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Jules gimió. Le dolía hasta el alma, si eso era posible, y le costaba respirar. Aunque la suavidad y el confort del calor en su espalda lo hacía mantenerse en su lugar disfrutando de la sensación.

Abrió los ojos poco a poco, dejando que se acostumbraran a la débil luz que se filtraba por la ventana anunciando el amanecer. Dejó salir un suspiro por sus labios resecos y se revolvió encontrándose aprisionado por un grueso brazo alrededor de su cintura desnuda. El pánico lo invadió y se giró como pudo para encontrarse con la cabellera dorada de su guardaespaldas desparramada por su rostro. Así de cerca no podía negarlo. El hombre era peligrosamente hermoso. Gruesas pestañas hacían sombra sobre sus pómulos altos. Labios ni gruesos ni finos, apetecibles para saborearlos. Las cejas gruesas eran algunos tonos más oscuros que su cabello, y los indicios de una barba de 2 días eran visibles.

Jules intentó moverse, pero el lobo lo apretó más hacia su cuerpo desnudo, duro y bronceado, mientras su
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