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Joel y Tory no podían creer lo que acababan de descubrir. Las palabras de la noticia golpearon sus corazones con una fuerza implacable.—¡Es tan triste! —dijo Tory, su voz quebrada por la incredulidad—. Era tan joven… estaba embarazada, por un aborto mal realizado… ¡Ella murió!La realidad de lo sucedido parecía demasiado cruel para ser cierta. Las lágrimas brillaban en sus ojos, pero las palabras no salían de su garganta, como si el dolor de lo ocurrido las hubiera atrapado en un nudo imposible de deshacer.Joel la abrazó, tratando de consolarla, pero no podía evitar sentir una profunda tristeza en su interior. El rostro de Tory, lleno de angustia, le quebraba el alma. —Su madre… colapsó. Es como si hubiera perdido toda razón, Tory. Debemos ayudarla, debemos hacer algo por ella.Tory asintió sin decir palabra, apretando los puños contra su pecho como si pudiera contener dentro de sí misma el dolor que sentía por esa tragedia. Había algo profundamente injusto en todo esto, y el peso d
Los autos seguían pasando, y el bullicio de la ciudad se hacía cada vez más lejano.Tory, con los ojos fijos en el horizonte, sintió una sensación inexplicable en su pecho.El aire fresco de la tarde la envolvía, pero su mente no podía dejar de pensar en lo que acababa de ver. Humberto, allí, parado entre la multitud, observándola con una mirada fría y cargada de odio.Sus ojos se cruzaron brevemente, y el tiempo pareció detenerse.—¡Joel! ¡Era él! ¡Era Humberto! —exclamó, la voz quebrada, pero llena de incredulidad. Su corazón palpitaba a un ritmo frenético.Había visto su rostro, esa expresión dura y calculadora. ¡Lo había visto claramente!Joel, sin embargo, no parecía haberlo notado. Su mente estaba en otro lugar, su enfoque en otro objetivo. Miró a Tory, aun sin comprender el peso de sus palabras.—Olvídalo para siempre, Tory —respondió él, su voz calmada, como un intento de tranquilizarla—. Nunca te podrá lastimar de nuevo. Ya está todo en el pasado.Pero las palabras de Joel, po
Beth descansaba en la tranquilidad de su hogar, acariciando suavemente su vientre mientras sentía las pataditas de su bebé.Para ella, el embarazo había llegado como un milagro inesperado. Durante tanto tiempo había temido que la vida pudiera terminar en cualquier instante, que el destino la condenara a una existencia llena de penurias, pero ahora, con su salud mejorando día a día, la esperanza se abría paso en su interior.«Mi bebé, mamá, estará contigo, y tu vida será diferente. Papá y yo haremos todo lo posible para brindarte un futuro lleno de amor y oportunidades», murmuró con ternura, imaginando el mundo que estaban construyendo.Cuando Mateo llegó a casa, la abrazó con una fuerza que parecía querer fundir el pasado y el presente. Besó su frente con delicadeza y, mirándola a los ojos, le dijo:—Te amo. ¿Cómo te sientes hoy? Beth esbozó una sonrisa sincera y asintió con la cabeza. —Estoy bien, mi amor. Muy emocionada… pronto seré mamá.En ese instante, se acurrucaron juntos, y e
—Papá, el bebé de Beth ya nació —dijo Humberto, acercándose a su padre con el celular en la mano. Usaba un perfil falso para seguirla en redes sociales.El hombre observó la pantalla y sonrió con malicia, una expresión oscura que helaba la sangre.—Se ha llegado el momento, Humberto —susurró, con voz venenosa—. Ahora pasamos al siguiente plan.Humberto tragó saliva. A pesar de todo, había aprendido a temer a su padre.—¿Qué haremos?El hombre cruzó las manos con calma inquietante.—Primero, el plan A. Si tu hermana es lista, obedecerá. Si no… —Sus ojos brillaron con un destello cruel—, entonces el plan B la destruirá.Humberto sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no dijo nada.***Al día siguiente, Beth fue dada de alta junto a su bebé. Mateo la llevó de vuelta a casa, su rostro iluminado por una felicidad genuina cada vez que miraba al pequeño Benjamín.Al entrar a la habitación, Mateo acomodó la cuna cerca de la cama de Beth, asegurándose de que ella pudiera vigilar al be
Fernanda llegó a casa después de un largo día, sintiendo el peso del embarazo en cada paso. El aroma de especias y caldo caliente llenó el ambiente, envolviéndola en una sensación de calidez y hogar. Caminó hasta la cocina y se encontró con Matías de espaldas, moviendo una cuchara dentro de una olla humeante. Sonrió sin poder evitarlo.Se acercó a él y, sin decir una palabra, rodeó su cintura con sus brazos, apoyando la mejilla contra su espalda. Matías dejó escapar una leve risa y se giró levemente para mirarla.—Te hice sopa —dijo con ternura, acariciando su mejilla con los nudillos—. Te va a gustar mucho.Fernanda asintió con una sonrisa y fue a sentarse en la mesa. Observó cómo Matías servía el caldo con esmero, asegurándose de que todo estuviera perfecto.Él colocó el tazón frente a ella y se inclinó para besar su frente.—¿Cómo te sientes hoy, amor?Fernanda jugueteó con la cuchara unos segundos antes de levantar la mirada.—Matías… hoy ocurrió algo y necesito decírtelo.Su espos
Matías sintió que se volvía loco. La rabia le nubló la razón, sus puños se cerraron con fuerza y, sin pensarlo, descargó un golpe brutal contra el rostro de aquel hombre. El sonido seco de su puño chocando contra la carne resonó en el pasillo del hospital. Walter cayó al suelo como una simple ficha de dominó, aturdido, con la nariz sangrando y la mirada vidriosa.—¡Imbécil! ¡Largo de aquí! —rugió Matías, con el pecho agitado y los ojos encendidos de furia.Giancarlo apenas alzó la mano y, de inmediato, los guardias corrieron a intervenir. Walter forcejeó, pero no tuvo oportunidad.—¡Soy el padre de los hijos de Fernanda! —vociferó con desesperación, su voz cargada de veneno.Lo sacaron del hospital casi al instante, mientras Matías, tembloroso, negaba con la cabeza, sintiendo cómo su mundo se tambaleaba.—¡No es cierto! ¡Papá, mamá, no le crean, está loco! —exclamó, su voz quebrándose por la angustia.Sin decir más, se giró con brusquedad y se apresuró a vestirse, su mente aun dando v
Giancarlo se mantuvo en silencio, su expresión era grave. Sabía que aquel momento de felicidad para su hijo y su nuera estaba a punto de verse empañado. No podía callarlo más. Al día siguiente, cuando Matías y Fernanda estaban a punto de salir del hospital con sus hijas en brazos, decidió hablar con ellos.—Hay periodistas afuera.Ambos se miraron con desconcierto. No eran figuras públicas, ¿por qué habría periodistas esperándolos? ¿Solo por el hecho de ser millonarios?—Un hombre... llamado Walter, ha difundido mentiras sobre ti, Fernanda.Ella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su rostro palideció de inmediato y su respiración se volvió errática.—¡Él dijo lo mismo de antes! ¿Verdad? —su voz tembló—. ¡Es mentira, Matías! Nunca te he engañado, ¡tienen que creerme!Matías no dudó ni un instante. La tomó de los hombros con firmeza y la miró con determinación.—¡Por supuesto que te creo, mi amor! Ese hombre solo es un maldito loco —gruñó con furia contenida.—Claro que creemos
—¡Te lo suplico, Alonzo, ven al cumpleaños de Benjamín! ¡Él es tu hijo! Está muy enfermo, ¡todo lo que quiere es verte! Podría ser la última vez… —la voz de Roma quebró, su garganta se cerró y sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas, pero no las dejaba caer.No podía. No frente a él. No frente al hombre que había sido su amor, su vida, su todo. Y ahora… era un desconocido que la rechazaba, que la miraba con desdén.Roma Valenti estaba de rodillas en el suelo, aferrada a las piernas de ese hombre, incapaz de levantarse, como si su cuerpo no le respondiera, como si la indignidad de esa situación la hubiera atrapado por completo.Pero lo peor no era eso. A pesar de todo, ella haría lo que fuera por su hijo, por eso estaba ahí.En lo más profundo de su ser, Roma sabía que se había perdido a sí misma en el amor por Alonzo.Y ahora, estaba dispuesta a quemarse hasta el último aliento por su hijo, por Benjamín, quien no merecía vivir sin el padre que tanto lo necesitaba.—¡No te cansarás