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Una semana después:

Observo mi mano apoyada sobre mi pierna mientras que muevo mi pie sobre el suelo sin parar, y ver ese precioso anillo que me ha dado cuando me pidió matrimonio; me hace sonreír. —Hermosa, relájate, no es como que te vayan a operar o algo así— Me pide mi futuro esposo colocando su mano sobre la mía y volteo a verlo.

Sus ojos negros se fijan en los míos, y esa sonrisa que me da, podría calmarme por completo, pero en esta ocasión es casi imposible —¿No estas nervioso? — Le pregunto un tanto confundida, y él niega con su cabeza.

—Emocionado, eso es lo que estoy— Explica y como siempre, me roba la sonrisa más sincera en los momentos más complicados.

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