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Capítulo XLVIII. Mi hijo

Esta semana hemos tenido un gran desempeño en los entrenamientos de Sheyla, pues Pablo ya no se agita durante las sesiones de trote y ya sabe cómo esquivar los golpes a tiempo y en cuanto a mí, he mejorado mi resistencia significativamente y la velocidad he podido aumentarla - ¡Les falta, aún les falta. Aún no tienen la entereza suficiente como para poder enfrentar alguna emergencia con sus enemigos! - nos exclamó nuestra estricta entrenadora - Les quedan treinta minutos de entrenamiento de boxeo y otros treinta de ejercicio cardiovascular - nos indicó y volvió al lugar habitual donde suele observarnos.

Terminamos el entrenamiento y subimos a la colina con la esperanza de que Sheyla aún no sé haya marchado - ¡Sheyla! - grité antes de llegar a donde estaba ella - ¡Espera por favor! - me mira desconcertada.

- ¿Qué necesitas? - me mira sin saber qué estaba pasando.

- Necesitamos de tu ayuda - le digo dando un trago amargo pero dispuesta a no dar más rodeos.

- ¿Y yo en qué puedo ayudarlo
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