Cuando Julieta salió de la habitación de Leandro, caminó hacia su cuarto lo más rápido que pudo.
Al entrar, cerró la puerta, se apoyó en ella y empezó a llorar.
Pensaba que a ella ya no le importaba Leandro, pero resultaba que sí.
Nada más ver la interacción entre Leandro y Dalila, un dolor punzante le atravesó el corazón, tan doloroso que le costaba respirar.
Se sintió inútil, aun derramando lágrimas por aquel hombre.
Lloró demasiado. El dolor en sus pulmones vino después y el sabor a sangre volvió a brotar de su garganta.
Se tapó la boca y corrió al baño. Abrió el grifo y hundió la cara en el chorro de agua fría.
Pensó para sí: "Aún no he recuperado los restos de mamá y papá, así que no tengo derecho a llorar".
Salió del cuarto de baño y, en cuanto levantó la cabeza, vio a Dalila, que estaba en la puerta mirándola con desprecio.
El rostro de Julieta se hundió y preguntó:
—¿Qué haces aquí?
—¿A qué crees que vine? —respondió Dalila con otra pregunta.
Acto seguido, la rodeó con sus braz