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Un fuerte y repentino tirón de su brazo y su espalda chocaron contra la barandilla y Helena se dio cuenta de que era capaz de detener su caída. Le dolía el hombro y la espalda, pero no estaba cayendo. Se le escapó un suspiro de alivio. Los chicos estaban bien.

—¡Helena!

Mirando hacia lo alto de las escaleras, donde había oído el grito, se sorprendió de lo pálido que estaba Henry. Vestido sólo con pantalones de chándal, bajó las escaleras. Por sus zancadas, ella tuvo la sensación de que estaba a punto de explotar sobre ella.

—Señorita ¿va todo bien? —, preguntó la señora Grant al pie de la escalera.

—Sí. Todo va de maravilla—, respondió nerviosa, sin apartar los ojos de la amenaza mayor.

—¿En qué estab

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