Capítulo dos

CAPÍTULO DOS

Genial, mi clase está en el último piso, lo que significa que llegaré sudada todos los días de subir las escaleras.

Voy a tener tan sólo seis asignaturas, laboratorio de fotografía, laboratorio de escritura, laboratorio de pintura, proyecto de creación artística y teoría e historia del arte. Porque sí. He decidido estudiar bellas artes. Porque me gusta pintar. Lo amo. También escribir. Me relaja mucho.

Me dirijo a entrar en el aula que ya está llena, todo el mundo está sentado menos el profesor. No sé cómo lo hago que llego tarde aun llegando temprano.

Todos fijan sus miradas en mí mientras me disculpo incómodamente con el profesor y esquivo mesas y sillas hasta llegar a la única que está sin ocupar.

Escucho detenidamente al profesor presentarse y decir cosas no muy importantes, hasta que pasados cinco minutos, me detengo a observar los rostros de mis compañeros uno a uno, comenzando por la fila de la izquierda, donde descubrí que se encontraba el chico de la entrada. En la tercera mesa, junto a la ventana.

Genial. Qué bien. Seguro que nos hacemos amigos. ¿Qué digo? No podría estar de amiga con semejante creación del mismísimo satán. Tenía unos ojos dulces a la vez que peligrosos y su mirada siempre me buscaba sutilmente.

¡Ay! ¿Pero qué digo? Mira al frente y concéntrate.

¿Mirará así a todas las mujeres? Es una extraña sensación entre miedo y curiosidad. Y eso me llama la atención. Si simplemente me hubiese dedicado una sonrisa, yo se la hubiera devuelto con amabilidad. Pero esa manera tan intensa de mirarme... Hacen que no pueda evitar sentir curiosidad.

Acabada la primera clase, sólo nos dijeron los planes y actividades que tenían preparados para todo el curso y una larga lista de materiales, que apunté en la última página de mi cuaderno de dibujo, porque no había llevado otra cosa.

El chico misterioso se levantó y salió por la puerta justo delante de mí.

— ¿Perdona? — Le dije por la espalda.

— ¿Sí? — Se giró muy serio.

— ¿No sabes sonreír o qué pasa? — Pregunté sonriente para romper el hielo.

Hizo un pequeño amago de sonrisa, vaya, casi conseguí hacerle sonreír, pero no.

— No me hace falta.

— ¿Ah, no? — Contesté extrañada.

La verdad es que me esperaba cualquier respuesta menos esa.

— Ya me sonríes con sólo mirarte, si te llego a sonreír de vuelta, te enamoras. — Me dijo fríamente y sin mirar atrás, caminó hacia las escaleras.

Me quedé de piedra con esa respuesta, y razón no le faltaba.

— ¡Eh! ¡La clase está en este piso! — Dije gritándole. No tuvo resultado.

No le entendí. Se fue así sin más tras la primera hora del primer día. A este le doy quince días para que desaparezca del todo.

En fin. Voy a entrar a la siguiente clase. Aunque si no está el para mirarle me aburriré un poco. ¡Ya está, deja esos pensamientos absurdos que tienes! No sé qué me pasa con esos ojitos malditos.

Me dirijo al recreo donde Elliott, Tessa, y su novio Marc me están esperando.

Tessa lleva saliendo con él unos cuatro meses, a raíz de nosotros, que los juntábamos de vez en cuando y acabaron liándose un día de borrachera. Pero a Tessa siempre pareció gustarle Elliott, y no lo digo sólo yo, mi madre piensa lo mismo, "The eyes never lie..." dijo el sabio Al Pacino. Llevan siendo amigos desde muy pequeños, aunque se fueron distanciando poco a poco, y yo los conocí por separado, y casualmente retomaron la relación y Tessa se fue acercando más a mí, además, cuando yo le conté que habíamos empezado a salir, y que nos habíamos besado, se enfadó conmigo "por no habérselo contado antes", pero...

¿Qué me va a decir? ¿Qué le molesta que salga con él?

Con el tiempo todo se normalizó y ahora parece que le va bien con Marc. Por otro lado, yo nunca le conté a Elliott mis suposiciones, porque no soy esa clase de persona a la que le gusta hablar de más.

Ellos son muy fiesteros, es de las pocas cosas que tenemos en común. Yo adoro salir, bailar y emborracharme, quizá no me gustan exactamente los mismos lugares y tradiciones que a ellos, pero al final me fui adaptando.

Me junté con ellos para tomarnos un café helado en la cafetería de la universidad, que es enorme, por cierto.

Tessa estaba sentada encima de Marc, riéndose y besándose y Elliott esperaba por mí para hacer exactamente lo mismo.

— Paige, ¿has visto lo que me ha comprado Marc? — Saca pecho.

— Que camiseta tan original, tía. — Sonrío. — La tienes contenta, me parece estupendo.

Marc asiente con la cabeza mientras qué acaricia el pelo de Tessa.

— Yo es que, ya sabes que no sé dar sorpresas... — Me dice Elliott como intentando disculparse.

— No es tu culpa. — Me río. — Con mis gustos es muy difícil sorprenderme. Tranquilo.

Le beso.

Aunque él también me hizo sorpresas. Me regaló un bonito colgante de una "P" hace relativamente poco. Pero la ropa es algo que le dije mil veces que no me comprara.

— Paige, esta noche hago una fiesta en mi casa para celebrar el primer día de clase, mis padres no llegan hasta pasado mañana. — Me comenta Tessa. — Deberías venir.

— ¿Tú vas a ir? — Le pregunté a Elliott.

— No me perdería una fiesta ni loco.

— Está bien entonces, habrá que ir. — Digo. — ¿A quién vas a invitar?

— ¡A todo el que quiera venir! — Exclamó súper contenta. — He colgado carteles por toda la universidad.

— ¡Estás loca! ¡Se va a llenar de gente que no conocemos! — Grité sorprendida.

— ¡Qué más da! ¡Es una ocasión especial!

Bueno... No iba a ser mi casa la que se convertiría en un gran picadero y acabase patas arriba. Así que mi plan para hoy iba a ser llegar a casa, echarme una buena siesta, y prepararme para la fiesta. No suelo dormir siesta, pero como llevo todo el verano sin madrugar, hoy me siento bastante cansada, pero enseguida me adapto a la nueva rutina.

Me dirigía a casa al finalizar al primer día. Vivo en un buen barrio dentro de lo que cabe, tengo bastantes vecinos lo cual me molesta un poco pero bueno, el patio trasero no está a la vista de nadie. Y ahí está uno de mis rincones favoritos, mi cabaña, que solía ser el lugar donde mi padre guardaba sus herramientas y trabajaba ocasionalmente, pero lo re-decoré el verano pasado.

Mi madre, Anna, es muy despreocupada, apenas hablo con ella, piensa que soy un "bicho raro" y qué estoy loca por estudiar bellas artes, porque según ella no tiene ninguna salida laboral, en fin.

Ella estudió psicología y es de las pocas que hay en este pueblo, así que, si es verdad que es la que nos mantiene económicamente, pero podría apoyarme un poco más en lo que quiero estudiar. Es bastante pija y superficial, aunque ahora haya dado un bajón, está amargada desde lo de mi padre y vive odiando al mundo entero, pero ella está segura de que eso no interfiere en como hace su trabajo. Yo siempre le digo, que los que entran a su consulta salen aún peor y que le vendría bien tener alguna cita con algún hombre. Yo la quiero, y siempre soy amable con ella, pero si no respeta mis gustos y me lanza indirectas cada vez que puede, pues yo la ignoro hasta el punto que no me apetece ni saludarla cuando llego. Me voy directamente a mi cuarto o al jardín.

Ya estoy llegando a mi casa, abro la puerta y creo que estoy sola. Mejor. Subo a mi cuarto y enciendo el ordenador para poner Spotify.

Entre mis gustos musicales se encuentra Evanescene, Slipknot, Rage Against the Machine y The Offspring. Pero me gustan muchísimas más cosas. Elliott no soporta mi música, por eso cuando viene la pongo aún más alta.

Me pongo boca arriba en la cama, le doy al “play” y me relajo, cualquiera diría que esta música no es para relajarse, pero a mí me parece lo más relajante y puro del mundo. Las letras de las canciones que escucho son sinceras, no ponen pegas al hablar de la muerte y el sufrimiento, dicen las cosas tal y como son. Me niego a oír una canción que diga: "Baila conmigo esta noche frente a una playa, con una botella de champán", pudiendo escuchar: "Qué no te engañen, la vida es dolor y todo el mundo acaba en el mismo lugar."

Me quedé completamente dormida. ¡Son las seis y media! Tengo que empezar a arreglarme ya que Elliott me viene a recoger a las ocho. Bajo a la cocina a comer algo, mi madre ya ha llegado, está en el comedor con sus gafas de lectura y tecleando el móvil como manteniendo una conversación muy interesante.

— ¿Con quién hablas tan feliz?

— Nada hija, haciendo agenda para la semana que viene.

— Pensaba que ibas a tener una cita. — Me reí.

Me acaba de mirar con una cara de asesina. Joder. Tampoco es para tanto. Hace seis años que mi padre se murió, en dos mil doce. Yo también lo pasé muy mal. De hecho fue una de las razones por las que yo me empecé a interesar por las cosas relacionadas con la muerte. Pero aprendí a vivir con ello. Yo entiendo que ella lo haya pasado mal. Y tenemos una conversación pendiente sobre ello, pero aún no encontré el momento. Y sí, me diréis, ¿en seis años no encontraste el momento? Pues no. Porque yo estuve deprimida, luego lo estuvo ella, empezó a tratarme mal cuando vio como decoré mi habitación y pagaba toda su frustración hacia mí, me hacía ver que no se sentía orgullosa de ser mi madre, y eso hizo que nos distanciáramos mucho.

Me preparo un café con leche y le añado hielo. Es mi bebida preferida por excelencia. Da igual la estación que sea, siempre frío. Me entretengo mirando por la ventana, hay un gato negro caminando por el jardín. Mi primer pensamiento fue: ¡Shadow! Pero no. Sería de algún vecino. Debe estar bien ser gato, ser independiente y solitario, además, de que son misteriosos y elegantes.

Me dirijo a darme una ducha, me lavo el pelo.

Lo mejor de mi pelo es que lo puedo dejar secar al aire porque me queda con unas ondas muy bonitas. Elijo la ropa que voy a ponerme y me maquillo un poco. Sin abusar. Soy bastante sencilla. Pero sé que soy sexy. No lo dudo.

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