CAPÍTULO 97

Daniel caminó por el perímetro del claro, la tierra bajo sus botas susurraba historias de angustia. El olor a pino y petricor se mezclaba en el aire, un claro recordatorio de que la naturaleza avanzaba incluso cuando el tiempo parecía detenerse para él. Había pasado más de un mes sin una palabra de Kyra, y con cada atardecer, su corazón se volvía más pesado, una piedra hundiéndose en un mar interminable de preocupación.

—¿Hay noticias? —preguntó, con voz ronca como grava, mientras Edon y Bardou emergían del abrazo del bosque.

—Ninguna noticia. —respondió Edon, con sus propios ojos nublados por la preocupación. Bardou simplemente negó con la cabeza, el silencio entre ellos lo decía todo.

Darius, acurrucado en el brazo de Daniel, arrulló, extendiendo sus pequeñas manos hacia el dosel donde las hojas bailaban con el viento. Fue un espectáculo agridulce; la inocencia de su hijo en medio de la agitación, sus diminutos dedos agarrando la alegría que parecía fuera de su alcance.

—¡Daniel! —L
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