Capítulo 2
A pesar de que el secuestrador amenazó con que no llamara a la policía, terminé haciéndolo después de pensarlo muy bien.

Como estos asuntos tan delicados deben dejarse en manos de profesionales, me dirigí a la comisaría apresurada luego de colgar la llamada.

Al llegar, sonó mi celular. En la pantalla apareció un nombre conocido que me hizo contener por completo la respiración.

Respondí la llamada haciendo mala cara.

—Pff...

Roberto, el primo de Gabriel, me habló con su tono habitual de impaciencia: —¿En serio te parece gracioso llamar a la policía por nada? ¿Qué te hizo Gabi? ¿Estás tan aburrida que no tienes nada mejor que hacer?

Toda la familia de Gabriel me despreciaba, excepto mis suegros. Por eso debía salvarlos.

Le contesté con calma: —Roberto, ¿fue Gabriel quien te dijo que hice una denuncia falsa?

Del otro lado hubo silencio profundo, como un reconocimiento tácito.

—Furiosa—gruñí con frialdad—. Roberto, eres policía. Recibiste una llamada de auxilio, en vez de atenderla, ¿te burlaste de mí? Si no sales ya, te voy a denunciar.

Tan furioso estaba, que gritó a todo pulmón sin tomarse la molestia de colocarse la máscara de la amabilidad: —¿Crees que eres superior solo por haberte casado con Gabi, eh? No eres más que una desgraciada que salió de una aldea. ¡Qué desgracia para los Manrique haberte permitido casarte con Gabi! Yo me moriría de vergüenza si fuera tú.

—¿Cómo es posibles que Gabi te aceptara si no se le rompió el corazón cuando Nora se fue? Deja de soñar despierta, zorra maldita. Ni siquiera te compares con el dedo meñique de Nora.

No me inmuté ante sus insultos. Colgué la llamada e hice otra a la policía para pedir auxilio y, de paso, denuncié a Roberto por su incumplimiento en sus deberes.

...

En la comisaría, relaté detalladamente el secuestro de mis suegros, y no me olvidé de presentar la grabación y el número de celular del sospechoso.

El equipo técnico revisó todo con urgencia, pero al final se les notó la cara de preocupación.

Ese hombre había usado un modulador de voz, y su número no estaba registrado, tan solo servía para recibir llamadas. Desde ahí perdimos la esperanza de rastrearlo por el celular.

—Tengo un millón que podría ayudarles.

Busqué enseguida la tarjeta en mi bolso, pero me puse pálida de inmediato.

Solo encontré la tarjeta rota, y al contactar al banco, supe que mi cuenta había sido congelada por Gabriel.

Di un suspiro profundo y llamé a mi secretaria:

—¿Cuánto dinero puedo sacar de la empresa en diez minutos?

—¿Solo dos millones? Haz la transferencia ya.

Puesto que no podíamos localizar al secuestrador, lo único que podía hacer en ese momento era obedecer al secuestrador.

Tres millones no era una cifra menor, pero valían la vida de la familia.

Solo me faltaba un millón. Por mi mente pasaron rápidamente los rostros conocidos, y llamé apresurada al tío de Gabriel.

—Hola, Daniel. Secuestraron a los padres de Gabi. Me exigen tres millones. Necesito un millón más. ¿Podría prestármelo? Se lo devolveré en cuanto estén a salvo.

Sorprendido por lo que dije, enseguida respondió: —¿Sofía está secuestrada? ¿Ya le avisaste a Gabriel?

—Sí lo hice, pero él no me cree —Suspiré y le contesté con voz baja—.Ahora está con Nora en el hospital. Por favor, usted es el único que puede ayudarme.

—Espere, transferiré el dinero en unos minutos.

Al instante entró la segunda llamada del secuestrador.

—Se te acaba el tiempo. ¿Dónde está el dinero?

Mi corazón se vino abajo, pero traté de hablar con la voz más calmada posible:

—Solo me falta un millón. Por favor deme un poco más de tiempo. Le voy a pagar hasta el último centavo.

—Ven con tres millones ahora mismo —La voz del otro lado perdió la paciencia —.No me falles ni con un centavo, o los viejos morirán.

-Media hora, por favor. —Hice todo lo posible para contener la angustia y respondí con firmeza —.Deme media hora más. Vas a tener todo lo que quiere, si mi familia está a salvo.

Apenas solté esas palabras, los lamentos desesperados de mis suegros estallaron por el celular.

El hombre dijo con una terrible crueldad:

—Si en media hora no veo el dinero, ¡vendrás a recoger sus cadáveres!
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