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Capítulo 11. Luz y oscuridad.

Romina estaba impresionada por los agiles movimientos del hombre que la estaba protegiendo, era rápido para interceptar cada uno de los ataques del ladrón, entre las sombras ella alcanzaba a vislumbrar sus fuertes  brazos y los movimientos estratégicos para no ser lastimado.

Ella estaba en completo silencio, preguntándose, ¿Cómo podría agradecer ese gesto de parte de un desconocido?

El hombre terminó dando un golpe en el abdomen del agresor haciendo que se doblara del dolor soltando el bolso de Romina.

La mole de músculos se agachó para recogerlo y dárselo a la dueña, al enfocar la vista más detenidamente, ella se quedó encantada con un par de ojos color aguamarina, profundos y brillantes, un rostro completamente atractivo, que la hizo soltar el aire que no sabía que estaba reteniendo.

— ¿Estás bien? — Dijo el hombre, quien al estar tan cerca Romina, ella pudo reconocer como su apuesto cliente frecuente el restaurante.

— Si, muchas gracias — fue todo lo que pudo expresar Romina, ya que se había quedado prendada del profundo sonido de su voz.

— Sólo ten más cuidado. — fue todo lo que dijo él dándose media vuelta para retirarse.

Sin darse cuenta ella se acercó para tomarlo del brazo—Quiero agradecerte.

Emir se soltó de su muñeca, suficiente había hecho en intervenir en su vida, cuando lo único que había pretendido era observarla desde la distancia, pero tenía que mantenerse firme en su decisión.

— Haz lo que te pedí entonces. — Sin decir más ese  imponente hombre se perdió entre las sombras dejándola sola de nuevo.

Después de esa noche Romina intentó acercarse un poco más a ese enigmático  y protector hombre, pero no pudo obtener más que movimientos de cabeza respondiendo sus preguntas, bloqueando todos sus intentos de crear una amistad, hasta que ella se dio por vencida.

Los meses transcurrían  sin inconvenientes Romina estaba feliz, por fin se acercaba el día  de conocer a su pequeña princesa, porque sí ya sabía que sería una niña y se llamaría  Ángela como su madre.

Estaba en el restaurante y entre cada uno de los servicios se sobaba la panza, estaba gigante, su nena cada día más inquieta y Romina más desesperada por conocerla al fin.

— Apenas son las siete— se quejó Eve.

— Estás más desesperada tú que yo. — dijo pasando a su lado a dejar unas bandejas sucias en la parte de atrás.

Romina no le había contado del intento de asalto a su amiga para no preocuparla, pero al no hacerlo Evelyn tampoco sabía que ése hombre que venía todas las noches la había salvado y a la vez le había puesto un alto a cualquier intento de acercamiento de su parte.

— Obviamente, el hombre misterioso, me encanta. — Evelyn apenas podía creer que Romina no se hubiera acercado más a él.

Desde que  su amiga había empezado a trabajar ahí, él había llegado un día y ya no se había ido, siempre puntual, siempre a la misma hora, y siempre, siempre atendido solo por Romina.

Por donde lo vieran olía a amor o  a acoso, pensó Eve después.

Se puso a trabajar pero de una escuchó un grito muy fuerte.

— ¡Eve! ¡Eve! — era Romina.

— ¿Qué pasa? — fue todo lo que alcanzó a preguntar al ver a su amiga llena de agua y doblada de dolor.

— Ya…Viene…

El jefe de ambas don Samuel llamó un taxi, pero al momento de  Romina subir  Don Samuel tomó de la mano a Evelyn.

— Hija no me dejes el lugar tirado, no me puedo quedar solo.

— Pero, don Samuel. — Evelyn estaba preocupada por su amiga.

— ¡Ya! — Gritó Romina— No te preocupes Eve yo puedo,… ya que termines vas a vernos.

En ese momento Romina tenía la cara roja y estaba sudada pero tenía una sonrisa que irradiaba alegría a todos a su alrededor.

— Bueno ve, ya te alcanzo.

 El camino fue largo y tormentoso, el tráfico los había atorado en un cuello de botella que se veía casi imposible de librar. Bocinas tocando desesperadas, acelerones y frenadas que lo único que hacían era intensificar su dolor.

— ¡Ahh! Uff Uff  —Romina estaba respirando entre contracciones.

— Señora por favor— le pedía el taxista—  aguánteme hasta que lleguemos al hospital.

— ¡ahh! ¿Cómo? Uff, uff— Romina apenas podía creer lo que el hombre le decía.

— Si señora lo acabo de mandar lavar.

Lo veía por el espejo retrovisor y deseaba tener fuerza suficiente para bajarse e irse andando hasta el hospital. Pero por lo que le estaba doliendo, no iba a llegar lejos.

Romina no sabía si reír o llorar, con todo ese tráfico seguramente Ángela llegaría al mundo en el taxi, aunque estaba recién lavado, se dijo para tranquilizarse antes que otra contracción la atravesara por completo.

Y así fue como Romina llegó al hospital, con un taxista agradecido de no tener que lavar el auto de nuevo y una mujer primeriza en una camilla, la doctora Contreras estaba en la entrada lista para recibirla.

— Romina niña, todavía te faltan unas semanas.

— Ángela ya no quiere esperar. ¡Ahh!  ¡Ya  viene!— gritaba Romina por las contracciones.

— Hagámoslo posible entonces.

La doctora se puso a atender y cuidar a Romina y a su bebé, fueron horas intensas, el parto se complicó más de lo previsto y Romina ya estaba  sin fuerza, ya no podía más.

— Un intento más Romina, tu puedes, ya casi terminas. — le pidió la ginecóloga.

— Sí.

El esfuerzo final, se dijo Romina, sólo un último intento y ella estará conmigo, estará a mi lado, se repetía como una especie de mantra para obtener valor de algún lado.

— Ahh— El dolor era intenso, pero por su bebé lo haría las veces necesarias.

De un instante a otro ese dolor en el vientre desapareció, esa presión que sentía que la iba a partir en dos se había desvanecido, como por obra de  magia ya no estaba.

Entre la conciencia e inconciencia, Romina alcanzó a escuchar fuerte y claro el llanto de su linda nena, de su maravillosa Ángela.

Bienvenida al mundo mi bella hija, fue el último pensamiento que tuvo Romina antes de quedar inconsciente.

A su alrededor se escuchaba.

—  Rápido se desangra, es una hemorragia, — la ginecóloga con otros doctores más hacían todo lo posible por salvarle la vida a la mujer que acababa de convertirse en madre.

Romina estaba confundida, poco a poco abrió los ojos, aunque no enfocaba muy bien.

— Mina por fin despiertas. – Evelyn estaba a su lado.

— Ángela, ¿Dónde está?— Fue lo primero que Romina preguntó.

— Mina… yo… ammm…— Evelyn estaba llena de dudas, no sabía cómo decirle lo que había sucedido a su amiga.

— Eve, Ángela. — Romina intentó levantarse rápido para buscarla pero solo le provocó vértigo, tuvo que volverse a recostar.

— Romina— la doctora había llegado— tengo algo que decirte.

Ella volteó a verla directamente a los ojos.

— Tu bebé…

— Si ¿dónde está? Por  favor doctora.

— Tu bebé, Romina lo lamento mucho, pero nació sin vida.

Romina comenzó a negar con la cabeza, inmediatamente después comenzó a gritar de manera gutural, como si su alma saliera en ese grito combinado con llanto y lamento, doloroso y desgarrador.

— ¡Olanzapina ya!— gritó la doctora.

Después de ese pinchazo Romina sintió su cuerpo pesado y sus ojos se cerraron en contra de su voluntad.

— Te vamos a cuidar Romina no te preocupes. — le susurraba la doctora en el oído.

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