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Equivocación

Bebía como si el mundo se fuera a acabar, ignorando la presencia del hombre que me veía con curiosidad a mi lado y todas esas mujeres que se acercaban a la mesa buscando algo que nunca iban a encontrar en mí.

Cada segundo que pasaba me sentía más desdichado que el anterior. Ya me he acostumbrado a vivir en soledad y en esta ausencia que mata y envenena el alma, pero volver a poner un pie en esa casa donde las promesas quedaron atrapadas, es como echarle más leña al fuego.

Tomé un sorbo largo de la botella, quemándome menos que al principio. El alcohol lo único que calma es la ansiedad que me gobierna cada que mi sistema lo necesita, porque ya no hace ningún efecto en mis recuerdos. Entre más me pierdo en las botellas de licor, más la tengo en el pensamiento y más la extraño.

Recordé la noche en la que la perdí y me sentí tan culpable como satisfecho. Mi corazón se encontraba dividido en ese momento, feliz por haberle cumplido a mi padre y entristecido por esa mirada rota y desilusionada que la mujer de mi vida me dedicó. Tal vez si odio no hubiese sido más fuerte, no hubiera llevado a cabo mi venganza. Tal vez si no perteneciera a este mundo tan ruin, no había perdido a la mujer con la que estaba decidido a unirme hasta la muerte. Tal vez todo hubiese sido diferente, pero el pasado como las acciones no se pueden borrar.

—Ya es hora de irnos, señor. Ha bebido lo suficiente.

—Nunca es suficiente — le hice señas a una camarera con la botella—. Tráeme algo mucho más fuerte que esto.

Me sentía muy ebrio, poco a poco mi ser se desprendía de mi cuerpo, pero muy consciente del dolor que ha permanecido por mucho tiempo en mi pecho. Nadie ha sido capaz de sacarme de la soledad en la que vivo, ni siquiera Samantha, que en su momento fue una luz en mi camino.

La mujer me trajo una botella nueva, así que no perdí el tiempo y empecé a beber de ella.

—¿Por qué es tan difícil olvidar? — quise saber entre trago y trago.

Guido me miró curioso y confundido, más no dijo nada, aunque tampoco me hacían falta las palabras de alguien más que no sean de ella. Necesito escuchar su voz una vez más, antes de que termine de olvidarla por completo.

Sumido en sus recuerdos, recreándome una vez más en ella mientras mi corazón se ahogaba para no sentir tanto dolor, escuché una voz lejana que alteró los latidos de mi corazón.

Me levanté de golpe de la silla, siguiendo esa voz que en mis mejores sueños se ha adueñado de mis sentidos y se ha convertido en mi tormento. Llegué al escenario del club nocturno, justo donde una chica enmascarada y de largo cabello cantaba con extrema suavidad y dulzura. Era tan parecida a la de mi Viola, que por un momento olvidé cómo se respiraba. Me acerqué lo más que pude a ella y contemplé su mirada oscura por unos instantes, tratando de descubrir si esos eran mi cielo, pero la oscuridad del lugar y mi gran estado de embriaguez no me permitía distinguir el color de sus ojos.

Mi corazón empezó a latir muy rápido y fuerte en el interior de mi pecho. Una aparte de mí quería creer que se trababa de mi hermosa rosa, por eso mismo subí al escenario a la fuerza y me quedé frente a ella, quien me miraba confusa. Su voz se había apagado, pero hacia eco en mis entrañas de una manera que me destrozaba poco a poco.

—Viola... — susurré, al tiempo que dos hombres me retenían y hacían el intento de bajarme del escenario.

—No puede estar aquí, señor. Será mejor que se vaya. Está demasiado ebrio y no queremos ningún problema.

—Solo quiero comprobar una cosa y me largo — me liberé de ellos y me volví a acercar a ella, pero retrocedió dos pasos de mí—. Quítate la máscara ahora mismo —le ordené, dando pasos lentos hacia ella.

—Llevar la máscara hace parte de mi trabajo, señor.

Sería una condena si ella no fuera mi Viola.

—Me importa una m****a los protocolos de este lugar, si tienes que usarla o no — me empezaba a impacientar—. Quítatela.

—Sr. Cavalli, por favor venga conmigo. No es momento ni lugar para armar un escándalo. Le recuerdo que estamos en desventaja — Guido me tomó del brazo.

—Todavía no me voy a ir. La quiero a ella — mi declaración la asustó, temblaba y se escondía detrás de uno de los hombres de seguridad

—Señor, ella es solo la cantante, pero si necesita un servicio, hay más chicas que están dispuestas a complacerlo — dijo la mujer que me había atendido en un comienzo, llegando a mi lado y acariciando mi brazo—. Ella no es una dama de compañía.

—Pues que se vuelva una por esta noche — saqué de mi cartera varios fajos de billete—. ¿Es suficiente?

—Sra. Candace... — jadeó la chica, mirándome con sus ojos bien abiertos por detrás de la máscara—. Recuerde que acostarme con los clientes no hace parte de nuestro trato.

—Sr. Cavalli — la mujer tomó los billetes de mi mano y me regaló una sonrisa amable—. Permítame un momento y hablo con ella, ¿sí? Puedes esperar en una de las habitaciones —se acercó a mi oído—, yo me encargo de que ella esté ahí en cuestión de minutos.

En un segundo de lucidez me pregunté a mí mismo qué era lo que estaba haciendo. Viola no sería capaz de trabajar en un burdel, tampoco tenía necesidad de hacerlo. La riqueza de su padre era inmensa, ni volviendo a nacer le haría falta dinero alguno para vivir. Por un momento quise largarme y dejar esa idea de lado, pero su voz, su cabello y hasta su silueta me la recordaba y la duda estaba implantándose en mi pecho como una daga. Necesitaba a como diera lugar saber si se traba de mi Viola o no.

Una de las chicas me guio a una habitación y me quedé contemplando la oscuridad de la noche por la ventana de esta. Estoy cometiendo una locura, he perdido por completo la razón, pero ¿por qué tengo la esperanza de que sea ella y terminar con mi tortura para siempre? Aunque sé de sobra que, si algún día se llega a mostrar ante mí, no tendré el cielo en sus manos como lo he soñado muchas veces. Sé que me hará padecer en el infierno.

—¿Qué m****a estás haciendo, Seth? — descansé la frente en la ventana, soltando un largo suspiro—. Tengo que largarme de aquí antes de que sea muy tarde.

Estaba decidido a irme, cuando la puerta de la habitación se abrió y la chica entrara con la cabeza agachada. Los tacones que usaba la hacían ver mucho más alta de lo que en realidad es Viola y el vestido extravagante y lleno de brillos la hacia una mujer diferente ante mis ojos. Recordé que no era de vestirse de esta manera, así que dudé sinceramente que se tratara de ella.

—Le pido que no tarde — apretó los puños a los costados de su cuerpo—. Solo tiene veinte minutos para satisfacerse.

—No quiero sexo, solo quítate la máscara.

—De ninguna manera.

—¿Por qué no? — me acerqué a ella y retrocedió hasta chocar con la pared—. ¿Acaso vas a seguir escondiéndote de mí?

—No sé quién es usted — levantó la cabeza y me miró con curiosidad—. ¿Lo conozco?

—Ya veremos si lo haces o no — la tomé del brazo y la acerqué a mi cuerpo.

—¿Es necesario esto, señor? Yo solo vine a cantar como cada noche. Yo... yo no soy una prostituta.

La giré en mis brazos y acerqué mi nariz a su cuello, sintiendo el temblor de su cuerpo. Su olor es tan insípido, no tiene esa nota tentativa que me invitaba a pecar cada que mis sentidos se enredaban en su dulce y exquisito aroma.

Llevé su cabello hacia un lado, despejando su nuca para contemplar aquel tatuaje de rosas que tenía, pero su piel estaba limpia, no había rastros de la tinta. Deslicé mis dedos por esa zona, quizás ocultó el tatuaje con maquillaje, pero no sentía nada más que su piel al tacto.

La giré nuevamente y arranqué la máscara de su rostro de un solo tirón. No existía ningún parecido con ella. Ni sus ojos eran del mismo color, lo que me llevó a hundirme en la desilusión. Lo único que compartían es un mismo tono de voz, de resto, no hay nada que las haga la misma persona.

Salí de la habitación y del club, dejándola desconcertada y sorprendida. Sentí calma en mi interior porque no era esta la vida que me he imaginado de ella a lo largo de los años, pero con muchas ganas de encontrarla y acabar con este vacío que llevo en el alma. 

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