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Capítulo 04 “Arrodillado”

—Quiero que tiren esto, esto y eso de allá a la basura y lo quemen todo. Suban a la habitación donde dormía mi hermana con mi esposo y saquen de allí todo lo que es de ella y también lo quemen, todo lo que ustedes sepan que pertenece a Carlota préndanle fuego sin miedo, y… suban mis maletas, limpien con rapidez la habitación y acondiciónenla para mí. —el personal de la Mansión Loughty se miraron entre sí confundidos, la mayoría al ser nuevos no la conocían, pero los que ya habían compartido con ella era evidente que si la recordaban muy bien, tanto que su regreso los animaba.

—Señor…

—Como señora única de la mansión, tienen que obedecerme, sé que muchos no saben quién soy yo, ni que sucedió con Carlota, solo diré que ella no volverá a este hogar jamás porque la única señora de aquí ha vuelto, y esa soy yo, la única esposa que tiene Brent Loughty soy yo. Así que les sugiero que hagan todo lo que les pido, saquen de mi hogar todas las cosas de esa arpía, dense gusto quemándolas, que sé y mueren por hacerlo.

Brent se mantuvo en una esquina recostado de la pared, observando como Sally pedía que las cosas de Carlota fueran quemadas. Ella al terminar de dar la orden se acercó a su lado y posó su mentón sobre el hombro de Brent para contemplarlo mejor de cerca, y así volver a ver esos rasgos faciales que en su vida de universitaria la enloquecieron y enamoraron.

—¿Alguna incomodidad? Tus ojos azules me hacen indicar que no estás a gusto con mis decisiones. —sus miradas conectaron.

—¿Puedo objetar?

—No. —susurró ella.

—Estás tan cambiada, Sally.

—No podía regresar siendo la misma, Brent, porque por ser como era antes casi me asesinaron.

—Carlota está destrozada.

—¿Y alguien aquí le importó lo destrozada que estaba yo el día que me echaste de la casa? No, a nadie le importó, es entonces que no me tiene porque importar lo que suceda con ella. —Brent no apartó su mirada de ella, le pareció muy elegante y hermosa a cuando vivía con ella. Apreció bello color rosado en sus mejillas, aquel color de cabello teñido en castaño que le quedó perfecto, haciendo que el color marrón de sus ojos resaltara al igual que el de su piel.

—Deja que conserve sus cosas, arriba tienes sus joyas…

—Querrás decir mis joyas, porque nunca me las llevé, y he visto en fotos que ha dado uso a muchas de ellas. Es tan envidiosa y tu tan poco hombre que no pudiste obsequiarle nuevas joyas. —Sally tomó una distancia prudente de él.

—No vas a tenerme chantajeado toda la vida.

—Por supuesto que no, en algún momento te otorgaré tu derecho de libertad, pero por ahora harás lo que yo te pida, recuerda, si me haces enojar, te mando a dejar en la calle, te echaré de la casa de la misma forma que tú me echaste a mí. —sostuvo el rostro de Brent y acarició con su dedo pulgar las mejillas, ocasionando que su piel se erizara.

—Señora, ya hemos sacado todas las cosas de la señorita Carlota, vamos a quemarla como lo ordenó. —Sally no dejó de mirar a los ojos de Brent.

—Bien, quémenlo, en cuanto a las joyas pueden repartírselas entre ustedes. —la joven mujer abrió sus ojos sorprendida, pero no dijo nada y se retiró.

—Carlota va a perder la cabeza en cuanto se entere de lo que has hecho, Sally.

—Mejor. Le advertí que sacara sus cosas, pero ella al parecer se negó.

—Por un momento deseé intentar pedirte perdón y que me dieras una oportunidad, ahora que veo en lo que te has convertido retiro lo dicho.

—Y que gusto que lo hagas, porque no tengo intenciones de perdonarte nunca. ¿El remordimiento no te dejó vivir en paz todos estos años?, qué bueno que así fue. —le dio la espalda y subió las escaleras con pasos lentos mientras deslizaba sus manos por el barandal, recordando aquella vez que las bajó para irse, en cuanto llegó arriba entró en la habitación donde fue hallada con aquel sujeto desconocido, Sally miró sobre la cama y cerró sus ojos al revivir las escenas de ese día y como los gritos de Brent resonaban en la habitación.

—Tengo una curiosidad. —Ella miró por encima de su hombro—. ¿Por qué vas a vivir conmigo cuando eres la mujer de otro hombre? —Sally se volteó de frente a él.

—No es de tu incumbencia. —entró al vestidor y se percató que ya sus cosas estaban ordenadas gracias a la eficiencia del personal.

—Solo estás aquí para molestarnos a tu hermana y a mí. ¿Por qué pierdes tu tiempo en querer vengarte cuando puedes ser feliz? Olvídanos, no valemos nada.

—Tienes toda la razón, no valen nada, aun así los quiero ver destruidos. —Brent tomó del cuello a Sally y la presionó fuerte, la pegó contra una pared y acercó su rostro al suyo mirando sus labios carnosos, ella en provocación mordió el inferior para después pasar la lengua y susurrar—. ¿Por qué miras mis labios así, si se supone que no hay ningunos como los de mi hermana? ¿O es que acaso no los has olvidado? —el aire de su respiración acarició el rostro de Brent, él miró el pecho de ella y el escote frontal de su vestido admirando lo que detrás de la tela se ocultaba.

—Será mejor sacar mis cosas de aquí para irme a otra habitación. —Sally movió su dedo índice en negación.

—No, no, no, ¿quién te dio que ibas a dormir solo en otra habitación? Vas a dormir conmigo, ahí en esa cama. —Brent se tensó, e incluso sudó frío, hasta la soltó y retrocedió.

—Eso no es buena idea, le di mi palabra a tu hermana que no dormiría contigo. —Sally hizo gestos de una tristeza falsa.

—¿En serio, Brent? ¿Tú tienes palabra? ¿Cuántas veces has dormido con otras mujeres estando casado con Carlota? Supongo que muchas. —fue un comentario ridículo por parte de él decir que le había dado su palabra a Carlota, cuando en realidad estaba incómodo con la presencia de Sally, porque verla tan hermosa le despertaba pasión.

—Es muy diferente. —pasó, por un lado, de ella tropezando su hombro.

—Oh, ya sé, me tienes miedo, te pongo nervioso.

—No me pones nervioso, evito que ella se enoje, no quieres verla enojada.

—Ella siempre está enojada.

—No te compares con Carlota, Sally, porque no eres como ella, actúas con maldad, porque la sed de venganza te consume, pero ella lo hace porque lo disfruta y es su naturaleza, deberías tenerle miedo a tu hermana.

—¿Compararme con ella? Es estúpido, ella es la que quiere compararse conmigo, tener lo que yo tenía, pero jamás será igual a mí y eso lo puedes saber mejor que nadie —se atrevió a soltar el nudo de su corbata y quitó su saco, él no opuso ninguna resistencia.

—No sé si estás siendo sarcástica ahora, o gentil conmigo.

—Piadosa, por así decirlo. No quiero ser mala contigo, no fue del todo tu culpa, Brent, ella te enredó, te convenció con su sensualidad y elegancia, te envolvió en la lujuria y te hizo sentir lo que yo no.

—Esto es humillante para ti misma, volver aquí luego de que ya me he casado.

—No es humillante para mí, lo es para ti y mi hermana, en el caso de ella debe estar revolcándose, debe estar gritando de ira por pensar en el simple hecho de que sus planes se fueron a la borda, ¿de qué les sirvió hacerme tanto daño, Brent? ¿Por qué no simplemente decidiste pedirme el divorcio y decirme que ya no me amabas? Eso hubiera sido más fácil para mí y mi hijo continuaría vivo, pero tú decidiste que lo mejor era hacerme quedar mal y verme como una cualquiera que traicionaba tu confianza. ¿Lo hiciste para que yo no peleara por el dinero que me correspondía y me sigue correspondiendo? Muy bajo de tu parte.

—¿Qué debo hacer para que ya me dejes en paz? ¿Quieres la mitad de mi fortuna? Está bien, te la dejaré, pero ya deja esta estúpida venganza.

—Apenas iniciamos, mi querido Brent. —lo hizo a un lado, pero Brent la sostuvo del brazo.

—¿Quieres verme humillado y suplicándote perdón por las decisiones equivocadas que tomé en el pasado? Muy bien, Sally —se arrodilló frente a ella con sus manos sujetas—. Perdón por lo que te hice, perdón por no haber impedido aquel accidente donde perdiste tus ilusiones, de haber sabido que estabas embarazada nunca te hubiera hecho aquel daño irremediable, fui tonto, fui estúpido al creerme tener el cielo ganado, pero me equivoqué y lo vi muy tarde. Lo admito, y por más que Leticia me convenza de otra cosa, mi corazón late por ti, te he amado a ti y ese siempre va a hacer mi castigo, amar la mujer que hoy en día me odia por mis actos descabellados. Acepto mi castigo y mi humillación, acepto todo lo que venga en contra de mí. —sus miradas no se separaron ni un segundo, incluso, Brent, aquel hombre rudo, liberó lágrimas.

—¿Debo aplaudir? Digo… fue bastante conmover —él suspiró resignado, ya no había en ella dulzura, y si había, entonces Sally no deseaba volver a demostrarlo—. Levántate del suelo y deja de hacer el ridículo, Brent, me das náuseas —reprochó con desdén y le dio la espalda para no verlo a la cara.

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