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Al día siguiente Frida estaba por salir, cuando el Arturo la alcanzó. —Debo pedirte un gran favor. Ella se detuvo y lo miró bien. —Ayer llegó muy tarde a dormir. —Lo siento, encontré a un viejo amigo y me detuve conversando con él. —¿Qué favor necesita? —cuestionó intrigada —Podría darle esta nota a la señora Santori. Los ojos de Frida le miraron curiosos. —Señor Duarte, debe tener cuidado, no olvides que Alba es una mujer casada —Con un pusilánime. —Pero, sigue siendo una mujer casada, si no respeta a su marido, deberá respetarla a ella. —La respeto mucho, esta nota es especial, y créeme, no tiene nada de malo. La mujer liberó un suspiro, y asintió. —Lo hago porque confío en usted. La mujer se fue con su chofer y Arturo quedó conforme. Cuando Alba y Evan bajaron a comer, estaban tan felices y unidos, que las miradas severas de Piama, Raúl y Miranda no se hicieron esperar. Parecían esperar a que ese par bajaran furiosos, pero no fue así, y encontraron una gran decepció
Cuando Alba volvió se recostó en la cama, no quería saber nada y Marisa le llevó aquel té. —¿Qué sucede, mi niña? Cada día te veo más triste, me inquietas, dime, ¿Qué sucede? ¿Qué es lo que necesitas para ser feliz? ¡Lo tienes todo! —¡No tengo nada! Nana, solo a un esposo que no me ama, que me miente, y que… ¡Podría ser un asesino! Marisa abrió ojos enormes. —¡¿Qué cosas dices, niña?! ¡No! ¿Qué pruebas tienes para afirmar algo tan cruel, Alba? —La gente lo dice, gente muy cercana a los hechos. —¡Alba! No puedes creer en otros más que en tu marido. —No lo entiendes, nana. —Lo único que entiendo es que te has vuelto necia y ciega, Alba, tal vez la forma en que Evan y tú se casaron no fue la mejor o la más romántica, pero es hora de madurar, él te ama, ha hecho todo por hacerte feliz, ¿Y tú que has hecho? Pagarle con un horrible desprecio que no merece. —No me entiendes, nana. —Te quiero mucho, mi niña, pero creo que, no te entiendes ni tú misma. Marisa salió de ahí. Alba miró
Evan supo pronto que Alba estaba en un lujoso restaurante de la ciudad. Entró al restaurante, fue bien recibido y pagó a un mesero para que le diera acceso a la mesa, justo detrás de donde estaban Alba y Arturo. Casi enloquece al verlos, pero se mantuvo tranquilo. Ellos no notaron su presencia, estaba dándoles la espalda, podía escuchar toda la conversación, controlaba su rabia a como podía. —¿Y a qué hora llegará Frida? —preguntó Alba. —Pronto, ella debe estar por llegar, no se preocupe, aunque espero que no le moleste mi compañía. —No, claro que no —dijo amable, pero Arturo sonrió —Señora Alba, debo confesarle que la he extrañado en demasía, no puedo más —repuso Arturo, ante la confusión de Alba—. No puedo sacar su belleza de mis pensamientos. Y debo decirlo, antes de ahogarme con mis sentimientos, estoy fascinado con usted. Alba se sintió inquieta, no gustaba más de ese hombre. —Señor Arturo, le agradezco sus cumplidos, me elogia, sin embargo, debe comprender que debo recha
El rostro de Alba se desencajó al instante que lo escuchó decir eso. —¿De verdad me dejarás libre? Él la miró con tristeza, estaba desconsolado. —Sí, eso es lo que querías, todo este tiempo luché contra ti, pero en realidad, nunca fuiste mía. Él salió de la habitación, ella sintió como si algo en su interior se estuviera rompiendo. Un sollozo escapó de sus labios. —No era lo que quería, ¡No así! —exclamó llorando. Alba corrió a tomar su maleta, la preparó a toda prisa, pero al abrir el cajón del closet un cuaderno estaba ahí, ella observó en la primera página, tenía el nombre de Evan Santori. —¿Será su diario? Ella lo escondió en su maleta, escuchó la puerta abrir, era Marisa. —¿Qué pasó, mi niña? El señor esta hecho una fiera. —Nana, él… me pidió el divorcio… Marisa se quedó perpleja. —¡¿Qué has dicho?! ¡Qué haremos! Mi niña, ¿A dónde iremos ahora? —No importa, nada importa nana, creo que lo arruine todo, él me confesó que lo de Leonor, él no tuvo que ver, fue todo un est
Cuando Alba abrió los ojos, miró alrededor y Evan no estaba, se enderezó y vio en la mesita de noche. Ahí estaba esa nota, se quedó perpleja —Quizás se fue a trabajar, y no quiso despertarme —dijo, pero incluso su voz le pareció falsa, había un temor en su interior, como un mal presentimiento. Tomó la nota y decidió leerla. «Alba: Ayer fue un error, no debí hacerte el amor por pasión, no suelo estar con una mujer solo por lujuria, quizás te deseo más de lo que nunca pensé, sí, aún te amo, pero, me amo más a mí mismo, no puedo seguir contigo, para mí, esto ha terminado, no mereces mi amor, ni mi perdón. Tampoco te dejaré a la deriva, he dejado claras instrucciones para Raúl, él te dará a firmar el divorcio, además te dará una buena compensación y una casa, donde puedas vivir, puedes elegir vivir en Santa Rosa o irte a vivir a Catalia. Yo me voy por un tiempo, un mes o dos, volveré, para ese entones, ya no estarás aquí. Me hubiese gustado decir todo esto en persona, pero, no teng
Dos meses después. Evan caminó por la playa, y el padre Enrique lo alcanzó. —¿No ha sido suficiente tiempo? El hombre le miró confuso. —¿Para qué? —Debes volver a casa, tu esposa te espera, las desavenencias siempre existen en el matrimonio, pero, es hora de enfrentar los problemas, mañana podría ser demasiado tarde, Evan. Él negó. —Se acabó —sentenció—. Me divorciaré, solo debe faltar mi firma. —Evan, no seas tan rencoroso, ¿Has dejado de amarla? Él no dijo nada. —No se trata de eso, padrino Enrique, soporté muchas humillaciones. —Ella es más joven que tú, más ingenua, sabes que ha tenido una vida dura. —¡Yo también! —Pero, si la pierdes por siempre, ¿Podrás vivir sin ella? No has sonreído ni un solo día aquí, sé que piensas en ella, sé que la amas aún, no pierdas todo por tu orgullo, ella te pidió perdón, ella te ama, ¿Podrías resistir verla lejos de ti o con otro hombre? —¿Otro hombre? —exclamó mordiendo sus palabras, luego tragó saliva—. Nuestro matrimonio acabó, no h
El tren llegó en dos horas a Barza, aún se podía cruzar la frontera, ya que muchos sostenían con firmeza, que en unos días el ejercito amarillo del mediterráneo tomaría Catalia, y no podrían entrar o abandonar el país. —¡Eva…! —susurró Alba al escucharlo. —No te angusties, querida, nuestros países nunca serán tan tontos para sumirnos en una guerra, además una guerra desigual, Catalia solo es un principado, El Mediterráneo es un gran imperio —aseveró Frida. De todas formas, Alba no estuvo nada segura. Se levantó y sintió el frío calar en sus huesos. Un hombre que las esperaba bajó sus maletas y les señaló donde estaba el auto. —Su prima la señora Daniela, la espera ya en casa. Frida asintió. Alba sentía dolor de cabeza, pensó que se trataba de que su periodo estaba por llegar. Ya se había atrasado una semana. Pronto subieron al auto que avanzó hasta ese lugar. La casa de Daniela era hermosa, una mansión estilo barroco, en medio de un gran jardín otoñal. —Daniela, mi prima, es
Alba miró a Rhys, era tan extraño volver a reflejarse en esos ojos, lágrimas cayeron pro su rostro. —¡Rhys! Él se acercó a ella. El médico salió. —Supe que te casaste, me olvidaste tan rápido. Ella hizo de sus manos un puño de rabia. —¿Qué? ¡Eres cínico! ¡Te creí muerto! Ahora resulta que solo querías alejarte de mí, ¿Por eso fingiste tu muere? —¿Qué dices? —¡Alba! 1Fira entró y miró extrañada al ver a Rhys—. ¿Todo está bien? —Sí, solo vine a preguntar si estaba todo bien —Rhys salió de ahí. —¡Estás embarazada, Alba! Me dijo el médico, ¡Qué felicidad! ¿Qué harás ahora? ¿Buscarás a Evan? Alba no supo que responder, sus pensamientos eran confusos. —No lo sé… —¡No puedes negarle a tu hijo su padre, Alba! ¡eso sería terrible! —exclamó Frida. —No puedo hacerlo, debo buscarlo, pero él me odia, ahora. —No te angusties —dijo Frida—. Ahora descansa, mañana veremos, podremos viajar en el tren de noche e ir a buscarlo. Alba asintió. Frida salió, ella se durmió. Más tarde, casi p