CUARENTA Y SEIS

La brisa fría golpea suavemente su rostro, ondeando su cabello cobrizo, cierra los ojos sintiendo el viento fresco. Por un momento logra olvidarse de todo, solo se dedica a disfrutar de ese instante que le transmite serenidad, una completa calma y paz. Luego de haber llorado como nunca antes lo había hecho, Willow decide volver a casa.

—¿Segura que no quieres que te lleve? —le pregunta Oliver por cuarta vez.

—Sí, tranquilo. Caminaré un rato, el aire fresco me hará bien —alega colocándose el abrigo.

—Querrás decir el aire de la Antártida que hace allá fuera, ¿sabe en cuántos grados está la temperatura?

—No, pero tampoco me voy a convertir en un cubito de hielo —contesta colocándose el calzado.

—Vale, no insistiré más. Si te congelas será tu culpa —la joven rueda los ojos ante la exageración de su amigo.

—Eso no pasará, estaré bien —baja las escaleras que conducen a la sala—. Me despides de tu madre, otro día paso con la pequeña traviesa para que la conozcan.

—Vale, no dudes en llamarme
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