CAPÍTULO 152

Isabella jugueteaba con el relicario de oro que colgaba de su cuello, una energía inquieta corría por sus venas mientras caminaba de un lado a otro en los confines del acogedor estudio de Alexander.

Las paredes, llenas de estantes repletos de libros de texto y enciclopedias de medicina, parecían acercarse a ella a cada segundo que pasaba. La luz del sol entraba por la ventana, proyectando un brillo dorado que resaltaba las volutas de polvo que danzaban en el aire.

—Isa —la voz de Alexander era un bálsamo tranquilizador, firme y cálido. Estaba sentado detrás de su escritorio de caoba, con las manos entrelazadas formando un campanario y los ojos irradiando preocupación por su hermana. —Has estado dando vueltas como un animal enjaulado durante los últimos diez minutos. ¿Qué tienes en mente?

Ella se detuvo a mitad de camino, mordiéndose el labio mientras se giraba para mirarlo. —Se trata de Darius. —comenzó, su voz temblaba ligeramente. —Yo... lo amo, Alex. Hay un fuego en él que llama a
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