El silencio de la casa, tras la partida de José Manuel y Samuel, se sentía más profundo que nunca. María José permanecía sentada en el sofá, inmóvil, como si el simple acto de levantarse exigiera una fuerza que ya no tenía. Sus ojos estaban fijos en la puerta cerrada, pero su mente viajaba lejos, atrapada en un recuerdo que ahora dolía más que nunca: Isaac refiriéndose a ella… como a una simple niñera.Ni siquiera había tenido el valor de mencionar que Gabriel era su hijo. Su hijo. ¿Cómo era posible que hubiera borrado con tanta facilidad esa parte de su vida? ¿Cómo podía haber ocultado la existencia del niño que compartía su sangre, su mirada? ¿Y a ella? ¿Cómo pudo reducirla a un rol circunstancial?Una lágrima descendió silenciosa por su mejilla. Luego otra. No lloraba por despecho, ni siquiera por orgullo. Lloraba por el peso invisible de una historia callada, por el amor negado, por las veces que tuvo que explicarle a Gabriel que su papá estaba ocupado, lejos, sin saber que tambié
El cielo comenzaba a teñirse de tonos dorados y rosados cuando el automóvil negro atravesó el extenso camino de piedras blancas que conducía a la gran mansión. Samuel, con la nariz pegada a la ventanilla, observaba con los ojos muy abiertos, llenos de asombro y emoción.—¡Papá! ¡Ya llegamos! —exclamó, rebotando en su asiento—. ¡Es mi casa!José Manuel sonrió mientras aparcaba frente a la entrada principal.—Sí, hijo. Estamos en casa.Samuel bajó del auto incluso antes de que el chofer pudiera abrirle la puerta. Corrió por el camino de piedra como si cruzara un puente hacia un mundo mágico. Los jardineros detenían su labor para saludarlo con una sonrisa, y desde la puerta principal, uno de los mayordomos lo recibió con un gesto cordial.—¡Todo sigue igual! —gritó Samuel mientras giraba en el jardín—. ¡Mi fuente! ¡La del pececito!José Manuel lo seguía con pasos tranquilos, sintiendo cómo la ternura lo invadía al ver a su hijo tan feliz.Entraron a la mansión, y el eco de los pasos reso
Samantha subió las escaleras con pasos apresurados, casi arrastrando los pies de la rabia que la devoraba por dentro. Cerró la puerta de su habitación con un portazo seco que retumbó en las paredes del pasillo. Su respiración era agitada, su pecho subía y bajaba con fuerza mientras se abrazaba a sí misma con los brazos cruzados.—¡Maldita sea! —espetó en voz baja, caminando de un lado a otro, completamente alterada.Apretó los labios, conteniendo un grito. Sentía que ardía por dentro. José Manuel la había rechazado, otra vez. No solo la había esquivado, la había mirado como si fuera una extraña. Como si fuera insignificante.Se sentó en el borde de la cama y hundió el rostro entre las manos, pero no por tristeza, sino por pura frustración.—¿Hasta cuándo? —susurró entre dientes, furiosa—. ¿Hasta cuándo va a seguir metiéndose entre nosotros?Se refería a Eliana, por supuesto. Aunque estuviera postrada en una cama de hospital, inconsciente durante semanas, su simple existencia bastaba p
La llave giró lentamente en la cerradura.Isaac respiró hondo antes de empujar la puerta. No sabía con exactitud qué lo esperaba dentro. La última conversación con María José había sido fría, seca. Y aunque no era un hombre que temiera enfrentamientos, sentía una incomodidad extraña, casi como si el calor del hogar que tanto había idealizado ya no le perteneciera.Entró y cerró la puerta con suavidad. El apartamento estaba silencioso, como si alguien hubiera ordenado al mundo que se congelara.Desde el pasillo, percibió el tenue olor a lavanda, el mismo que solía calmarlo en las noches largas de trabajo. Pero hoy no le trajo paz. Hoy le recordó que llevaba años sin compartir un verdadero momento con su familia.—Hola... —dijo, apenas audible.María José salió de la cocina con un vaso de agua en la mano. Llevaba un conjunto de algodón cómodo, y su rostro estaba limpio, sin maquillaje. Se veía hermosa. Y lejana.—Isaac —dijo sin emoción—. No te esperábamos.—Pasé por el hospital tempran
La mañana se presentó tranquila, con un cielo despejado y una brisa suave que entraba por la ventana del hospital. Eliana abrió los ojos lentamente, aún con algo de cansancio en la mirada, pero una sonrisa pequeña se dibujó en su rostro al ver a Isaac sentado en la silla, como cada mañana, acompañándola en silencio.—Buenos días —murmuró con voz ronca.—Buenos días, guerrera —respondió él con una sonrisa cálida—. ¿Lista para recibir una buena noticia?Eliana lo miró, con los ojos brillando de expectativa.—¿Cuál?—Hoy te dan el alta.La expresión de ella cambió por completo. Abrió los ojos de par en par y se sentó en la cama de golpe, como si aquello la hubiera despertado del todo.—¿En serio? ¿Hoy?Isaac asintió con entusiasmo.—Sí, ya hablé con los médicos. Dijeron que tu recuperación ha sido admirable y, si sigues así, solo necesitarás reposo, fisioterapia y cuidado en casa. Y yo me voy a encargar de que no te falte nada.Eliana estiró la mano y tomó la de él con fuerza, emocionada
La mañana era tibia y tranquila, con el sol asomándose entre las cortinas del salón. Eliana estaba recostada en el sofá de su nueva casa, observando las hojas danzar con el viento. Aún se sentía débil, pero dentro de sí algo le decía que ese día sería distinto. Su cuerpo lo presentía, aunque su memoria aún navegaba entre brumas.Tocaron la puerta.Isaac se levantó y fue a abrir. José Manuel apareció con Samuel de la mano. El niño, como siempre, iba inquieto, con sus grandes ojos saltando de un lado a otro, como si el mundo fuera un juego que debía descubrir.—Hola —saludó José Manuel con voz fría.Isaac asintió y se hizo a un lado. Eliana, al ver al pequeño entrar, frunció el ceño con una mezcla de confusión y curiosidad. Había algo en ese niño... algo que no podía explicar.Samuel soltó la mano de su padre y caminó hasta ella.—Hola —dijo con una sonrisa desbordante—. ¿Te acuerdas de mí? Soy yo… tu ninja.Eliana abrió los ojos con sorpresa.—¿Mi qué…?—Mi ninja —repitió Samuel con co
La noche se deslizaba con una calma engañosa, de esas que ocultan tormentas internas. En el pequeño hogar de Eliana, la tranquilidad se respiraba apenas en la superficie, mientras los corazones de quienes estaban allí latían con fuerza por dentro.Isaac terminaba de recoger los platos de la cena. Samuel estaba acostado sobre una cobija en la sala, dibujando con sus lápices de colores. José Manuel, aunque un poco más silencioso que de costumbre, ayudaba a organizar la cocina, atento a cada movimiento de Eliana desde la distancia.Había llegado el momento.—Voy a hablar con ella —dijo Isaac en voz baja, dejando el secador de platos a un lado.José Manuel asintió, sabiendo lo que venía.Isaac caminó hasta la habitación donde Eliana estaba sentada en la cama, hojeando una libreta vacía que había encontrado entre sus cosas. Levantó la vista al verlo entrar.—¿Pasa algo? —preguntó con la voz algo ronca.Isaac se sentó a su lado, con el rostro sereno pero tenso.—Quería decirte algo, Eli… Es
Isaac metió la llave en la cerradura con un gesto automático, como si fuera un reflejo aprendido que su cuerpo aún recordaba. La puerta se abrió sin resistencia. El aire dentro de la casa era cálido, impregnado del aroma sutil de lavanda que siempre caracterizaba el hogar… su hogar.O al menos, lo había sido.Cruzó el umbral con pasos lentos, como si temiera que al avanzar demasiado, algo dentro de él se rompiera del todo. Cerró la puerta con suavidad, esperando escuchar pasos apresurados, una voz familiar que lo recibiera con emoción… pero solo encontró silencio.Su mirada recorrió la sala. Todo estaba en su lugar. El sofá con los cojines alineados, los libros ordenados sobre la mesa de centro, las tazas limpias en la bandeja de madera… pero había algo diferente. Algo intangible.—Llegaste —dijo una voz desde la cocina.María José apareció, secándose las manos con una toalla. Iba vestida con ropa cómoda, el cabello recogido en una trenza desordenada y el rostro sereno… demasiado sere