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Paseándose en su habitación, Henry no podía creer su ansiedad. Había estado arraigado en su habitación desde que Helena se había marchado. Ella había holgazaneado en la cama cuando él, más o menos, había huido de su proposición, quedándose en el vestidor durante un tiempo desmesurado. Sólo después de que él se duchara, ella se fue a su habitación. Y de eso hacía ya una hora.

Conociéndola, lo más probable era que hubiera terminado con sus propias abluciones y, por el timbre de la puerta, hubiera pedido el desayuno. Probablemente estaba comiendo, sin él. No es que le molestara, se aseguró mientras apretaba los puños. ¿Por qué iba a molestarse?

No era como si ella hubiera desordenado su mente con su charla sobre el matrimonio. Claro que no. No cuando él había sacado

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