Las próximas dos horas Cassio parecía un león enojado, hambriento y enjaulado. ¿Por qué nadie salía a darle noticias de su mujer? ¿Qué diablos estaba ocurriendo allí dentro? Se preguntaba, mientras intentaba contenerse para no hacer un escándalo allí mismo. Lo que le estaba resultando muy... muy difícil.— Cassio — se acercó su prima, con un vaso de café de la máquina dispensadora. Él negó, caminando de un lado a otro. No quería nada, solo necesitaba saber si ella iba a estar bien o no. ¡Debía estarlo! ¡Debía estarlo o… iba a enloquecer en cualquier m4ldito momento! —. No ganas nada con ponerte así. Kathia es fuerte y estará bien.— ¿Entonces por qué nadie sale por esa puerta a darme razón de ella? ¿Por qué carajos…?En ese instante, el doctor que sabía estaba atendiendo a Kathia salió por la puerta.— ¿Son ustedes familiares de la paciente?— Es mi mujer. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está? ¿El bebé…?— Señor, tranquilícese. Su mujer está bien — explicó el doctor, quitándose el gorro. Cassio
Cuando Cassio volvió a llamar a Sarah para preguntar por Cassie y quizás intentar explicarle la situación, o al menos una parte, ella ya se había quedado dormida. Más tarde, esa misma noche, el doctor lo buscó para darle las buenas noticias de que Kat al fin había despertado y que había reaccionado favorablemente. En seguida, no dudó en pedir que le permitieran verla. El hombre asintió con una sonrisa. — Sígame. Al abrir la puerta de la habitación de Kathia, Cassio sintió que una parte de sí mismo se reintegraba a su piel, porque daba igual lo que dijese el médico o las enfermeras, él solo necesitaba saber que ella estaba bien por su propia cuenta. Estaba despierta, efectivamente, pero tenía una expresión cansada y sus parpados se abrían y cerraban con bastante dificultad. Aun así, no dejaba de ser la mujer más preciosa del planeta entero. Se acercó con sigilo y ella lo recibió con una pequeña sonrisa torcida. — Hola — musitó suave. Cassio escuchó esa pastosidad en su voz y p
La celda en la que Francesca iba a vivir por un largo… largo tiempo, fue sustituida por unos gruesos barrotes y un espacio muy pequeño al que solo un guardia insobornable tendría acceso para proporcionarle únicamente sus alimentos. Fue lo que Sebastian Mancini le dijo a Cassio en aquella llamada una semana después.El CEO Garibaldi se mostró agradecido, y no dudó en invitarlo a cenar alguna vez a él y a su familia cualquiera de los veranos siguientes en Amalfi, donde ya residía con su familia. El Mancini por supuesto que aceptó y su mujer le pidió que enviara saludos a la suya.También, después de lo que había ocurrido en el hotel de los Arcuri, Cassio cubrió todos los daños materiales. Grecia, la mujer del importante hotelero, lamentaba que la ceremonia no se hubiese podido llevar a cabo, pero que las puertas seguían abiertas para ellos, incluso cuando decidieran vacacionar, solo tenían que comunicarse directamente y ella misma iba a hacer todo lo posible para asegurarles la mejor su
Tomó por ambos lados el elástico de la ropa interior y la deslizó por las torneadas piernas, llenándole la piel de besos y caricias que le arrancaron suaves y débiles quejidos a la mujer.Con una mano, le masajeó el muslo, y con la otra, le apretó la nalga.— Mm — ella se quejó de gusto, y él sonrió.— Date la vuelta — ordenó con voz profunda, y ella no dudó en responder obediente —. Ahora… manos contra la pared e inclínate para mí.Kathia se sonrojó, y fue exactamente lo que hizo, porque después de varias semanas, estaba muy… muy necesitaba, y quería que él le hiciera de todo y más.— ¿Estoy bien así? — le preguntó por encima del hombro.— Estás perfecta — respondió él, al tiempo que masajeaba ambos redondos y rosados glúteos, para después deslizar un dedo por el canal y encontrarse cara a cara con el cálido y húmedo jugo que goteaba de entre los pliegues —. Joder, Kat, estás exquisita.Y un segundo más tarde, probó largamente la carne, de principio a fin, mientras ella se retorcía d
El yate estaba decorado perfectamente, como si hubiese tomado un buen par de días hacerlo. En realidad, había sido así. Cassio no había dejado de pensar en que quería volver a contraer matrimonio con Kathia, así que a escondidas, diariamente, se encargó de organizarlo todo para que al fin fuesen del otro legalmente.Kathia se llevó las manos a la boca para contener la impresión. Todo estaba de ensueño. Flores blancas, un camino de velas hasta el final de la pasarela que caminarían juntos y un arco de ramas secas y luces tenues que enmarcaban el mar perfectamente.— Cassio… — sollozó conmovida — ¿Cuándo hiciste todo esto?Él le besó la coronilla de la cabeza mientras la rodeaba por detrás.— Dediqué un par de horas cada tarde de la última semana — respondió, satisfecho con el resultado, y la giró entre sus brazos para hablarle mirándole directo a los ojos —. La verdad es que no quiero pasar un día más sin ser tu esposo, Kat.— Oh, Cassio — miró a su alrededor, todavía sin poder creerlo
Se enamoraron a las pocas semanas de conocer y se casaron presas de la pasión desbordada, de ese sentimiento que día con día se alimentaba. Tres años más tarde, se sabría cuánto peso tenía una palabra así de grande.Cassio no solo amaba a su mujer hasta lo impensable; y su deseo por ella era abrumador en casi todos los sentidos, sino que confiaba en ella incluso con los ojos vendados, por eso, cuando pruebas que parecían irrefutables llegaron a sus manos la misma tarde en la que se suponía celebrarían su tercer aniversario de bodas, el mundo del italiano colapsó bajo la suela de sus zapatos.— ¡¿Qué diablos significa esto, Francesca?! — preguntó a su hermana mayor, rabioso, no, más que eso, estaba que se lo llevaba el diablo y no lo traía de regreso. Sabía que la relación entre su mujer y ella no era buena, ni siquiera cordial, pero… ¡¿eso?! No, era demasiado. Aventó los papeles sobre el escritorio y la miró contenido — ¡Explícate, por amor a Dios! — exigió, colérico.Francesca sabía
Minutos más tarde, después de sobornar a la recepcionista del hotel para que le facilitara el número de la habitación, tomó el ascensor y se plantó en el piso indicado. Tomó el pomo entre sus manos que ahora sudaban y temblaban de rabia, dolor, de sentimientos encontrados… y abrió.La escena fue lo más escalofriante que hubiese presenciado jamás en su vida.El cuerpo de su mujer, ese que tantas veces había tocado… poseído como un salvaje, estaba completamente desnudo sobre las sábanas, sudando de saciedad, felizmente dormida, y a su lado, el vicepresidente del corporativo también reposaba.¡Hijo de…! Quiso gritarle, quiso tanto arrancarle las extremidades, una a una, hasta que colapsara de dolor, de sufrimiento… del mismo que él estaba sintiendo en ese momento.De esa sabandija podía esperarse cualquier cosa, pero, ¿de ella? ¡De ella no!Negó con la cabeza, y asqueado, salió de allí. Ninguno de los dos valía tanto la pena cómo para formar un escándalo, pero que les quedara claro que e
Han pasado cuatro años y medio desde entonces y Cassio no ha sabido cómo diablos dar vuelta a la página. Tantas mujeres a su entera disposición — aunque a cada una de ellas haya rechazado sin piedad —, tantas noches de alcohol; de agonía, tantas noches en vela… y nada conseguía borrar de su corazón el recuerdo de la única mujer que había amado: Kathia Scuderi.Cuatro años y medio sumido en una constante soledad; cruda miseria. Y parecía no haber forma de sacarse a sí mismo de allí… no sin ella.Y es que desde Kathia firmó los papeles del divorcio y cumplió su promesa de no volver a cruzarse en su camino ni por asomo, no había vuelto a ser el mismo, y contrario al hombre que solía ser en esos otros tiempos, ahora transitaba por la vida sin apegos ni emociones.Frustrado, solo era así como vivía la vida.Todavía podía recordar con amargura ese día, cuando llegó a casa siendo un hombre divorciado. Lo observó todo con un enorme vacío instalado en el centro de su pecho y furioso comenzó a