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Rodolfo se estremeció al ver a su hermana tan vulnerable y visiblemente afectada. Sus manos temblaban mientras intentaba sostener las de Diana, quien soportaba las contracciones con valentía.—Llévala al hospital, por favor, Rodolfo —pidió Diana entre jadeos.Sin embargo, el dilema lo atravesaba: debía ocuparse también de la escena del crimen y atender a los policías que llegaban a investigar la muerte de Ronald. Con un nudo en la garganta, Rodolfo llamó a una ambulancia, que llegó rápidamente, aunque para él el tiempo parecía detenido en esa angustia.Diana lo miró, comprendiendo su pesar y tomando una bocanada de aire para calmarse.—Quédate con Margot, Rodolfo. Yo puedo soportarlo —su voz estaba quebrada, pero el valor que transmitía la hacía parecer invencible—. Llama a Joaquín y dile que venga ya mismo.Rodolfo asintió con dificultad, le dio un beso en la frente y susurró:—Apenas se calme esto, iré contigo al hospital.Los paramédicos subieron a Diana en una camilla. Al pasar jun
Diana estaba sumida en una mezcla de miedo y anticipación mientras la llevaban a la sala de partos. A pesar de haber pasado por esto antes, los recientes eventos le habían dejado una angustia profunda, y esta vez el proceso se sentía extraño y aterrador, como si fuera su primera vez.Fuera de la sala, Rodolfo esperaba junto al médico, que acababa de revisar a Diana.—Todo parece ir bien —informó el doctor con tono tranquilizador—. La labor de parto ha comenzado, y su presión arterial se estabilizó.Rodolfo lanzó un suspiro de alivio, aunque la tensión aún se reflejaba en su rostro. De repente, escuchó un grito a lo lejos. Al voltear, vio a Joaquín corriendo hacia él, su rostro reflejando una mezcla de pánico y desesperación.—¡¿Cómo está mi esposa y nuestra bebé?! —exclamó Joaquín, sin aliento.Rodolfo puso una mano en su hombro, tratando de calmarlo.—Ya está en la sala de partos, Joaquín. Pronto, muy pronto, conocerás a tu hija.El médico se acercó y le hizo un gesto a Joaquín.—Acom
Los guardias afuera de la mansión estaban inquietos, intentando entrar a la fuerza. Algo extraño sucedía, y el silencio tras las puertas era inquietante. De pronto, Francisco apareció en la entrada, su rostro inusualmente tranquilo mientras les hacía una seña para que bajaran las armas.—Tranquilos, señores. Todo está bajo control —dijo, su voz serena.—¿Qué está pasando aquí? —exigió uno de los guardias, observando la mansión y buscando alguna señal de que el CEO estuviera bien—. El señor Andrade no responde a nuestras llamadas, y escuchamos gritos.—No hay de qué preocuparse —respondió Francisco con una expresión calculada—. La hermana del señor Andrade está en labor de parto. Exigió privacidad y pidió que nadie entre o salga hasta que todo esté bajo control.Los guardias intercambiaron miradas de duda. Desde adentro, se escuchaban quejidos, como si alguien estuviera soportando un gran dolor. Dudaron, pero terminaron por asentir, convencidos por la seguridad con la que Francisco habl
—¡Esta niña no es la hija de la heredera Andrade! ¡Esta niña es…!, ¡mi hija! —gritó Francisco, su voz resonando con una mezcla de rabia y desesperación. —¡Miente! —exclamó Vilma, con los ojos desorbitados, incapaz de procesar la verdad que parecía desplomarse sobre ella como un peso insoportable.Los guardias se quedaron perplejos, la confusión pintada en sus rostros mientras la tensión en el aire crecía. Francisco apretó el brazo de Vilma con una fuerza tal que ella sintió que los huesos se le desgarraban. El dolor fue tan agudo que casi dejó caer a la bebé al suelo, un gesto que hizo que el corazón de Vilma se encogiera de terror.—Mi esposa está muy nerviosa —continuó Francisco, tratando de calmar la situación, aunque su voz estaba cargada de una amenaza implícita—, pero pueden ir a verlo ustedes mismos. La señora Larson está con su bebé recién nacido en la alcoba. Ella tuvo un varón.Dos guardias, aún incrédulos, se miraron entre sí antes de salir corriendo hacia la habitación. Pi
—¡¿Qué hija, mi amor?! No, hemos tenido un bebé, es un varón, y aquí está, sano y salvo —respondió Rodolfo con voz temblorosa, tratando de calmar a Margot.Margot, con los ojos llenos de desesperación, miró al pequeño en sus brazos y sacudió la cabeza, como si su mente se negara a aceptar la realidad que tenía frente a ella.—¡Ese no es mi hijo! Yo tuve una niña, sí, ¡tuve una niña! ¿Dónde está mi hija? —su voz se tornó aguda, cargada de angustia.Rodolfo la miró con temor, su corazón latía desbocado en su pecho. No comprendía por qué su esposa insistía en que el bebé no era suyo. Las palabras de Margot resonaban en su mente como un eco aterrador.***En el hospital, un aire de felicidad llenaba la habitación donde Diana y su hija descansaban. Diana acariciaba suavemente el rostro de su bebé mientras la alimentaba, observando cada detalle con amor y admiración. A su lado, Joaquín sonreía, sus ojos iluminados al ver la conexión entre madre e hija.—Te amo, Joaquín —dijo Diana, su voz, u
Al día siguiente, Margot despertó sobresaltada. Al voltear, vio al bebé en la cuna, tranquilo y durmiendo, pero una sensación de vacío la invadía. Lo tomó entre sus brazos, lo alimentó y lo arrulló, observando su pequeño rostro, tan inocente, tan perfecto. Pero, a pesar de todo el amor que sentía por ese niño, un dolor profundo y punzante latía en su corazón, algo que no podía comprender. Después de dejarlo dormido nuevamente, la inquietud la llevó a buscar a su madre, aún encerrada en el sótano.Margot descendió hasta el lúgubre sótano, donde los guardias le cerraron el paso. No tenía permitido entrar; Joaquín había sido claro al respecto. Sin embargo, su insistencia los hizo llamar a su hermano, quien llegó al poco tiempo, sorprendido al verla tan decidida.—Margot, mamá, será trasladada a un centro de salud mental, ¿para qué quieres verla? —preguntó, desconcertado.—Por favor, Joaquín, necesito respuestas. Permíteme hablar con ella, aunque sea por última vez.Joaquín suspiró, dudand
Francisco estaba en el casino, absorto en el resplandor de las máquinas de monedas. Bebía un trago tras otro, esperando su golpe de suerte para ganar. Tenía dinero en los bolsillos, pero su vicio lo hacía sentir que no sería suficiente por mucho tiempo. Ya planeaba cómo conseguir más: mientras Vilma estuviera en el pueblo, siempre podría amenazarla con el secreto de la bebé y obtener dinero fácil.Sonrió al imaginarlo, casi riendo, hasta que un golpe seco sobre su máquina lo sacó de su ensueño. Levantó la vista, y el color abandonó su rostro al ver al corpulento guardia de Joaquín Andrade mirándolo fijamente.—¡No he hecho nada! —balbuceó, aterrorizado.El guardia le propinó un golpe en el estómago, dejándolo sin aire, y lo arrastró a una oficina en la parte trasera del casino.Al recuperar algo de aliento, Francisco levantó la vista. Frente a él, con una expresión severa, estaba Joaquín Andrade en persona. El rumor sobre su carácter no hacía justicia a la intensidad de su mirada, y Fr
En el hospitalEl eco de sus pasos apresurados resonaba en el pasillo, y el corazón de Margot latía desbocado. Al llegar a la recepción, apenas pudo articular las palabras; la angustia nublaba su voz y su juicio. Rodolfo, sosteniéndola con fuerza, se adelantó para hablar con la enfermera.—Por favor, necesitamos ver a nuestra hija —suplicó él, con una mezcla de urgencia y esperanza.La enfermera les dedicó una sonrisa suave, percibiendo la ansiedad que irradiaba de ellos.—¿Son los padres de la pequeña? —preguntó, y al ver a Margot asentir con lágrimas en los ojos, les indicó que la siguieran.Margot apenas podía controlar su impulso de correr hacia la habitación, tirando de la mano de Rodolfo.Cada segundo parecía una eternidad; los pasillos del hospital, fríos y llenos de sombras, intensificaban su temor.Finalmente, llegaron a una puerta entreabierta, y desde adentro, un llanto familiar resonó, llenando el aire y rompiendo el silencio.Margot sintió cómo su corazón se aceleraba al r