cap.3

Capítulo 3

Alessa skiill

No puedo creer que lo firmara, a él no le hacía tanta gracia como a mí, pero si no lo firmaba y volvía a mi casa, me masacraban, ya que quieren los beneficios que ofrece la familia Marone.

- "Señorita Alessa", me llama el atento mayordomo, mirándome de pies a cabeza. No es un hombre muy mayor, pero es un elegante caballero que aparenta unos cincuenta años. - Parece que no tenemos ropa de su talla, aparte de algunos camisones, pero ya hemos dispuesto que pronto lleguen los zapatos y toda la ropa que necesita. - Dijo un poco robóticamente.

- "Gracias, señor", digo desconcertado.

- Quédate en tu habitación por ahora, puede que Marco quiera visitar a su mujer, y además..." Torció los labios, analizándome de pies a cabeza. - Iolanda, ayúdala al menos a tener un aspecto aceptable, esta ropa es un crimen contra su cuerpo, parece hecha para intentar asfixiarla hasta la muerte

- Sí, voy a ayudarte a cuidarte y a prepararte como una esposa adecuada para nuestro señor Marc. - Lo dice con cierta ironía, pero tal vez porque soy un chiste, de lo contrario sería Marco quien sería el chiste.

- Hacedlo lo mejor que podáis, ahora tengo que irme", terminó, saliendo de la habitación.

- Vamos a empezar, como ya habrás oído, me llamo Iolanda, soy como una presidenta en esta casa, aquí no hay muchos empleados, así que tengo que hacerlo casi todo, así que supongo que tú también tienes que trabajar. - empieza a hablar un poco malhumorada.

- No tengo ningún problema en realizar actividades sencillas: acepto sin demora.

- Vale, es un buen comienzo -comenta con suavidad, ayudándome a abrirme el vestido-. - Creo que podemos ser buenos amigos, en esta casa hay normas y con el paso de los días te las iré contando y poniendo al día para que no corras ningún peligro. - Lo dije como si fuera algo común.

- ¿Qué quieres decir con peligro?

- No es gran cosa, es una casa grande y tienes que tener cuidado de no perderte o hacerte daño, ya que sería difícil encontrarte.

- Ya veo.

La habitación es muy bonita y elegante, en delicados colores rosa y blanco, las cortinas de las ventanas parecen de seda, se puede ver muy bien a través de ellas y la tela es tan ligera que se mueve suavemente con la más mínima brisa.

Mi cama, ohm... nunca dormiría en una cama así, podría morir allí y mi cuerpo se relajaría para siempre, sábanas suaves con dibujos de rosas, dignas de una princesa, un gran armario blanco, en el centro una gran alfombra redonda con varios círculos dibujados uno dentro de otro en rosa y blanco, todo allí aportaba comodidad y paz.

La señora Iolanda se había puesto a ayudarme después de ordenarme que me desnudara, e incluso con ella allí me quedé sólo en ropa interior.

- Quítatelo todo, no me cabe nada, llegó este sujetador, estas bragas, nada, han llegado cosas nuevas

- No estoy acostumbrada a estar desnuda delante de otras personas. - explico tímidamente.

- No sientas vergüenza, soy una mujer como tú -me explicó con ternura, cogiendo la toalla y entregándomela, así que me quité la ropa interior y la tiré a la papelera. - No me dolió, ¿ves? Vamos al baño.

- ¡Yolanda! - llamó una voz familiar que me hizo estremecer mientras abría la puerta sobresaltada, volví la cara hacia la ventana, muerta de vergüenza, me limité a sujetar la toalla contra mi desnudez cubriendo mis pechos y mis partes íntimas, sé que es mi marido, pero no es costumbre dejar que ningún hombre me vea sin ropa, y más en esta situación.

- Sr. Marco. - murmura Iolanda desconcertada, retrocediendo como si fuera un monstruo.

- ¿Qué estás haciendo? - preguntó con voz un poco aburrida.

- Te estoy preparando para tu noche de bodas.

- No voy a acostarme con esta mujer, no hace falta tanta ceremonia, ayúdala a ponerse cómoda, no puede entrar en mi habitación -dice fríamente, mirándome fijamente como si me analizara y para mi sorpresa me quita la toalla, dejando al descubierto toda mi intimidad. - ¿Te avergüenzas de mí? ¿No decías que eras una esposa interesada? - preguntó mientras Iolanda salía corriendo de la habitación, ni siquiera me había dado cuenta de que era posible que una dama corriera tan rápido. - Creo que las esposas interesadas saben servir a un hombre para conseguir lo que quieren. - comenta mientras yo me sonrojo, intentando disimular con las manos.

- Devuélveme la toalla, por favor…

Me encojo.

- Puedo mirarte todo lo que quiera, eres de mi propiedad, aunque no quiera acostarme contigo ni sentir ninguna atracción, dime, ¿cuántos hombres has tenido en tu vida? - Me preguntó con la mirada fija en mí, rascándose la barbilla, esa no es la mirada de alguien que no tiene interés, sino de un desvergonzado, no me gusta su mirada analítica.

- Un poco", mentí, "eso podría avivar aún más su desinterés y puedo seguir siendo virgen". - En realidad, salí con muchos hombres

- Pero no estoy tan gorda, pero sigo un poco gordita, ahora que lo pienso... aquí donde vivo los estándares son exigentes, en la universidad cada día es una broma desafortunada, al menos tengo una amiga con la que puedo contar, eso me hace olvidar lo demás, sólo que no sé cuánto tiempo voy a aguantar las humillaciones en esta mansión.

Este hombre, a pesar de su deplorable estado, no ha cambiado su mala personalidad. Enfrentándome a él ahora con esta máscara que oculta sus cicatrices, no puedo sentir tanto remordimiento como indiferencia, este trato no es algo nuevo para mí, no me importa lo que digan los demás.

- Sí, sólo queremos tu dinero, si no te gusta la idea puedes echarme y rescindir el contrato -pido con indiferencia, manteniendo mi cuerpo oculto.

- Mejor aún, podría utilizarte como objeto sexual y castigarte de las peores maneras, ¿qué te parece? - preguntó con una voz fría que me hizo temer, mirándole fijamente con los ojos saliéndose de sus órbitas.

- Estoy bien como estoy, además, estoy demasiado gorda para ser usada como objeto, y ni siquiera sabes si estoy sana.

- Da igual, no me interesas como mujer, le enviaré el dinero a tu padre, pero aquí vivirás de lo básico, tendrás ropa, comida y los zapatos adecuados, eso es todo, eres mi licencia para volver a salir libremente. - Lo dije como si realmente fuera lo básico, pero en la antigua casa ni siquiera tenía eso, sólo mi ropa vieja de cuando estaba con mi madre.

En otras palabras, un hombre rico puede dar cosas buenas pensando que son malas a una chica que ni siquiera tenía unas bragas decentes.

- Está bien, señor.

- Además, tienes que trabajar, cumplir con tus obligaciones como esposa y espero que acates las normas en todo momento.

¿Qué son estas normas?

Me lanza de nuevo la toalla y puedo cubrirme.

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