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—¿De qué estás hablando, papá? —preguntó Humberto, entrecerrando los ojos con desconfianza.Su padre esbozó una sonrisa fría, llena de codicia.—Humberto, tendremos mucho dinero —sentenció con voz grave—. Solo debemos amenazar a los Savelli. Voy a traer un abogado y exigirles una fortuna por no desconectar a Beth.Humberto frunció el ceño, procesando las palabras con lentitud.—¿Desconectarla?—Esa idiota de tu hermana está en coma, Humberto. Es una carga inútil para nosotros... pero si fingimos que vamos a desconectarla, los Savelli estarán dispuestos a pagar lo que sea. Nos van a rogar. Y cuando tengamos ese dinero, podremos vivir la vida que siempre hemos querido.Por un segundo, el silencio se apoderó de la habitación. Entonces, Humberto rompió en carcajadas.—¡Mira nada más! Mi hermana por fin sirve de algo —dijo con una sonrisa maliciosa—. Papá, ¡vamos a hacerlo!Sin más, ambos salieron con prisa, ansiosos por encontrar un abogado que los ayudara a ejecutar su plan.***Siete día
Giancarlo y Mateo salieron de la oficina con la sangre hirviendo en las venas. Mateo apretaba los puños con tanta fuerza que las uñas se le clavaban en la piel. Su mandíbula temblaba de pura rabia.—¡Los odio! —bramó, con la voz rota por la impotencia—. Si pudiera matarlos con mis propias manos, lo haría sin dudarlo, padre.Giancarlo le puso una mano en el hombro, firme, intentando contenerlo.—Tranquilo, hijo. La venganza es un plato que se sirve frío. Confía en mí, ese dinero nunca lo disfrutarán.El señor Ramos los alcanzó con una sonrisa petulante en el rostro. No se molestó en disimular su avaricia.—Mañana, el dinero —exigió con voz soberbia—. Lo quiero en efectivo. Lo entregarán aquí mismo en el hospital.Giancarlo clavó sus ojos oscuros en él con un desprecio que habría hecho temblar a cualquiera. Sin embargo, el otro hombre solo se relamió los labios con ansia.—Lo tendrás —dijo con un tono gélido—, pero a cambio, firmarás un documento en el que cedes el cuidado de Beth y de m
—¡Tranquila, Beth, vas a estar bien!El sonido de las máquinas resonaba en la habitación, acompañando la respiración errática de Beth a través del tubo.Sus ojos estaban abiertos, pero su mente aún flotaba en un limbo entre la conciencia y la confusión.Su pecho subía y bajaba con dificultad mientras su mirada temblorosa saltaba de un punto a otro, sin comprender del todo dónde estaba.Roma la sujetaba con delicadeza, como si temiera que se desvaneciera en cualquier momento.—Beth… —susurró, sintiendo la presión de los dedos débiles de la joven en su muñeca.Antes de que pudiera decir algo más, la puerta se abrió de golpe y entraron un doctor y una enfermera.Sus expresiones eran tensas, pero su profesionalismo los mantenía firmes.—Necesitamos espacio. Salga ahora mismo —ordenó el médico.Roma vaciló un instante, sin querer soltar a Beth.—¡Pero ella…!—Ahora —repitió la enfermera con firmeza.Roma respiró hondo y asintió, soltando la mano de Beth con un nudo en la garganta.Se giró y
Mateo estaba desesperado. La angustia lo devoraba mientras caminaba de un lado a otro en el pasillo del hospital. Cada minuto que pasaba se sentía eterno, como si el tiempo se burlara de él, prolongando su sufrimiento. Su esposa llevaba siete días sumida en la inconsciencia, y aunque los médicos le habían dicho que solo quedaba esperar, la incertidumbre lo estaba matando.Entonces, el doctor apareció.Mateo se lanzó hacia él, con el corazón al borde de estallar.—¿Cómo está mi esposa? —preguntó con la voz temblorosa.El doctor le dirigió una mirada firme, pero había un brillo de esperanza en sus ojos.—Está despierta.Mateo sintió que el aire regresaba a sus pulmones.—Todavía no podemos retirarle el respirador artificial. Lo haremos mañana si todo sigue estable. Pero que haya despertado es un excelente signo. Nos indica que hay altas probabilidades de que las secuelas sean mínimas.El alivio golpeó a Mateo con la fuerza de una ola. Cerró los ojos, tratando de contener las lágrimas.—¿
En la universidadHumberto llegó muy temprano a la universidad. Su mirada ansiosa recorría los pasillos, buscando a Tory. Pero cuando encontró a Brianna, la tomó de la mano y juntos fueron hasta la cafetería.—Mi amor, ¿conseguiste el dinero? —preguntó Brianna, entrelazando sus dedos con los de él.Humberto bajó la mirada, negando con pesar.—Lo siento, Brianna, no lo conseguí.Ella se quedó perpleja, soltó sus manos como si hubiera recibido un golpe.—Pero…Humberto le sostuvo la mirada con firmeza.—Brianna, escúchame bien. Me casaré con Victoria.Brianna se apartó de golpe, como si las palabras la hubieran quemado. Sus labios temblaban, pero antes de que pudiera hablar, él continuó.—Lo haré solo por dinero. En cuanto lo tenga, la dejaré… para estar contigo.Los ojos de Brianna se iluminaron con un brillo mezquino.—Pero falta mucho…—No te preocupes. Confía en mí, pronto tendremos el dinero suficiente para que vivas como una reina.Ella sonrió satisfecha, acariciando la mejilla de
Giancarlo y Roma regresaron a casa cuando el sol ya casi se había ocultado en el horizonte.El viento nocturno soplaba con una calma inquietante, y el eco de sus pasos resonaba en el amplio recibidor de la mansión. Roma se deshizo del abrigo con un suspiro cansado.—¿Cómo está Tory? —preguntó—. ¿Ya cenó?La empleada que la recibió en la entrada bajó la mirada, su expresión denotaba incomodidad.—Señora… la niña no ha vuelto de la escuela.Un silencio denso se instaló en la habitación.Roma y Giancarlo intercambiaron miradas de desconcierto.Él frunció el ceño y sacó su teléfono de inmediato, revisando sus notificaciones. Su mandíbula se tensó cuando vio los mensajes de transacciones bancarias.—Esta niña… —su voz cargaba una mezcla de irritación y sorpresa—. Parece que se fue de compras.Roma se acercó para mirar la pantalla, y al ver la cantidad de dinero que se había gastado, sus ojos se entrecerraron con desconfianza.—¡Roma, mira cuánto gastó! Le dije que podía comprar lo que quisi
Humberto y las mujeres fueron arrestados. Mientras los oficiales los escoltaban fuera del restaurante, los gritos de las mujeres resonaban en el aire como un eco desesperado.Humberto, con el rostro desencajado, suplicaba una y otra vez su inocencia, aferrándose a la posibilidad de que su teatro de víctima lograra conmover a alguien. Pero nadie lo escuchó.La patrulla los esperaba con las puertas abiertas, listas para tragárselos y llevarlos a la comisaría.La madre de Briana comprendió que era el final del juego. Entre sollozos, tomó una decisión.—Soy la responsable —dijo con voz entrecortada—. Yo decidí robar la tarjeta. Por favor, ellos son inocentes.Humberto y Briana, desesperados, asintieron con rapidez, aferrándose a su coartada.—Sí, sí. Pensamos que Victoria nos había invitado, pero… al final, ella no pudo venir.Giancarlo los observaba desde la habitación de espejo, el reflejo de su rostro era un lienzo de absoluta frialdad. No pronunció palabra alguna.En su mente, aún reso
El lunes, al volver a la universidad, Humberto Y Brianna estaban listos para enfrentar a Victoria.La madre de Brianna, aun con la esperanza de que Humberto intercediera, estaba convencida de que Victoria, movida por el amor que sentía por él, cedería.Después de todo, ella solía amarlo hasta ser como una esclava de él, y Humberto sabía cómo hacer que ella viera las cosas a su manera.Pero al llegar, la realidad fue muy diferente.Una sensación de inquietud la invadió cuando fue llamada a recursos humanos del colegio.Algo no estaba bien.Al entrar en la oficina, el ambiente se volvió denso, pesado, como si todo estuviera a punto de desmoronarse sobre ella.La miraban con severidad, como si fuera una criminal, y el murmullo de voces lejanas la inquietaba aún más.—Estás despedida.El golpe fue tan inesperado que se quedó helada.El aire a su alrededor pareció volverse más denso, como si el mismo edificio la estuviera rechazando.Su corazón comenzó a latir desbocado, y la garganta se le