Capítulo 3
Después de terminar la llamada, vi que la policía me hizo una señal negativa con la cabeza.

No consiguió rastrearlo aunque mantuvimos la llamada activa en todo momento.

Al girarme, me encontré a Roberto que pasaba justo por aquí, por lo tanto, había oído todo.

Su rostro palideció: —Marta, ¿los tíos Manrique de verdad están secuestrados? Pero Gabi me dijo que todo era un invento tuyo...

Estaba harta de explicarle todo y bastó solo con indicarle que le avisara a Gabriel.

Miré el reloj con gran ansiedad. Para Daniel, un hombre adinerado, no le tardaría tanto tiempo hacer una transferencia de un millón.

No soporté más y lo volví a llamar.

—Marta,—él se me anticipó, suspiró y siguió sin dejarme hablar —no me va bien la mentira. Mira, a diferencia de otros miembros de los Manrique, José y Sofía siempre te han tratado bien, ¿no es así? Sentí lástima por ti y quise darte más cariño... Pero al final, te buscaste tu propia desgracia. Si no fueras tan mentirosa, ¿cómo iba un buen chico como Gabriel a odiarte tanto?

Tenía el rostro cenizo, enterándome de que no conseguiría el dinero.

—Daniel, Gabriel te convenció de que miento, ¿verdad?

Mi voz fue detornándose más ansiosa: —Tiene derecho de desconfiar de mí, pero ahora estoy en la comisaría y los policías me pueden confirmar todo.

—¡No uses a falsos policías para engañarme!—Sin dejar de suspirar con decepción, me interrumpió —Aunque hoy me hayas mentido, ¿acaso puedes engañarte a ti misma también? Marta, hija, sé que no puedes estar con Gabriel. Lo siento se enamoró de otra, no de ti. Y esa chica volvió... Si de verdad sufres tanto, es mejor divorciarte de él...

Corté la llamada pálidamente sin que esperara terminar la frase.

Por el momento, las vidas de José y Sofía pendían de un hilo. ¿Por qué toda la familia lo tomó como una intriga mía para atraer a Gabriel?

Al mismo tiempo, Roberto finalmente logró comunicarse con Gabriel por el celular: —Gabi, escúchame muy bien. Es muy urgente. Tus padres están secuestrados de verdad. La policía...

Antes de terminar la frase, del otro lado sonó una voz arrastrada.

Parecía ser Nora quien tomó la llamada: —Roberto, ¿por qué te metes también en la mentira de Marta? Dime, ¿cuánto te pagó ella? Yo te doy el doble.

—¡No! Eso no es así. —Se agitó al verse malentendido.

No tenía paciencia para seguir el tema. Nora le pasó el celular a Gabriel quien estaba a su lado: —Gabi, la zorra esa compró también a tu hermanito.

—Rober, basta ya de tonterías. —Sonó la voz fría de la otra parte.

Roberto estaba a punto de llorar por no conseguir confianza: —Gabi, José y Sofía están en peligro, ¡es verdad! Transfiérele un millón a Marta, por favor, ¡es urgente!

—Estoy seguro de que me está engañando con el dinero. —Gruñó despectivo: —Dile a Marta que deje de inventarse tonterías y hacerse víctima. ¿Está loca? ¿Qué hizo Nora para esto?

A continuación sonó el tono de llamada interrumpida.

No me quedó otro remedio. Le dije a la policía forzando una sonrisa apagada: —¿Ahora vamos? Tengo que ir aunque no tengo el dinero. Intentaré engañar al secuestrador.

—No, eso es muy arriesgado.

—¿Y si es alguien conocido? —Bajé la mirada con dolor —.Tal vez el secuestrador me conoce. Si van ustedes, podría sospechar.

Llegué lo antes posible al puente central, mientras tanto, recibí la llamada del delincuente: —¿El dinero?

—Lo dejé ya bajo el puente —Avancé contra el viento feroz, y mi voz no dejó de temblar —.El dinero a cambio de la vida de la familia, ¿dónde están ellos?

—Allá el edificio viejo del otro lado. Cuarto 301.—Contestó malicioso en voz baja.

Corrí descontrolada hacia el lugar que me había indicado. Sin embargo, al llegar, me golpeó un fuerte olor a sangre. El latido del corazón se aceleró demasiado, y me asaltó un horrible presentimiento.

Avancé hasta la puerta siguiendo las huellas de la sangre, y empujé la puerta entrecerrada.

Me destrozó el espectáculo que vi.

Los vientres estaban abiertos, de ahí brotaba la sangre.

Llorando, intenté tapar las heridas con mi vestido. Sin embargo, Sofía me detuvo con la mano: —No, Martita... Ya es tarde.

Con la vista nublada por las lágrimas, le agarré la mano tan fuerte como si así pudiera impedir la muerte.

—Pedí una ambulancia, y la policía está acudiendo. Por favor, no se mueran... Es mi culpa, no logré conseguir suficiente dinero. Me tardé demasiado...

Me sonrió. Parecía que le costó toda la fuerza:

—No es culpa tuya. Nunca pensó dejarnos salir vivos. Sufriste mucho estos años, Gabriel fue un bruto contigo. Hija, divórciate de él. Toma nuestro dinero y vete lejos a hacer tu propia vida.

Me desperté de golpe, y llamé a Gabriel llorando. La mano que soportaba el celular no me dejó de temblar: —José, Sofía, aguanten un poco más. Les pedí a Gabriel que los viera.

Llamadas y llamadas se perdían en el vacío. Me habría bloqueado el número.

Le mandé un mensaje, informando que sus padres estaban con graves heridas y pidiéndole venir de inmediato.

Sin ninguna respuesta.

La luz en los ojos de los ancianos fue desapareciendo poco a poco.

Finalmente, dejaron de respirar.

Se me rompió el corazón en mil pedazos. Lloré tanto hasta que todo el mundo se tornó borroso.

—Señora Amadori, ¿está bien? —Acudieron los policías, vieron dos cuerpos en el suelo y se quedaron atónico. Solo sentí que me pasó un vértigo y me caí en la oscuridad.

Un policía pronto me recogió: —Señora, ya apresamos al asesino y recuperamos su dinero.

Con los ojos evasivos, me contó en voz baja:

—Disculpe. Llegamos tarde.

—Le ofrecemos nuestras condolencias.
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