Visita nocturna

Me desperté de mal humor, molesta por el sonido estridente del timbre resonando en mi casa en medio de la noche. Con pesadez, comprobé la hora en mi reloj, constatando que eran las dos de la mañana. ¿Quién demonios tocaba el timbre a esa hora, como si estuviera poseído?

La falta de respeto de mis vecinos me exasperaba. Su incapacidad para contenerse, ya fuera discutiendo, gritando o teniendo encuentros sexuales a altas horas de la madrugada, llenaba mi hogar con ruidos indeseados. Y los perros, una sinfonía de ladridos que desencadenaban una cacofonía en todo el vecindario.

Envuelta en una bata de seda, pues mi única opción era mi diminuto pijama rosa y mis bragas, descendí hacia la sala entre bostezos y quejas. Antes de abrir la puerta, espié por la cerradura y me quedé boquiabierta al descubrir quién estaba al otro lado.

—¡Abre, Rubí, o me conocerás! —pude escuchar los gritos de Alex.

—¡A mí no me amenazas!

Él siguió tocando el timbre sin detenerse. Abrí rápidamente antes de que
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