Los días pasaban con una calma engañosa, como si el mundo hubiera decidido darle un respiro a Eliana mientras su mente seguía atrapada en el limbo entre recuerdos perdidos y emociones que no podía comprender. Su recuperación avanzaba, pero con cada día que pasaba, su corazón se enredaba más en una maraña de sensaciones confusas.Isaac era su refugio. Con él se sentía segura, como si el simple hecho de verlo le recordara que no estaba sola. Su voz, su risa, la manera en que le hablaba con dulzura y paciencia, todo en él la reconfortaba. Cuando Isaac estaba cerca, no sentía la angustia de no recordar su vida anterior. Era fácil sonreírle, apoyarse en él, permitir que la cuidara.Pero luego estaba José Manuel.Cada vez que lo veía, una extraña punzada la atravesaba, como si su cuerpo reaccionara antes que su mente. Su presencia la descolocaba, su mirada la hacía sentir vulnerable de una manera diferente. No entendía por qué, pero cuando él entraba en la habitación, su piel se erizaba y s
Eliana sintió un nudo en la garganta mientras observaba a José Manuel sentado a su lado. Había algo en su mirada, en la forma en que la contemplaba con una mezcla de ternura y tristeza, que la inquietaba. Su corazón latía con una extraña expectación, como si su cuerpo supiera algo que su mente no recordaba.Dudó antes de hablar, pero la incertidumbre la estaba consumiendo.—José Manuel… —su voz salió en un susurro—, dime algo…Él parpadeó, volviendo su atención completamente hacia ella.—Dime… —continuó Eliana, bajando la mirada a sus manos que jugaban nerviosamente con la sábana— ¿Antes del accidente… seguíamos juntos?El silencio se instaló entre ellos como una barrera invisible. José Manuel sintió un golpe en el pecho, como si aquellas palabras lo desarmaran. No esperaba que ella preguntara eso tan pronto, no cuando todavía luchaba por recuperar sus recuerdos.Inspiró profundamente, buscando cómo responder sin abrumarla.—Es complicado… —murmuró, desviando la mirada por un instante
José Manuel sintió una punzada en el pecho. No quería responderle, no aún. No quería que su frágil memoria se llenara de información de golpe, pero tampoco podía esquivar la pregunta.—Es… es alguien muy allegada a nosotros—respondió con evasivas, sin querer mentir pero tampoco revelar toda la verdad.Eliana notó que él evitaba mirarla directamente. Su respuesta, en lugar de tranquilizarla, solo alimentó su confusión. Un vacío extraño se formó en su interior, como si, en el fondo, supiera que aquella mujer significaba algo más de lo que él estaba dispuesto a admitir.—Siento que… —susurró, desviando la mirada hacia sus manos—. No lo sé, José Manuel. Cuando escuché su nombre… sentí algo raro, como si mi corazón lo reconociera antes que mi mente.Él tragó en seco. No podía negar que una parte de él deseaba que ella no recordara nada, que pudiera empezar de cero sin el peso de lo que habían vivido antes. Pero al mismo tiempo, sabía que eso era imposible.—No te esfuerces demasiado —dijo
Isaac pasó la noche en vela. No podía dejar de pensar en la conversación con su hijo. Las palabras de Gabriel se repetían en su mente como un eco interminable, llenándolo de culpa y dudas. ¿En qué momento había descuidado tanto a su hijo? Siempre había jurado que él sería su prioridad, pero ahora se daba cuenta de que lo había dejado de lado sin siquiera notarlo.Cuando amaneció, se levantó con un suspiro pesado. Miró la habitación de Gabriel, pero la puerta estaba cerrada. Sabía que su hijo estaba molesto, y no quería forzarlo a hablar si no estaba listo.Después de darse una ducha rápida y vestirse, se acercó a la cocina, donde María José ya estaba preparando café.—¿Dormiste algo? —preguntó ella sin mirarlo, removiendo la taza con lentitud.Isaac negó con la cabeza y se apoyó en el mesón.—No podía dejar de pensar en Gabriel… —admitió con voz cansada—. Ayer me dijo que quiere regresar a Nueva York.María José levantó la vista, sorprendida.—¿Qué? ¿En serio?—Sí… Y creo que tiene ra
El murmullo de las máquinas y el ritmo pausado del monitor cardíaco llenaban el silencio de la habitación. La mañana apenas comenzaba y un tenue rayo de sol se colaba por entre las persianas del hospital, acariciando suavemente el rostro de Eliana.Parpadeó, con los ojos aún adormecidos, y poco a poco fue volviendo a la consciencia. El ambiente le resultaba familiar, pero no del todo. Giró levemente la cabeza hacia su derecha, y su mirada se detuvo en dos figuras paradas junto a su cama.Isaac… y otro hombre que no reconocía.Los ojos de Eliana brillaron al ver a Isaac. Una sonrisa automática, dulce y cálida, se dibujó en su rostro al instante.—Isaac… —susurró con alegría—. Viniste otra vez.Él le devolvió la sonrisa, con un nudo en la garganta.—Claro que sí, Eliana —respondió con voz suave, acercándose a ella—. ¿Cómo te sientes hoy?—Mejor… ahora que te veo.José Manuel se quedó en su lugar, a su lado, en silencio. Esperando, como siempre, que esta vez fuera diferente. Que esta vez
Isaac entró nuevamente a la habitación con paso firme, después de recibir una llamada. Eliana estaba recostada en la cama, aún débil, con el rostro sereno pero sin fuerzas para incorporarse. José Manuel estaba sentado a su lado, sosteniéndole la mano. La tensión en el ambiente era palpable.—Eliana —dijo Isaac con voz baja, pero clara—, tengo que irme. Me espera un compromiso muy importante y no puedo quedarme más tiempo.Ella giró el rostro hacia él con lentitud. Asintió apenas con la cabeza, sin decir nada. Sus ojos revelaban cierto cansancio, pero también comprensión.Isaac se volvió entonces hacia José Manuel.—Como acordamos, me voy a llevar a Samuel. No quiero que se quede aquí. No es un ambiente para él, y tú necesitas estar completamente enfocado en Eliana.José Manuel cerró los ojos un momento, como si esa realidad le pesara más de lo que podía admitir. No era la primera vez que hablaban del tema, pero escucharlo de nuevo, tan definitivo, le removía algo en el pecho.—Lo sé —
El cielo estaba despejado, con apenas unas nubes juguetonas deslizándose por el azul infinito. Era sábado por la mañana y el parque de diversiones abría sus puertas entre risas, música y el aroma a algodón de azúcar. Isaac, por primera vez en mucho tiempo, tenía todo el día libre… y había decidido dedicarlo por completo a su hijo Gabriel. Pero no solo a él: también llevaría a Samuel, que ya era parte de su rutina, y a María José, quien se había convertido en un apoyo indispensable.—¿Están listos? —preguntó Isaac desde la entrada del parque, con dos boletos en cada mano y una sonrisa de oreja a oreja.—¡Sí! —gritaron Gabriel y Samuel al unísono, brincando emocionados.María José sonrió al verlos tan felices. Gabriel, con sus rizos desordenados, tomaba con fuerza la mano de su padre. Samuel, con una gorra azul al revés y una mochila pequeña, no dejaba de mirar a todos lados, maravillado por las luces y los juegos mecánicos.—¿Por cuál empezamos? —preguntó Isaac, bajándose a su altura.
Después de cubrirlos bien, María José y él se fueron a la cocina, dejando la puerta abierta para escucharlos si despertaban.Se quedaron en silencio unos segundos, cada uno con una taza de té caliente entre las manos. Isaac la observó mientras ella revolvía el té distraídamente.—Gracias por venir temprano hoy y pasar tiempo con nosotros.—Gracias a ti por permitirme ser parte de sus vidas—respondió el—. No imaginé que iba a ser un día tan bonito.—Fue más que eso —añadió ella—. Fue especial.María José levantó la vista. Sus ojos se encontraron.—Lo fue.Isaac dio un paso al frente.—Majo…Ella respiró profundo, como si supiera lo que venía, y sonrió, aunque sus mejillas se tiñeron de rojo.—No digas nada todavía —susurró—. Disfrutemos este momento. Los cuatro. Sin preguntas, sin prisas.Él asintió con suavidad, bajando la mirada.—Está bien. Pero quería que supieras que me haces bien. Tú… y este caos hermoso que se ha vuelto mi vida.María José rio suavemente, tocándole la mano un se