UNA SEMANA DESPUÉSElena se encontraba en la sala principal de su hogar, sentada en un cómodo sillón, con las manos reposando sobre su abultado vientre. Los gemelos estaban cada vez más inquietos, como si presintieran que su llegada estaba cerca. Mientras esperaba a Giovanni, su mente no dejaba de repasar la reciente batalla que había ganado: recuperar la empresa que por derecho le pertenecía. Sin embargo, con esa victoria, también llegaban nuevas responsabilidades, y ella sabía que no estaba preparada... aún.Giovanni entró al salón con paso seguro, con un portafolio en la mano. Su mirada oscura se suavizó al ver a su esposa. Había algo en su presencia que siempre lograba calmarla, aunque ahora no podía evitar sentir un nudo de nerviosismo en su pecho.—¿Estás bien? —preguntó él, inclinándose para darle un beso en la frente.Elena asintió, aunque su mirada delataba lo contrario.—Necesito hablar contigo —dijo finalmente, su voz cargada de seriedad.Giovanni tomó asiento frente a ell
Las semanas pasaron rápidamente. Elena se dedicó a prepararse para la llegada de los gemelos, mientras Giovanni asumía su nuevo rol como CEO. Era un hombre implacable en los negocios, pero ahora con Elena, mostraba su lado más humano.Una tarde, Giovanni estaba en el despacho de la casa, concentrado en un conjunto de documentos que requerían su atención inmediata. La luz de la lámpara de escritorio iluminaba su semblante serio, mientras repasaba las cifras y anotaciones con meticulosidad. La carga de responsabilidades pesaba sobre él, pero era un peso que llevaba con gusto por Elena y los gemelos que estaban por llegar.Un suave toque en la puerta interrumpió su concentración. Alzó la vista y vio a Elena entrando con una taza de té humeante entre las manos.—Pensé que esto te vendría bien —dijo ella con una sonrisa cálida, colocándolo sobre el escritorio frente a él.Giovanni dejó los papeles a un lado, observándola con una mezcla de cariño y reproche.—Elena, deberías estar descansan
El silencio de la madrugada fue roto por la voz entrecortada de Elena, quien despertó de repente, con una mueca de dolor. Giovanni estaba profundamente dormido a su lado.—Giovanni… creo que es el momento —susurró ella, aunque su tono traía consigo una urgencia que no necesitaba ser elevada para ser comprendida.Giovanni tardó apenas un segundo en reaccionar. Se incorporó de un salto, y en ese momento, el pánico y la emoción lo golpearon con fuerza.—¿Ahora? ¿Ya? ¡Demonios, está pasando! —exclamó mientras intentaba ponerse los zapatos al revés.Elena lo miró con una mezcla de cariño y exasperación, a pesar de que el dolor comenzaba a intensificarse.—Sí, al parecer ya quieren nacer nuestros traviesos.En su nerviosismo, Giovanni tomó las llaves del auto y salió apresurado hacia la entrada con Elena en sus brazos, olvidando por completo la maleta preparada con las cosas de los bebés y de Elena. Solo cuando llegó al vehículo y notó el vacío en el asiento trasero, recordó su error.—¡La
La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas, dándole un tono cálido al cuarto. Elena, aún agotada por el parto, se encontraba profundamente dormida, acunada por el cansancio que por fin había logrado abrazarla tras el estrés de las últimas horas.Giovanni, mientras tanto, ya estaba vestido y listo para volver a la empresa. Le habían llamado temprano, una urgencia que no podía esperar, por esa razón tenía que irse unas horas. No quería dejarla sola, pero no tenía opción. Sus responsabilidades lo llamaban, y, aunque su corazón se apretaba al tener que dejar a Elena, sabía que ella estaba en buenas manos.—Bellini —dijo Giovanni, buscando al mayordomo en los pasillos del hospital, donde la ansiedad y las preocupaciones aún pesaban sobre su pecho. El hombre apareció al instante, tan discreto y preciso como siempre.—Señor —respondió Bellini, inclinándose levemente, esperando instrucciones.—No te vayas a apartar ni un momento de aquí —le ordenó Giovanni, con voz grave—. Elen
El aire en la habitación estaba cargado de angustia, y a medida que pasaban las horas, la ansiedad de la joven madre se volvía más palpable. Estaba sola, acurrucada en la cama con su hijo en brazos, mirando a la cuna vacía de su gemelo, con los ojos hinchados de tanto llorar, mientras Bellini trataba de calmarla.El mayordomo, siempre confiable y sereno, no sabía cómo consolarla ante tal tragedia. La desaparición de su bebé parecía una pesadilla de la que no podía despertar.Elena no podía pensar con claridad. Su mente daba vueltas entre el miedo, el dolor y la desesperación. Apenas podía creer lo que había sucedido. ¿Cómo podía alguien haberle quitado uno de sus hijos? ¿Y por qué se lo habían llevado?Fue en ese instante cuando la puerta de la habitación se abrió y Giovanni apareció en el umbral. Su rostro, reflejaba también el agotamiento y la preocupación que sentía al ver a su esposa derrumbada entre lágrimas.—Elena... —se acercó rápidamente a ella. En sus ojos brillaba una furi
En ese momento, la mansión Romagnoli, se encontraba sumida en un caos absoluto. Policías y técnicos habían llenado la sala principal con equipos de rastreo y comunicándose frenéticamente. El detective se mantuvo pendiente esperando a que Camila llamara de nuevo, él estaba seguro de que ella lo haría pronto, pues quería noticias, saber si Elena ya había retirado los cargos, o si al menos había decidido hacerlo. Giovanni le dijo que no se preocupara, que le dijera que lo iba a hacer, que iba a retirar las demandas, por supuesto que la iba a engañar, hacerle creer lo contrario. Camila era tonta, y no estaba en buenas condiciones, por lo tanto, no iba a sospechar nada.Giovanni se quedó a lado de Elena, ambos sentados en uno de los sofás, aunque por dentro él quería salir corriendo y buscar a su hijo, pero sabía que su esposa lo necesitaba mucho y no podía hacerle eso, de dejarla sola.Elena no se había apartado del teléfono, sus manos temblaban ansiosas por la espera de esa llamada. Su
El corazón de Giovanni se detuvo un instante cuando miró a Elena en aquel estado. El pequeño no dejaba de llorar.—¡Elena! —gritó, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.Elena estaba allí, apoyada contra el marco de la puerta, con el rostro pálido y una mueca de dolor evidente. La mancha roja se mostraba en su muslo derecho, la sangre empapando lentamente la tela de su pantalón.—Estoy bien... —murmuró ella, intentando mantener la compostura, aunque su voz temblaba.Giovanni corrió hacia ella, con el bebé aún llorando en sus brazos. Se arrodilló rápidamente, revisando la herida con manos temblorosas.—¡Esto no es "estar bien", Elena! Estás sangrando mucho —dijo con la voz rota, su desesperación más que evidente.Ella trató de sonreír, aunque el dolor le nublaba la mente.—Solo fue un roce... Estoy bien, de verdad. Pero, Giovanni... —sus ojos se llenaron de lágrimas al mirar al bebé—, ¿él está bien? Déjame verlo.—Lo está, él solo tiene hambre y tal vez algo de frío —aseguró él
El sol comenzaba a asomarse entre las cortinas de la habitación principal de la mansión Romagnoli, iluminando con suavidad las paredes decoradas con tonos cálidos. Elena se despertó con el suave balbuceo de uno de sus pequeños desde la cuna. Habían pasado ya meses desde aquel trágico evento que marcó sus vidas, y aunque las heridas físicas habían sanado casi por completo, las emocionales seguían dejando cicatrices profundas.Al ponerse en pie, sintió un leve tirón en la pierna donde había recibido el disparo. "Un recordatorio de que sobrevivimos", pensó con una mezcla de gratitud y melancolía. Se acercó a las cunas de sus gemelos y los observó con una sonrisa. Sus rostros angelicales parecían borrar cualquier sombra de preocupación.Giovanni entró en la habitación poco después, ya vestido para el día. A pesar de su apariencia serena, Elena podía notar el cansancio en sus ojos. La empresa había requerido de todo su esfuerzo, especialmente tras los problemas legales que enfrentaron con