El dulce sabor apenas comenzaba y Diego ya había sido empujado. Instintivamente, la abrazó con más fuerza, pero pronto recobró la conciencia y se sintió un poco asustado.

—Ire... —Aunque se había alejado de sus labios, aún no podía soltarla—. Anoche, realmente... no pude controlarme. No te enojes...

—¿Y ahora? —Irene intentó zafarse de él, pero no pudo—. ¡Suéltame! ¿No puedes controlar esto ahora?

—Ire... —Diego la miró con expresión de dolor—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que te abracé? Déjame hacerlo, por favor.

—¡No! ¡Suelta! —Irene evitó su mirada.

—Solo piénsalo como un pago por ayudarme con Eloy. —insistió Diego.

—¡Eso no hace falta!

—Sí, sí hace falta. —Diego se apresuró a decir—. Lo haré bien, te lo prometo. Solo diez minutos... no, cinco minutos. ¿Cinco minutos, puede ser?

—¿No tuviste suficiente anoche? Yo no sé nada; ¿quién sabe cuánto tiempo estuviste abrazándome? —Irene respondió con rabia.

—No quiero abrazarte si no sabes nada. —dijo Diego—. Ire, quiero que me dejes abr