Gu Ruoruo fue expulsada de la villa de la familia Ji.

Qin Silian había decidido ser cruel. Ella le ordenó a los sirvientes que tiraran todas las cosas de Gu Ruoruo y que también echaran a Gu Ruoruo fuera de la villa.

“Gu Ruoruo, de ahora en adelante no tendrás nada que ver con la familia Ji ni con Yinfeng. Corre tan lejos como puedas”.

La puerta automática de color cobre de la villa se cerró lentamente, acompañada por la voz fría de Qin Silian.

Gu Ruoruo, tirada en el suelo, se volteó y miró a la figura alta dentro de la puerta. Sus ojos estaban llenos de decepción.

Desde el principio hasta el final, él nunca dijo una palabra en su defensa. Él la estaba mirando fríamente mientras Qin Silian la echaba. Incluso si ella llorara y gritara: “Yinfeng, no quiero dejarte. Te amo”, él no se conmovería.

Un hombre podía ser tan terrible cuando no tenía corazón.

Ella se rio burlándose de sí misma. Sus lágrimas fluían como perlas de un hilo roto.

En un día, su mundo se había vuelto al revés