A la hora de la cena, ella había bajado a cenar sin joyas, sin maquillaje, con un pantalón y una camiseta, toda de negro, y la melena rubia recogida en una cola de caballo. Edward se preguntó si lo había hecho a propósito para reflejar su estado de ánimo. En cualquier caso, estaba igual de guapa que siempre. Él pensó que era encantadora incluso cuando estaba enfadada, y bajó la vista a sus carnosos labios. –Si no querías cenar, me lo hubieras comentado –Quiero llevarme a Santi a casa –respondió ella de repente–. Mañana. Edward volvió a mirarla a los ojos. Dejó la copa de vino. No estaba del todo sorprendido. La había visto cambiar de humor nada más llegar a la villa. –Eso no va a ocurrir –le dijo sin levantar la voz. Ella dejó el tenedor en el plato haciendo ruido. –¿Somos tus prisioneros, Edward? –inquirió ella–. ¿Ese era tu plan? ¿Secuestrar a mi hijo? –Voy a fingir que no he oído eso –le contestó él en tono tranquilo. –¿Por qué? –volvió a preguntar Rossi, cruzándose de b
Santi se mostró decepcionado al principio por la no ida a la playa.Pasaron un buen rato en un estanque, contando peces y, después, al volver a la casa vieron que había una enorme piscina rodeada de palmeras. Nada más volver a casa apareció Celeste, como si ella también hubiese estado acechando entre las sombras. Les pregunto por la cena. –Unos sándwiches, por favor –le dijo a la muchacha, pensando en el montón de comida del desayuno. Una hora después habían comido y Ethan y ella se sentaron en el balcón de la sala de estar para leer un libro juntos. Entonces llamaron a la puerta y ella sintió ganas de gemir. ¡Celeste iba a volverla loca! –Sinceramente, Celeste, no necesitamos... –empezó a decir, interrumpiéndose nada más ver en el umbral a una mujer que no era Celeste–. Lo siento, pensé que era Celeste. La mujer la miró fijamente y ella sintió tanta vergüenza que deseó hacerse un ovillo. Era evidente de quién se trataba. Años que no estaba de frente a su suegra Pero la reconocer
Rossi tenía ya varios días de haber llegado y decidió salir de compras en compañía de la madre de Edward y de la niñera. Cuando ella descansaba en unas de las cafeterías del centro comercial. Se le acercó su viejo amigo de la universidad y conversaron un buen rato. Joel le hizo un gesto a Rossi sobre una pareja de jóvenes enamorados y este exclamó. –No estaba segura de que me dejaras acercarme a conversar contigo Rossi –le confesó, sonriendo–. No sabes cuánto me alegro de verte. Joel miró la pulsera de diamantes que llevaba en la muñeca y dijo: –Tienes muy buen aspecto. Menos mal que me he sobrepuesto al disgusto y me he atrevido a venir a saludarte –¿Al disgusto? No te entiendo. Joel suspiró. –No te diste cuenta de nada, ¿verdad? Y eso que lo tenías delante de tus narices... En la universidad, siempre estuve esperando a que salieras de tu encierro emocional y te fijaras en mí, pero perdí mi oportunidad, cuando nos graduamos y enseguida te casaste con el idiota de Edward, el h
Horas más tarde Rossi, acostaba en la habitación que ocupaba el niño, cuando Edward llego y entró con paso firme y actitud segura, al observar al niño dormido se detuvo. –Disculpa. Rossi le sostuvo la mirada. –¿Qué querías, Edward? El se aproximó, y ella notó que fijaba la mirada llena de ternura en su hijo. –Venía a preguntarte si has descansado algo desde que llegaste –¡ Te importa! Su tono agudo hizo que Santi aleteara los párpados, protestara un poco y se giró en la cama dormido. –Me importa lo bastante como para preguntártelo –dijo él en tensión–. ¿Tienes todo lo que necesitas? –Desde luego –dijo ella con mirada airada–. Aunque siento que estoy en una prisión –Eso no es cierto del todo, Rossi. –¿Y porque tú negatividad de ver a quién yo quiera? –Todo tiene un limite Rossi fue hacia Edward fuera de sí. –¿De verdad crees que puedes mantenernos aquí durante dos semanas, según tus condiciones? –No lo creo, lo sé. Puedo manteneros aquí todo el tiempo que quiera.
Ya era bien entrada la noche y Rossi no conciliar el sueño. Ella tenía una lucha por un sentimiento que no lograba evitar. Decidió salir y camino a la terraza, se sentó en una de las bombonas y se puso a mirar hacia el horizonte el reflejo de la luna en el agua del mar era espectacular así como la brisa marina y el sonido de olas del mar conseguían en ella una relajación total. Se estaba adormeciendo cuando de repente un ruido la despertó y del susto un breve salto dio. Al observar bien se percató que era Edward quien estaba allí . . . –¿Qué estás haciendo aquí? –inquirió Rosi, genuinamente sorprendida y algo asustada. Como si no lo hubiera estado esperando. Una vez más, Edward se sintió inquieto por la presencia de ella. –Es mi casa, ¿recuerdas? –replicó él con voz tensa y baja, ronca por el deseo–. He estado caminando un poco, he ido a ver las vistas, mas reconfortantes –añadió. Ella miro hacia el horizonte y suspiro –. Pensé que estabas acostada. –Comento Edward. La imagi
La noche anterior había sido reveladora para Edward y para Rossi. Ella no pudo evitar las caricias de Edward. Se perdió en sus brazos y en sus besos, le costó mucho separase de él y huir a su habitación temblando por las emociones que la embargaba igualmente Edward quedaba inquieto pero feliz. Habían pasado dos días desde que él le había propuesto que vivieran juntos de forma permanente, pero Rossi no había aceptado, las dudas estaban presentes en ella. Si le daba tiempo para pensarlo, sin duda, ella aceptaría, caviló. Las dias que llevaban juntos cada vez convencían más a Edward de que su vida en común sería una buena idea. Rossi tenía que entenderlo y, antes o después, aceptar su propuesta. Frunciendo el ceño, sin embargo, Edward recordó la expresión de ella cuando había visto el contrato. ¿Le habría molestado la cláusula de penalización en caso de infidelidad? Si se acostaba con otro hombre, perdería todo apoyo económico por su parte, para con ella. Pero eso no era negociabl
Rossi retrocedió alejándose más de él. Edward se echó a reír con ganas, al ver la acción de ella y ella percibió en sus ojos había cierta amargura. Rossi parecía muy incómoda y a Edward no le extrañó ver su reacción. Aunque no la había tocado, ella se había apartado de repente como si su risa la hubiera golpeado. Y no le sorprendía que estuviera algo molesta, no podía hacer nada para controlar esa bestia que parecía tener en sus más íntimos recuerdos. –Bueno, supongo que te doy la raón razón –le dijo él entonces mientras se levantaba. La miró fijamente. Su ira habitual estaba mezclada en ese momento con algo parecido a la compasión, pero no sabía si sentía compasión por ella o por él mismo. La verdad era que no sabía por qué estaba allí. Una vez más, lamentó haber actuado sin pensar. Era algo que le pasaba con frecuencia cuando se trataba de ella. Pero por fin estaba dispuesto a terminar con esa situación y no tener que volver a lidiar con lo mismo. De una vez por todas. –P
El hombre del presente, el que tenía al frente de ella, era menos duro y cruel, no había nada en él que pudiera considerarse dominante. Nada tenía que ver con la pantera que siempre vivía a la expectativa de cazar algo mejor tantos en los negocios como con las mujeres hermosas. Seguía habiendo algo de ese felino en él, pero no todo eran garras y colmillos. Pensó que quizás por eso estaba alargando tanto ella su respuesta en vez de decirle la verdad de manera más directa. O quizás lo estuviera haciendo porque tenía miedo. Le aterraba que él no la creyera. Y le aterraba aún más que lo hiciera. –Porque tienes que saber que ya no me afectan tus amenazas –le recordó ella–. ¿Qué me podrías hacer que no me hayas hecho aún? –Excelente –susurró él con una voz dulce cargada de veneno–. Veo que avanzamos rápido, seguimos en la parte de la conversación en la que buscamos culpables. El se pasó la mano por el pelo –¿De verdad estás dispuesta a hacerme creer que yo fui culpable de todo? –le pre