas no podía simplemente olvidarse sin lastimar a nadie, no podía solo terminar como un imposible sin que a ninguno de los dos le doliera.—¡Lo siento tanto! ¡Lo siento, Giulia, lo siento! —susurró con el corazón destrozado porque entendía muy bien el largo camino que a partir de ese momento tenía por delante—. Pero tengo que hacer esto.—Lo sé —replicó ella—. Y sé que tendrás que hacerlo tres veces más. Sé que la ley que para otros es opcional, para ti es obligatoria. Siempre lo he sabido.—¿Entonces por qué...?¿Por qué había accedido a estar con él? ¿Por qué simplemente no lo había rechazado? ¿Por q
Estaba destrozado de tantas maneras que ni siquiera sabía cómo era que se mantenía en pie. La negociación de paz había resultado en firmas que no valdrían nada fuera del papel, porque mientras las Doce Tribus mantuvieran aquel ejército, jamás habría tranquilidad para Hasan.Ni siquiera se dio cuenta de qué era lo que hacía hasta que aquella puerta frente a la que había caminado decenas de veces se abrió y una mano tiró de él hacia adentro.—Si vas a volverte loco, no dejes que nadie te vea —murmuró ella con tristeza, apoyando la espalda en la puerta; y Hasan sintió que solo por un instante su corazón volvía a latir.—Sé que no tengo derecho pero… quería verte antes de… —respondió pero ni siquiera fue capaz de completar aquella frase.—Antes de que te cases mañana —suspiró ella y salvó los escasos pasos que había entre los dos para abrazarlo.—Eres un rey fuerte, eres un buen rey, saldrás de esto —le aseguró y sintió el corazón de Hasan desbocado contra su pecho.Giulia levantó la mira
Sentía la cabeza pesada, como si el poco vino que había tomado en la celebración le hubiera hecho demasiado efecto, pero en un solo instante comprendió lo que estaba sucediendo y la sobriedad le volvió como un golpe.Hasan rugió como el animal herido que era, sacando aquella daga de su costado y enfrentando a Fadila, que retrocedió apretando los dientes y empezó a gritar. Un instante después Hasan escuchó los disparos afuera, los gritos, la locura de las personas corriendo, tropezándose y atropellándose en un intento por escapar y nadie tuvo que decirle de quiénes.¡Había sido una trampa! ¡Toda la parafernalia de la boda solo había sido una maldita trampa para acercarse lo suficientemente a él!—¿¡Eres parte de esto, maldit@ traidora!? —escupió en dirección a Fadila sosteniéndose aquella herida por la que no dejaba de manar la sangre.—¡Tú no tienes derecho a ser nuestro rey! —replicó la mujer quitándose el velo—. ¡Este país le pertenece a las Doce Tribus y vamos a tomar lo que es nue
Cuando el avión despegó, con el corazón destrozado, Hasan pudo ver cómo allá abajo quedaba la revuelta y cómo de varias habitaciones de palacio el fuego escalaba. Pero por suerte o por desgracia no pudo verlo durante demasiado tiempo, porque la pérdida de sangre y la debilidad lo dejaron inconsciente pocos minutos después.En las siguientes horas apenas fue capaz de abrir los ojos, solo sentía cómo manipulaban sobre su cuerpo y las voces de una azafata y uno de los pilotos.—No podemos hacer más…—Ni siquiera tengo con qué coser aquí…—Nadie imaginó que esto pudiera pasar…—¿Has llamado a tu familia?—Mi esposa y mi hija están en Medina por una celebración familiar…Hasan sentía la presión sobre su costado, pero no fue hasta varias horas después que por fin abrió los ojos con una mueca de dolor. Frente a él uno de los pilotos lo miraba con expresión preocupada y enseguida le acercaron una botella de agua.—Su Majestad… ¿se siente mejor? —le preguntó y Hasan apretó los labios, asintien
Giulia estaba sentada en aquel alfeizar, en una de las tantas ventanas de la mansión Garibaldi. Karim había insistido en que fuera con ellos hasta Inglaterra, pero la muchacha sabía que solo era un intento por distraerla. Sin embargo nada iba a poder quitarle de la cabeza aquella preocupación ni del corazón aquel pesar por saber que Hasan Nhasir ya no volvería a ser suyo nunca más. Por suerte tenía una excelente compañera de vino, y cuando las situaciones se ponían demasiado pesadas, Diana Hellmand no dudaba en cambiarlo por un buen vodka ucraniano. Así que el último par de días aquellas dos chicas se habían encerrado a ahogar las penas en Gorilka, hasta que la resaca había sido demasiado como para soportarla. Y ahora estaba sentada en aquel alfeizar, mirando a los muros de la enorme propiedad, hasta que escuchó a Diana entrara apurada. —¡Tu hermano acaba de llegar! —exclamó y aquello no se le hubiera hecho raro de no ser por el tono inquieto de Diana, y Giulia sabía que no había mu
No pudo evitarlo. Sus ojos solo se cerraron y la inconsciencia se apoderó de él. No era solo la pérdida de sangre, el dolor, o toda aquella adrenalina de sentirse atacado, era que su cerebro ya lo llevaba incluso a alucinar, como creer que era Giulia la que estaba delante de él.Tanto el cardenal Orsini como sus capellanes lo habían estado cuidando, pero el médico había determinado que no podía hacer mucho sin llevarlo a un hospital donde recibiera los cuidados apropiados, y por desgracia había bastado que pasaran diez minutos después de la salida del doctor, para que Hasan escuchara los primeros disparos.Se había parapetado detrás de una mesa, pero no tenía demasiado poder de fuego con el que defenderse, y después de ver caer a varios clérigos a su lado, había jurado por segunda vez en menos de veinticuatro horas que aquel sería el día en que moriría.Sin embargo, cuando todo parecía perdido, había aparecido “ella”. Llevaba una larga gabardina negra con una capucha que ocultaba su r
Un día, dos…Tres infiernos, cuatro…Nadie jamás había visto a Giulia Rossi tan desesperada como en aquel momento. Hasan luchaba hora tras hora por sobrevivir, y ella solo se movía de su lado cuando la obligaban, porque por fortuna tenía una inmensa familia, y cuando no era diana, eran Massimo o Rose los que le recordaban que tenía que comer y bañarse al menos.—No está muerto —le advirtió el médico en cierto punto, cuando vio que la muchacha no se había movido en más de cinco horas de aquella silla, con la mano de Hasan entre las suyas.Giulia lo miró con un gesto interrogante y aquel médico, que había salvado una vez la vida de su madre y que la había visto crecer, puso una mano en su hombro.—No está muerto, es un luchador —repitió—. Solo tenemos que darle tiempo a su cuerpo para que sane, pero va a despertar. Si ha sobrevivido hasta hoy, te aseguro que va a despertar —le aseguró con una sonrisa—. Pero la que va a enfermarse eres tú si sigues aquí.—Pero…—Voy a llamar a tu hermano